Hay una enorme diferencia entre querer ayudar a las víctimas del conflicto entre Israel y Palestina, y considerar que solo son víctimas las palestinas. La primera evidencia de la enorme hipocresía que sufre este conflicto es que la mayoría de los que hablan de derechos humanos han perpetrado dos maldades intrínsecas contra los derechos humanos: negar la condición de víctimas a los asesinados el 7 de octubre y a los 134 civiles encerrados en túneles desde hace cinco meses, el más pequeño de un año y el mayor de 88 años; y banalizar la ideología totalitaria de las organizaciones yihadistas que los han matado. Con un añadido: la creación de auténticas mentiras, fake news y todo tipo de barbaridades mediáticas contra los israelíes que recuerdan a los libelos antijudíos históricos.
La segunda gran hipocresía es poner toda la presión sobre Israel y exigirle que acabe con la actual ofensiva militar contra Hamás, sin exigir a los grupos terroristas que se desarmen, liberen a los ciudadanos que tienen secuestrados y se sienten en una mesa de negociación. Hamás es una organización que nace para destruir Israel, se prepara intensamente para conseguirlo, perpetra todas las matanzas que puede, prepara las nuevas generaciones para el terrorismo y está totalmente en contra de cualquier acuerdo de paz y/o solución. ¿Qué hace un pequeño y amenazado país con una organización que dice que dedicará todos sus esfuerzos a destruirlo, y que acaba de demostrarlo con un pogromo terrorífico? Sea como sea, hacer exigencias a Israel y no hacerlas a Hamás, Yihad Islámica y al resto de grupos terroristas, aparte de Hizbulá, solo sirve para reforzar a sus enemigos, pero no ayuda en nada a la paz. En la misma dirección, negar la venta de armas a Israel y no negar la venta de armas a Hamás por parte de Qatar o Irán es el colmo de la doble moral.
Sánchez ha convertido el conflicto en una pancarta, en una consigna de todo a cien que pasea por el mundo para sacar pecho, a pesar de ser un enano enclenque en la escena internacional
A partir de aquí, las distorsiones se multiplican. Por ejemplo, la minimización del riesgo enorme que sufre Israel, un país con solo 9 millones de habitantes, atacado por cinco flancos diferentes: Siria y Líbano desde el norte, con 200.000 misiles de Hizbulá apuntando a Israel; el Yemen, desde el sur, con Irán controlando los hutíes; la bomba de tiempo del West Bank; y la Franja de Gaza, donde el dominio de los grupos terroristas es absoluto. Y a todo ello hay que añadir la amenaza permanente del gigante militar iraní, reforzado por sus alianzas con Rusia y China. La única manera de entender los riesgos a que se enfrenta Israel y las dificultades por encontrar una salida son mirar el conflicto en toda su dimensión, y no a través de una lupa pequeña que solo sirve para la propaganda progre de rigor.
Sin embargo, es evidente que hay que trabajar para conseguir el retorno de los secuestrados, el final de la guerra, preparar un plan Marshall para la reconstrucción de Gaza, y encontrar una vía de solución al conflicto. Todos los esfuerzos políticos en esta dirección son buenos, loables y necesarios. Todos, si son equilibrados, buscan realmente una solución global, y no utilizan el conflicto para sus intereses domésticos, y es aquí donde se caen las caretas de algunos de los líderes que con más estridencia gritan a favor de Palestina. Entre otros, los Petro, Ortega, Maduro y Boric de turno, para quienes la kefia es la coartada perfecta para tapar los graves problemas y fracasos de sus gobiernos. Pero más allá de las miserias bolivarianas, o de los intereses espurios del presidente sudafricano (cuya relación con Hamás e Irán está notablemente documentada), el caso más flagrante de oportunismo político aprovechando el conflicto es el de Pedro Sánchez, que se ha creído que era un nuevo Churchill y no llega ni a secretario de Chamberlain. Envuelto en la kefia, Sánchez intenta tres cosas: una, conseguir una relevancia internacional para la cual no tiene cintura, ni categoría; dos, vender la imagen de un líder progresista, amante de la paz, aunque lo que plantea ni ayuda a la paz, ni la posibilita; y tres, aprovechar la causa palestina para esconder y disimular los innumerables problemas que tiene en casa y la enorme fragilidad de su gobierno. Sánchez hace un Petro, solo que al hacerlo en Europa parece algo más de verdad.
En todo caso, no deja de ser una auténtica broma pasearse por todo Oriente Medio vendiendo la propuesta de un estado palestino etéreo, que no surge de un plan acordado, con fronteras delimitadas e interlocutores validados. ¿Con quién lo plantea, qué líderes lo validan, qué países del entorno, qué dice Irán, qué pasa con Hamás e Hizbulá, qué fronteras...? Además, demuestra la ignorancia supina del conflicto, que ya ha vivido cinco planes de crear un estado palestino, y los cinco han sido rechazados, primero por la Liga Árabe que mangoneó el conflicto como quiso, y después por las organizaciones palestinas. Es un enorme disparate que, lógicamente, no se ha tomado seriamente ninguna cancillería importante, porque las soluciones a los conflictos no se empiezan por el tejado, ni como ideas geniales de un líder oportunista, y menos en medio del drama de una masacre y una guerra. Sánchez ha convertido el conflicto en una pancarta, en una consigna de todo a cien que pasea por el mundo para sacar pecho, a pesar de ser un enano enclenque en la escena internacional. Es la kefia que tapa las miserias, esconde las carencias y da oxígeno al ahogo, y además, no tiene nada que ver con la paz, ni con la solución al problema, ni resuelve el drama humano. Al contrario, da oxígeno a las organizaciones terroristas que nunca han querido la paz, ni quieren resolver el conflicto. Es decir, las ideas de bombero de Sánchez no forman parte de la solución, pero alimentan a los que crean el problema.
Como punto final, una pequeña derivada catalana. No deja de ser surrealista que el mismo personaje que considera una declaración unilateral de independencia catalana como un grave delito, punible con prisión, sea el que quiere hacer una declaración unilateral de otro territorio, cuyos protagonistas están en plena guerra. Es un delirio. Ciertamente, los sueños del wokismo crean monstruos.