La audacia es un vicio. Hay políticos que para aparentar que tienen un coraje extraordinario demuestran una adicción constante al riesgo, cuando en realidad únicamente son temerarios. El temerario se expone y se lanza contra los peligros sin reflexionar, sin motivo aparente para hacerlo. Pedro Sánchez es un yonqui adicto a la audacia. Volvió a demostrarlo durante el debate de investidura de la semana pasada. Y arriesgó hasta ponerse en peligro. Se mostró, una vez más, como un irresponsable. Teniendo ligado el voto favorable de Junts, se sintió seguro para de nuevo frivolizar sobre las razones que le han llevado a aceptar una amnistía para los luchadores independentistas. El acuerdo del PSOE con Puigdemont es una obra de orfebrería que tiene dos partes: una, que es estrictamente política, y la otra, que es la primera traducción legal de este pacto: la propuesta de Ley Orgánica de Amnistía. Sánchez quiso llevar el agua a su molino en su intervención inicial, diluyendo su trascendencia, aunque al final, tras la intervención de Míriam Nogueras, tuvo que tragarse el sapo y reconocer que se estaba abordando la solución de un conflicto político.
Se puede ver más o menos claro, se puede confiar con más o menos escepticismo, pero debería estar fuera de toda duda que el acuerdo firmado este noviembre por Junts y el PSOE es una verdadera oportunidad histórica. Porque, aunque tiene la forma de pacto de investidura, y que el pretexto haya sido la necesidad de Pedro Sánchez de ser investido presidente del gobierno español, no es solo un acuerdo de investidura ni, estrictamente, un acuerdo entre partidos. Es evidente que significa algo más. Los organizadores del cuarto espacio, con Jordi Graupera como nuevo líder, y Clara Ponsatí como avaladora, atacan ferozmente este acuerdo porque les reduce las expectativas políticas que seguramente tenían mientras quien dominaba la escena era el PSOE sin ninguna oposición independentista. El acuerdo de Pedro Sánchez con Junts ha decantado la balanza y ha dado alas a un Puigdemont que estaba diluyéndose en el exilio. Ante la frivolidad con la que Sánchez presentó la amnistía acordada con el independentismo, tanto Rufián como Nogueras le dieron un toque que no pasó inadvertido. Especialmente dura fue Nogueras, porque el acuerdo de Junts con el PSOE tiene un calado político que Sánchez quiere esconder y que una parte del independentismo asimila a la rendición. A veces parece como si a algunos independentistas les costara saber ganar.
El acuerdo de Pedro Sánchez con Junts ha decantado la balanza y ha dado alas a un Puigdemont que estaba diluyéndose en el exilio
Si el independentismo tuviera la capacidad de leer el momento histórico en que nos encontramos y, en consecuencia, recuperara el objetivo de luchar por independencia como primera prioridad, si no única, de la acción política, el conjunto del movimiento estaría ahora mismo arropando al presidente Puigdemont. El verdadero sentido histórico de este pacto es que supera un acuerdo entre partidos: compromete, en realidad, al presidente del gobierno español, y, por lo tanto, al Estado que él representa, a sentarse con el presidente en el exilio para encontrar una solución negociada al conflicto secular entre ambas naciones. Eso es lo que no se sabe valorar. Que Pedro Sánchez quiera tirar agua al vino es normal, necesita minimizar las consecuencias de lo que ha firmado para aparentar fortaleza, pero que el independentismo lo menosprecie por mera mezquindad, me parece un error. El independentismo ha cometido tantos errores, que uno más podría no importar. Es el deporte nacional, aumentado por la competencia suicida entre los partidos actualmente existentes y los que están en formación. El españolismo sí que ha entendido perfectamente el significado del giro que Puigdemont ha dado a la política española. Quizás así conseguirá que el independentismo salga de la parálisis que le tiene inmovilizado desde 2020. El españolismo recalcitrante lo percibe, y por eso se moviliza sitiando Ferraz todas las noches, y por eso provoca que los poderes del estado se pronuncien en contra de una amnistía que, como todas las amnistías, tiene un motivo político que se acompaña de un relato que la justifica. Lo han entendido perfectamente los periodistas Soledad Gallego-Díaz y Juan Luis Cebrián dos pesos pesados de El País, y Manuel Valls, a quien no hace falta presentar, y el historiador Benoît Pellistrandi, que desde la tribuna de Le Monde han combatido el acuerdo con mucha preocupación. Todos se exclaman y disparan contra Pedro Sánchez, porque consideran que se ha rendido ante Carles Puigdemont.
Debemos desconfiar de Sánchez porque ya ha demostrado muchas veces que, sirviéndose de una audacia temeraria, intenta zafarse de los compromisos. No tiene ningún escrúpulo. Es peor que José Luis Rodríguez Zapatero, ese que se comprometió con Maragall que defendería el Estatuto de 2006 y luego hizo todo lo contrario. Sánchez y Rodríguez Zapatero se avienen porque están hechos de la misma pasta y porque ambos son odiados por la vieja guardia socialista del régimen del 78. Pero este odio no los hace mejores. Cada vez que Pedro Sánchez ha engañado al independentismo es porque sus dirigentes se han dejado arrastrar y engañar. Ahora podría ocurrir lo mismo, ciertamente, pero, de momento, vistas las intervenciones en el Congreso, por lo menos Míriam Nogueras no está dispuesta a ponerle fácil la legislatura. Me gustaría creer que Esquerra tampoco, pero el planteamiento de los republicanos es de confrontación con la derecha española y con Junts, como quedó patente en el discurso de Rufián, con algunas advertencias a Sánchez, a quien considera aliado. Esta es la Esquerra de Joan Lluhí i Vallescà y Lluís Companys, ambos ministros en gobiernos españoles, que ya en los años treinta batallaban con Francesc Macià, aunque fueran del mismo partido, porque el viejo líder republicano era nacionalista y refractario a los encantos de la izquierda española. Para resumirlo gráficamente: Puigdemont es hoy más macianista que nunca.
Arrancar la negociación que Puigdemont exigió al PSOE y que debe comenzar este mes de noviembre debería contar con Esquerra. No confío mucho en ello. Las estrategias de los dos partidos mayoritarios entre el independentismo están demasiado alejadas, a pesar de representar el grueso de la desaprovechada mayoría del 52 % conseguida en las elecciones del 14 de febrero de 2021. La desarticulación del independentismo no es consecuencia solo de la represión. Los propios independentistas la han propiciado, empezando por la ANC. Si la ANC todavía tuviera la voluntad de cohesionar, antes que ninguna otra cosa, la base amplia de la sociedad catalana, con su probada capacidad de movilización, al menos en el pasado, estaría haciendo llamamientos a la ciudadanía para que se manifestara a favor del acuerdo como hacen en contra los españolistas. Pero no, la señora Dolors Feliu y los restos de lo que antes era Solidaritat Catalana se dedican, con el dinero de los afiliados, a organizar un nuevo partido político, que no sé si competirá con el que está organizando Graupera. Este partidismo destrozará a la ANC y debilitará un poco más al independentismo. Así pues, si la unidad no es posible, creo que el presidente Puigdemont debe tirar para adelante y explicar mejor a todo el mundo en qué consistirá esta negociación. La discreción no es incompatible con generar confianza. Al revés, la confianza permite que todos podamos comprender por qué es necesario actuar discretamente.
Quizás habría que presionar para adelantar las elecciones autonómicas y así poder evaluar los apoyos con los que cuenta cada uno
Vivimos los tiempos que vivimos. Y, por lo tanto, podría ser que la oportunidad histórica se estropeara por las mentiras de unos y las disputas de los otros. Quizás habría que presionar para adelantar las elecciones autonómicas y así poder evaluar los apoyos con los que cuenta cada uno. Por el momento, la única opción es que el presidente Puigdemont y Junts busquen la complicidad de personalidades e instituciones que, en nombre de todos y sin interés partidista, hagan posible la resolución del conflicto por la vía democrática con el ejercicio del derecho de autodeterminación. He intentado explicarlo muchas veces, quizás con poca traza, pero la situación en la que nos encontramos ahora es consecuencia de que en 2017 no se consiguió el objetivo y, claro está, Cataluña no es un estado independiente. Asumir esta realidad y aprovechar las oportunidades que te brinda el destino, como por ejemplo ser decisivo en la investidura del jefe del gobierno que ha querido derrotarte, no es incompatible. No es ninguna derrota. La paz se construye con los enemigos, como saben todos los mediadores del mundo.
La independencia de Cataluña no será para mañana, pero no la alcanzaremos si la solución es volver al resistencialismo de los años setenta, o bien confiando en que la izquierda española será generosa con el independentismo. Eso no va a ocurrir, pero caer en la denuncia permanente de la acción política de Puigdemont es, simplemente, negativismo tóxico. Tan falsa era la idea que difundía Esquerra sobre que Junts rechazaba la negociación, aunque sí rehusó el diálogo tal y como lo plantearon los republicanos, como afirmar ahora que el acuerdo entre Junts y el PSOE es un pacto para reformar España y, en consecuencia, una traición al independentismo. De momento, ganar derechos dentro del estado que durante siglos te ha despreciado no puede ser considerado una derrota. Al contrario. Es una victoria. ¿O no lo es que Míriam Nogueras pronuncie su discurso íntegramente en catalán en un foro que le es hostil? El uso de la lengua en el Congreso también diferencia a junteros y republicanos. Cada posición es legítima, pero también es reveladora. Expresa una mentalidad y una manera de entender la acción política. Que tenga éxito o no el cambio histórico que quiere encabezar Carles Puigdemont dependerá de la fuerza que obtenga su estrategia, que será evaluada en las próximas elecciones europeas y autonómicas y de su habilidad para encontrar “cómplices” fura del partido. También le ayudaría la cohesión de Junts, que finalmente debería fortalecerse con el reconocimiento de su pluralismo interno, que es precisamente una de sus riquezas. Ahora ya “no toca” caer en la pulsión convergente de comprar cualquier cosa. Solo demostrando determinación y osadía, Junts podrá doblegar a Pedro Sánchez, el audaz, y obligarle a cumplir lo que le costó tanto pactar con Carles Puigdemont.