Nuestra benemérita Administración ha tardado un par de años en difundir la encuesta quinquenal sobre los usos lingüísticos de la población porque a nadie le gusta comunicar desgracias al pueblo. El titular de todo ello, que ya sabía cualquier persona con los tímpanos en orden, es que el uso habitual de nuestra lengua, que ya empezó a minorizarse al 46% en el 2003 y que llegó a un raquítico 36% según el informe del 2018, ha caído al mínimo histórico del 32,6%, todo esto mientras los porcentajes de lengua española se mantienen prácticamente idénticos. No quiero marear a base de datos, ya que en casa somos de letras, pero baste decir que en los últimos veinte años hemos sufrido un descenso de 13,4 puntos porcentuales en el uso del catalán. La numérica, como en otras ocasiones, choca de frente con que un 93,4% de la población entiende nuestra lengua, el 80,4% la sabe hablar, un 81,4% leer y el 65,5% escribir.

Paralelamente, estos mismos datos —en el caso del español— se sitúan prácticamente en torno a un 100%, con lo cual queda sobradamente patente que nuestro país es uno de los lugares privilegiados del mundo donde se puede adoctrinar en la lengua de Cervantes. A pesar de esta disparidad, las cifras precedentes certifican que no habría ningún motivo para que cualquiera de nosotros circulara por el país y, en caso de dirigirse en catalán a un camarero, un médico o un profesor universitario, esta persona no lo entendiera y, por lo tanto, no tuviéramos que cambiar de lengua (supongo que, después de leer esta frase, los lectores barceloneses se han meado de risa). Visto que la encuesta se ha publicado este año, sería bien fácil cargar la maza contra el PSC y Salvador Illa, pero se entenderá que —repasada la cronología— este descenso se ha consolidado durante unos gobiernos autonombrados independentistas.

El conseller que tendría que detener esta sangría, Francesc Xavier Vila, ha querido salvar la colleja monumental aduciendo que —en cifras absolutas— hay 267.000 nuevos "conocedores" del catalán. Pero él mismo, que tiene fama de sociolingüista y catedrático, debe saber que la condición de conocer la lengua no excluye que los nuevos hablantes caigan en la misma categoría de uso habitual que el común de los mortales, lo cual los orientará inexorablemente al español; eso también se certifica en el porcentaje de ciudadanos que sienten como lengua propia el catalán, un escasísimo 30%, superado por el español en un 40,4. Sin embargo, a mi entender, lo más preocupante de todo es que Vila se alegrara del aumento de conciudadanos que se identifican con las dos lenguas (este sí ha crecido, hasta el 14,6%), cuando ¡todos sabemos que es justamente el bilingüismo aquello que nos ha acabado minorizando!

¡En definitiva, lo más trágico de la cuestión es ver como un ser documentado como el conseller Vila acaba defendiendo (e incluso promoviendo!) una versión friendly de la vida bilingüe, escudándose en qué ya está bien que uno se identifique con las dos lenguas, cuando es precisamente la equiparación (falsa!) entre el poder del español y del catalán aquello que ha reducido este último a un 32% de las conversaciones. Hay que repetirlo las veces que haga falta: una lengua no es solamente un medio para comunicarse, sino sobre todo un mercado que compite con otras hablas del mundo y, en el caso que nos ocupa, el descenso del catalán no es imputable ni al aumento de ciudadanos extranjeros ni a los expats que llenan nuestras ciudades, sino al hecho de que incluso nuestra Administración tolera e incluso fomenta el hecho de que se puede vivir perfectamente en Catalunya sin dominar la lengua propia. El enemigo, al límite, lo tenemos en casa.

¡Todos sabemos que es justamente el bilingüismo aquello que nos ha acabado minorizando!

Hoy por hoy, y ante políticos de apariencia independentista que parecen orgullosamente bilingües, solo nos queda mantener el catalán cueste lo que cueste (porque no hemos venido al mundo para hacernos los simpáticos) y denunciar cuando se nos prive de este derecho inalienable en ámbitos como la medicina y el pequeño comercio. Todo esto, solo faltaría, rezando para que la Administración empiece a contratar profesores de catalán formados el máximo posible, lo cual tendría que pasar por un sistema de becas que premie a los mejores estudiantes de bachillerato y de universidad a fin de que se dediquen a estudiar la lengua, también por garantizar a los profesores con conocimientos deficientes una buena red de espacios gratuitos de formación lingüística y, ya que estamos, por asegurar que los profesores (¡y cualquier otra profesión pública!) que se contraten de ahora en adelante tengan bien clara la obligación de dominar el catalán.

Todo esto es posible, no necesita una conselleria orgullosamente bilingüe, y tiene unos requisitos presupuestarios más que asequibles. Solo hay que quererlo o, en caso de continuar así, la siguiente encuesta de usos ya la podremos publicitar directamente en español.