Basta con ver la quincena de tuits de Gabriel Rufián —unos acusando a Junts de socio de Vox y otras delicias, y otros recogiendo cable después de hacerse público el acuerdo de estos con el PSOE— para entender que Junts ha obtenido un éxito político. Gobernar a base de leyes ómnibus no es lo más recomendable, sobre todo si gobiernas en minoría. Pero seguramente Pedro Sánchez contaba con otra certeza: resistir a la presión social que implica oponerse a una subida de pensiones es complicado. En política, tener paciencia, "saber soportar los males con fortaleza, sin lamentarse", que es como la define el diccionario, es una virtud. Lo ha sido siempre, pero actualmente cotiza muy a la baja. La inmediatez de todo no ayuda. No ayuda el comportamiento cada vez más caprichoso de la sociedad; no ayuda la presión de las redes sociales —que tal y como sube, baja—; no ha ayudado el "tenemos prisa", y no ayuda la simplificación intelectual de muchos políticos. Que en muchos casos responde a su poca preparación y carencia de conocimientos, pero también a la necesidad de simplificarlo todo a una dicotomía que permita situar inmediatamente cada cuestión dentro de un esquema de valores que refuerce la polarización. Eres de derechas o de izquierdas, woke o fascista, machista o feminazi, etc. Este patrón de comportamiento tan aburrido, propio de intelectos más bien pobres, dificulta mucho la negociación y el acuerdo, actitudes troncales del ejercicio de la política. Pero hace algo peor: banaliza unas palabras que todo el mundo debería tratar con cuidado por el gran daño que han significado en la historia de la humanidad. Soportar todo esto a cada paso es necesario si se quiere avanzar, pero se hace pesado, requiere paciencia.

Muchos vivirán a caballo de un maniqueísmo que da réditos a unos y otros, pero esto no es bueno; habrá que tener paciencia

El diccionario dice también de la paciencia que es la calidad de quien soporta con calma la espera de algo que tarda. Me refiero al exilio independentista, evidentemente. Y a la estrategia de aislamiento que muchos partidos quieren aplicarle. En la negociación con el PSOE sobre la ley ómnibus, Carles Puigdemont también ha obtenido un éxito político. Porque a pesar de tener todos los argumentos del mundo para estar indignado con todos los incumplimientos del gobierno español, ha negociado políticamente. Priorizando el interés general por encima del particular —que, insisto, humanamente sería muy comprensible— ha alcanzado un acuerdo positivo para el país —a pesar de no gobernar— y para Junts per Catalunya —a pesar de llevar más de siete años en el exilio—.

La victoria de Trump en Estados Unidos marcará un cambio de época porque hará saltar por los aires la agenda política internacional de las últimas décadas. Muchos vivirán a caballo de un maniqueísmo que da réditos a unos y otros, pero esto no es bueno. Habrá que tener paciencia. Entender que más allá de las ocurrencias de unos y otros hay elementos fundamentales a defender. Soportar de nuevo el infantilismo de nuestro país, donde, por ejemplo, se utiliza el Parlament para opinar del propietario de la red X. Se necesitará paciencia para no distraerse con el ruido y centrarse en temas clave que afectan a las personas, a la nación, a Europa y a los valores fundamentales de nuestra civilización. Quizás algunos crean que apostar por la paciencia como virtud política es volver atrás y que no es lo suficientemente moderno. Paciencia.