En cualquier proyecto político, el orden de las prioridades es esencial para asegurar su éxito. En el caso del independentismo catalán, esta regla cobra una importancia crítica. La creación de un Estado propio es un objetivo monumental que requiere la unidad de todos los sectores sociales que lo comparten. Sin embargo, el movimiento soberanista catalán ha caído en una peligrosa confusión: ha permitido que la lucha ideológica y la búsqueda de un federalismo cada vez más abstracto, impulsado principalmente por la izquierda, eclipsen el objetivo central de la independencia.

Este error estratégico no es exclusivo de Catalunya; es un problema recurrente en muchos movimientos soberanistas. Cuando la lucha ideológica se antepone a la consecución de un Estado propio, las divisiones internas se profundizan y el movimiento se estanca, beneficiando únicamente a sus adversarios. En la Catalunya actual, la izquierda, en lugar de abrazar con firmeza la causa independentista, ha quedado atrapada en la ilusión de un federalismo inalcanzable, desconectándose de su base social y de la realidad política.

Mientras tanto, la extrema derecha ha sabido aprovechar esta debilidad. Mientras la izquierda catalana se pierde en debates interminables sobre las formas del federalismo, la extrema derecha ha ocupado el espacio vacío dejado por un discurso independentista firme y aglutinador. Esto ha permitido que sectores nacionalistas excluyentes se apropien de la narrativa soberanista, distorsionando su esencia inclusiva y democrática en favor de un nacionalismo que divide y polariza.

Históricamente, la independencia de una nación debería ser el objetivo que uniera a todas las sensibilidades políticas. Sin embargo, el panorama actual muestra cómo la izquierda, obsesionada con una visión federalista que pierde apoyo y viabilidad, ha permitido que la extrema derecha utilice el discurso identitario como su bandera. Al mismo tiempo, la izquierda persigue un federalismo que no solo es rechazado por el Estado español, sino que tampoco logra atraer a un electorado cada vez más cansado de promesas vacías.

Cuando la lucha ideológica se antepone a la consecución de un Estado propio, las divisiones internas se profundizan y el movimiento se estanca, beneficiando únicamente a sus adversarios

El caso de Catalunya refleja un problema más amplio que afecta a movimientos soberanistas en toda Europa. Los movimientos independentistas que han tenido éxito históricamente han entendido que la unidad frente a un objetivo común —la creación de un Estado propio— debe preceder a cualquier debate ideológico. Un ejemplo de ello es la independencia de América Latina en el siglo XIX, donde los líderes evitaron las luchas internas hasta después de haberse liberado del yugo colonial. Solo una vez alcanzada la independencia, se abrió el debate sobre el tipo de Estado que querían construir. Esta lección parece haberse perdido en Catalunya, donde la izquierda ha priorizado las discusiones internas, debilitando la capacidad de movilización del movimiento.

El problema de priorizar la lucha ideológica es que fragmenta el movimiento soberanista, debilitándolo frente a adversarios como el Estado español y la extrema derecha, que ha encontrado en el independentismo un campo fértil para promover su agenda excluyente. Mientras la izquierda sigue debatiendo sobre cómo encajar Catalunya en un Estado que rechaza cualquier noción de federalismo real, la extrema derecha aprovecha el vacío dejado por un discurso independentista claro, ganando adeptos con un mensaje excluyente que prioriza la división y la confrontación. En lugar de centrarse en la creación de un Estado propio inclusivo, promueven un nacionalismo que polariza, mientras el verdadero objetivo soberanista se difumina.

Este desajuste de prioridades no es exclusivo de Catalunya; también se ha visto en otros contextos, como en Escocia. El Scottish National Party (SNP) ha priorizado una agenda progresista que, si bien moviliza a parte del electorado, ha alienado a sectores conservadores que también apoyan la independencia. Esta fragmentación ideológica ha debilitado el proyecto soberanista en momentos clave, cuando lo que más se necesita es cohesión.

En Catalunya, insistir en debates ideológicos o en un federalismo que nunca llegará es, como se suele decir, "poner el carro delante de los caballos". La izquierda catalana debe reenfocar su energía hacia el objetivo principal: la independencia. Una vez logrado un Estado propio, será el momento adecuado para debatir, en igualdad de condiciones y con plena soberanía, qué tipo de sociedad se quiere construir. Pero si se sigue invirtiendo tiempo y recursos en luchas ideológicas internas o en un encaje federalista, el proyecto independentista seguirá debilitándose.

La lucha por la independencia no pertenece a un solo espectro político. Es un derecho colectivo de autodeterminación que debe ser inclusivo y transversal, uniendo a todas las sensibilidades políticas bajo un objetivo común. Solo así se podrá crear un Estado para todos los catalanes, independientemente de sus creencias o ideologías.

Es fundamental que la izquierda catalana entienda que la lucha por la independencia no pertenece a un solo espectro político. Es un derecho colectivo de autodeterminación que debe ser inclusivo y transversal, uniendo a todas las sensibilidades políticas bajo un objetivo común. Solo así se podrá crear un Estado para todos los catalanes, independientemente de sus creencias o ideologías. La extrema derecha, por el contrario, busca usar el independentismo como una herramienta de división, y si no se combate esta tendencia con firmeza, se corre el riesgo de perder el espíritu inclusivo y democrático que siempre ha caracterizado la lucha por la autodeterminación.

El movimiento independentista catalán no puede permitir que la extrema derecha o el federalismo mal gestionado definan su futuro. Si el verdadero objetivo es alcanzar la soberanía, la izquierda debe abandonar la ilusión de un federalismo que solo beneficia a sus adversarios y centrarse en la independencia. Solo entonces, en un escenario de plena soberanía, será posible abrir el debate ideológico sobre cómo gobernar el nuevo Estado. Primero la independencia; luego las diferencias ideológicas. Este es el orden de los factores que garantizará el éxito de la autodeterminación.