1. Las filias y las fobias son obsesiones. La única alternativa a la irracionalidad es recurrir a la ciencia. La opinión está sobrevalorada. Todo el mundo tiene una opinión sobre cualquier cosa y la defiende con pasión. Da igual si no tiene ningún fundamento o las evidencias la desmienten. La opinión es la opinión y a veces se puede dar el caso que alguien defienda una posición y actúe en contra de su propia opinión. Basta con tener mucha cara y pocos escrúpulos. El pasado sábado me asaltaron este tipo de pensamientos mientras estaba sentado en una de las butacas del Teatre Lliure del Mercat de les Flors. Estrenaban una reposición de la obra Un enemigo del pueblo (1882) del clásico noruego Henrik Ibsen (1828-1906), dirigida por el alemán Thomas Ostermeier (1968) con una dramaturgia del también alemán Florian Borchmeyer (1974). La nacionalidad que tenga cada uno quizás no interese, pero tiene su cosa si hacemos caso de Espriu y a su deseo de trasladarse hacia el norte, hacia el norte, en donde dicen que la gente es limpia y noble, culta, rica, libre, despierta y feliz. Ahora ya sabemos que quizás no es necesariamente así. El tiempo en que vive cada cual sí que determina la mirada.
La obra es un debate permanente entre la verdad, la transparencia y los intereses malévolos de la política, el capital... y el periodismo. En esta versión, Ostermeier utiliza un recurso escénico muy efectista que consiste en convertir la platea en un circo para poner de relieve la esencia de la obra: los miedos de las clases medias al futuro. Al director alemán no se le podría haber ocurrido un recurso mejor que encender las luces de la sala y estimular al público para que opinase sobre el mitin que acababa de dar el Dr. Thomas Stockmann. El doctor clamaba contra los intereses que esconden la verdad de las cosas, tomando como ejemplo el ocultamiento de las aguas contaminadas del balneario del que él era médico. A la gente le das un micrófono y se suelta sin ningún pudor. Aunque las tonterías sean de padre y muy señor mío. Y esto es lo que ocurrió el sábado al atardecer. La pequeña burguesía catalana se entusiasmó con el alegato de Ibsen a favor del individuo quijotesco frente a la mayoría corrupta. En el caso de que tuvieran conocimiento de ello, lo que no sé es si los espectadores, una vez en casa, reaccionarán como el gran poeta catalán Joan Salvat-Papasseit, que en 1917 fundó una revista cuya cabecera era el nombre de la obra y el subtítulo: hoja de subversión espiritual. Me da que no. En la sala noté mucho postureo y poca subversión.
2. El fracaso de las clases medias. Las frustraciones de la clase media son un clásico, como Ibsen. Marx no tenía muy buena opinión de ella. De la pequeña burguesía, digo. La acumulación de capital lleva a la acumulación de miseria y el pequeño burgués es incapaz de competir, hablando de nuestro tiempo, con las grandes corporaciones. La pequeña burguesía es una clase llamada a desaparecer —aseguraba Marx— al caer en el proletariado la mayoría de sus individuos y pasando a aumentar la clase capitalista, los otros. La predicción marxista se ha cumplido solo en parte. La clase media va estrechándose porque cada vez es más pobre. Se sostiene, sobre todo, porque sus hijos se han convertido en funcionarios, lo que incluye médicos y profesores universitarios, o bien viven de las subvenciones y los contratos que les proporcionan las administraciones públicas. Ante un panorama como este, el miedo se apodera de la mayoría cuando la crisis despunta y el gasto público disminuye.
La pequeña burguesía es una clase llamada a desaparecer —aseguraba Marx— al caer en el proletariado la mayoría de sus individuos y pasando a aumentar la clase capitalista, los otros
Y el miedo puede expresarse de muchas maneras. Una es la que vi en la platea del Teatre Lliure. La mayoría del público votó brazo en alto (incluyendo un ministro del gobierno que acaba de aprobar una subida del gasto militar) a favor de la denuncia del Dr. Stockmann contra el sistema capitalista corrupto, especulador y embustero. Es la posición de la minoría culta que se desplaza a Montjuïc para asistir a un espectáculo de Festival Grec de este año. La otra reacción es la respuesta de los encuestados —falta ver a qué grupo pertenecen— a la pregunta sobre si había que aumentar o no el gasto militar español en una encuesta del CIS del mes de marzo. El 47,3 % estaba a favor de un mayor gasto militar para afrontar “futuras amenazas”. El 34,4 % pensaba que el presupuesto de defensa no tenía que variar y el 12,2 % abogaba por reducirlo. El “no a la guerra” de 2003 sigue siendo consistente, pero el reclamo de seguridad es hoy central en la agenda política, precisamente por los miedos de la clase media. Es la mayoría de la OTAN, sí.
3. La nueva guerra fría y la OTAN. No se dejen engañar por las apariencias. La llamada nueva guerra fría, un mal nombre para resumir la situación actual, no es tan solo ideológica, como se supone que lo era en 1945. Hoy en día, más que en el pasado, la confrontación es económica y geoestratégica. La reactivación de la OTAN es la punta de un iceberg que esconde la disputa real entre el mundo digamos occidental y China. El partido comunista chino ha conseguido lo que no consiguió el PCUS: combinar una dictadura de partido con la aparición de una clase media, contraviniendo todos los principios marxistas, más o menos opulenta. Bienestar a cambio de silencio y sumisión, sería el resumen. Además, China ejerce su influencia mundial con inversiones económicas. A los mandatarios chinos no se les ocurriría invadir Hungría o Checoslovaquia, como hicieron los gerifaltes de la URSS, en 1956 y 1968, respectivamente. La influencia de China sobre los otros estados BRICS (Brasil, Rusia, India y Suráfrica) es más eficaz que invadir Ucrania, como ha hecho Rusia.
En algunas universidades de los EE. UU. se plantean vetar la entrada de estudiantes chinos. Las autoridades políticas y académicas se dieron cuenta de que la presencia masiva de estudiantes chinos en los estudios tecnológicos y científicos formaba parte de una estrategia del gobierno del partido comunista. Los estudiantes orientales, que disponían de unas becas sustanciosas para estudiar en el MIT, Stanford o en Harvard, aprendían de la tecnología “occidental” para replicarla después, una vez doctorados, en los laboratorios y fábricas chinas. Es una estrategia inteligente y que daría para que Eric Jones escribiera un nuevo libro, pero en dirección contraria, sobre los milagros económicos como el que escribió en 1982 para plantear cómo Europa se había beneficiado de los inventos tecnológicos asiáticos. Es probable que, si Ostermeier pudiera estrenar su obra en un teatro chino y usara el recurso de preguntar al público de la platea, no lo pudiera hacer. Se lo prohibirían los comunistas que, en 1989, mientras se hundía la URSS, machacaron a la clase media estudiantil que, después de su paso por los EE. UU., reclamaba libertad en la plaza Tiananmén.