El día de la constitución del pleno del Parlament de Catalunya, Mar Besses, diputada de Jovent Republicà, lucía una camiseta negra con las palabras "orgullo antifascista" impresas en medio del pecho. El país tiene un gusto exquisito por la ironía, y resulta que, después de la votación interna de las juventudes políticas de ERC, Mar Besses tendrá que votar a favor de la investidura de Salvador Illa, el hombre del PSC que el 8 de octubre de 2017 se manifestó con PP, Ciudadanos y Vox por las calles de Barcelona. Es el mismo Salvador Illa que se convertirá en president de la Generalitat de Catalunya —de momento, con el PSC en el Govern en solitario— mientras los partidos independentistas agotan las últimas fuerzas de su dinámica autodestructiva. Así, basta con entrar en el perfil de la Wikipedia del presidenciable para entender de qué pasta es de la que está hecho el hombre que encabezará el país.

Salvador Illa lleva años dando brincos de un sitio a otro —de una institución a otra— auxiliado por la malla de poder que, incluso en los momentos más críticos, el PSC ha logrado mantener en algunos sectores concretos. Estaba cuando Pere Navarro se encontró entre la espada y la pared con el impulso del procés y se tuvo que sacar de la manga el duende del federalismo para ganar espacio ideológico; estaba cuando, después de la oleada de bajas de los catalanistas históricos, Miquel Iceta intuyó que era el momento de cincelar el giro españolista sin resistencias; estaba cuando el gobierno de Mariano Rajoy aplicó el 155 para parar la locura independentista, y esta vez no solo estaba, sino que afirmó que la intervención había llegado tarde. Que él, personalmente, la habría aplicado mucho antes.

Solo un hombre profundamente autoritario sería capaz de vanagloriarse de la "paz" alcanzada en Catalunya por medio del 155 y el poder judicial en nombre de la democracia

Con Salvador Illa cuesta saber si su españolismo es consecuencia de su ansia de poder, es decir, si es una herramienta estratégica a favor de sus anhelos personales, si al fin y al cabo es una falta de escrúpulos monumental para saciar un deseo interior cuyas causas solo entreveríamos con psicoanálisis, o si el momento histórico se ha ido configurando de manera azarosa hasta señalarlo como bueno y deseable. Si se ha ido abriendo paso entre el electorado a medida que los partidos independentistas perdían comba, cautivos de sus propios errores, o si ha contribuido a su destrucción interesadamente. Si Salvador Illa ha sido lo bastante paciente a lo largo de su amplia carrera de partido como para hacer un acto de fe y creer que, como el independentismo no era un buen proyecto para Catalunya, se acabaría echando a perder, o si el camino a la presidencia ha sido hecho de cinismo y mezquindad. Cuesta saber hasta dónde hay cálculo estratégico y resiliencia y hasta dónde hay impudicia. O costaría saber, vaya, si no fuera de nuestro país, de lo que hablamos.

El perfil de hombre de orden ha convertido a Salvador Illa en el sicario perfecto del españolismo en Catalunya. No hace falta tener una perspectiva de la vida política del país vastísima para saber que ERC y Junts están al final de su toma y daca histórico: del "puta Convergència" contra el sentido de propiedad de las instituciones de Junts, ha acabado saliendo vencedor el PSC. Evidentemente, los defectos ideológicos de base del movimiento independentista y la manera como sus partidos han corrompido la idea de independencia han servido para labrar camino. Siendo eso así, sin embargo, solo un hombre profundamente autoritario sería capaz de vanagloriarse de la "paz" alcanzada en Catalunya por medio del 155 y el poder judicial en nombre de la democracia. Salvador Illa ha llegado a la presidencia con el tablero trucado, con ERC validando el truco en la Generalitat y Junts en la Moncloa. No ha sido paciencia, ha sido la contención justa y equilibrada del afán de poder de quien sabe que sale a jugar con la baraja de cartas marcada. Al final, todos los nacionalismos de Estado se parecen porque todos tienen una mayor capacidad de dominio a su disposición. Salvador Illa conoce el equipo en el que juega y encaja las contradicciones con deportividad, que es como en política se llama a la frivolidad. Sin embargo, con todo esto a favor, y con la idea de independencia —que desde 2012 arrinconó al PSC— profundamente desprestigiada, Illa todavía ha tenido que depender de la chica con la camiseta del orgullo antifascista para ser investido.