La propiedad privada no constituye para nadie un derecho incondicional y absoluto. Tiene una “función social”, y no es un derecho absoluto desvinculado de las necesidades de la comunidad. No lo proclama en un manifiesto un partido político con convicciones comunitarias, sino que es el texto de una encíclica escrita por un Papa de Roma, en concreto Pablo VI en Populorum Progressio, publicada en 1967.
“Si alguien tiene bienes de este mundo y, viendo a su hermano en necesidad, le cierra las entrañas, ¿cómo es posible que resida en él el amor de Dios?”. “No es parte de tus bienes —dice San Ambrosio— aquello que das al pobre; aquello que le das le pertenece. Porque aquello que ha sido dado para el uso de todos, tú te lo apropias. La Tierra ha sido dada para todo el mundo y no solo para los ricos”. No hay ninguna razón para reservarse en uso exclusivo aquello que supera la propia necesidad cuando a los otros les falta lo necesario. En una palabra: “el derecho de propiedad no tiene que ser nunca ejercido con detrimento de la utilidad común, según la doctrina tradicional de los Padres de la Iglesia y de los grandes teólogos”. Si se produjera un conflicto “entre los derechos privados adquiridos y las exigencias comunitarias primordiales”, corresponde a los poderes públicos “buscar una solución con la participación activa de las personas y de los grupos sociales”. Son afirmaciones del Papa Montini, que defiende que si bien la propiedad privada es legítima, su uso tiene que estar orientado hacia el bien común y no solo hacia el interés personal.
La propiedad privada no es un derecho incondicional y tiene que ser ejercida de manera que responda a las exigencias de la solidaridad social y de la justicia económica
La afirmación no es una frivolidad: dice que la propiedad privada no es un derecho incondicional y que tiene que ser ejercida de manera que responda a las exigencias de la solidaridad social y de la justicia económica. Eso quiere decir que aquellos que tienen más bienes o recursos tienen una responsabilidad especial hacia los otros, especialmente los más necesitados. El Papa insiste en que la diferencia entre ricos y pobres no tiene que ser vista como una condición inmutable, sino como un reto para la sociedad y los Estados, que tienen que trabajar para erradicar las desigualdades.
En este texto olvidado de la Doctrina Social de la Iglesia, el Papa escribía que el derecho a la propiedad tiene que ser moderado por un principio de destinación universal de los bienes. Todo lo que la Tierra y los recursos proporcionan tiene que ser accesible para todos, no solo para una minoría privilegiada. Son para todo el mundo, independientemente de las condiciones económicas o sociales. El Papa Pablo VI puso énfasis en la necesidad de construir una sociedad más solidaria y justa, donde la propiedad no sea solo un medio para el beneficio personal, sino también un instrumento para la construcción de un mundo más equitativo y solidario. Pablo VI no es conocido como referente de las izquierdas progresistas. Y no lo será porque no queda bien, dentro de algunos ambientes, recurrir a las palabras de un Papa. Hay excepciones muy interesantes, políticos que saben distinguir el grano de la paja, y que con honestidad intelectual, si tienen que citar a un Papa, lo hacen. Hay políticos de este tipo en diferentes partidos de izquierdas. Pero son muy pocos. En algunos ambientes políticos se bendice de manera acrítica todo lo que proviene de algunas religiones, que parecen más simpáticas o interesantes. Los prejuicios nos ciegan. Hay mucha doctrina progresista en un Papa como Pablo VI (que escribe una encíclica sobre el progreso), y mucha regresión y estrechez de miras entre militantes que nunca lo leerán. Porque es un Papa. Aunque hable más claro que sus líderes sobre los límites de la propiedad.