Saliendo de la basílica de Montserrat, todavía impactados por la belleza y la intensidad de la celebración del inicio del milenario, rodeados por obispos, abades, religiosos, empresarios, rectores, consellers, presidents y por todos los invitados que compartían la magia de sabernos cómplices de un hecho histórico, unos cuantos miembros de la comisión ejecutiva del Patronato de la Montaña de Montserrat buscábamos al padre Ignasi. Por su condición de mayordomo de Montserrat, el padre Ignasi Fosses representaba el monasterio en el Patronato y había compartido con nosotros reuniones y trabajo. Uno de los regalos inesperados de este inicio de celebración del Milenario había sido su nombramiento, un par de días antes, como abad presidente de la institución que engloba todos los monasterios de la congregación Sublacense-Montecassino, la más importante de la orden benedictina. Tiene presencia en veinticuatro países de cinco continentes, y reúne 64 monasterios, con cerca de 1250 monjes. El nombramiento era inesperado, porque el padre Ignasi no era abad, y tan alta responsabilidad, solo en casos excepcionales, es otorgada por votación a un monje que no es abad. Por eso la comunidad lo tuvo que nombrar abad precipitadamente el mismo día de la inauguración del Milenario, a penas cuarenta y ocho horas después de su elección. Nosotros queríamos abrazarlo antes de que se marchara hacia Roma, donde lo esperan ocho años de viajes por todo el mundo, ya que además de ocuparse de representar a la institución ante la Santa Sede, durante su mandato deberá viajar por todos los monasterios.
El anhelo universal de paz, de esperanza, de confianza en los otros y de amor a Dios que ha ido irradiando el monasterio desde la montaña durante este último milenio, seguirá perpetuándose, mientras hombres como el padre Ignasi, un monje entre muchos otros, le dediquen su vida
Su nuevo cargo era, para todos los que lo conocemos, un motivo de mucha alegría. Seguro que, en buena parte, su elección era un reconocimiento y un regalo del resto de abades de Montserrat. Pero, muy especialmente, era un reconocimiento a su vida ejemplar como monje. Y a su vocación de servicio a los demás, haciendo de médico, de acompañante espiritual, de maestro, o de administrador. Digo eso sabiendo que se enfadará un poco, porque no ha querido ningún tipo de bombo, más allá del litúrgico. En su afectuosa homilía de entronización del padre Ignasi como abad, el abad de Montserrat, el padre Manel, recordó que Ignasi, como buen liturgista, cree que si la liturgia está bien hecha, no hacen falta más palabras. Recordó que, para el padre Ignasi, este nombramiento era una mistagogia, es decir, el último periodo del proceso de iniciación a la vida cristiana. Lo traduciría por la última etapa del camino inacabado que emprendemos los cristianos cuando, contra toda lógica, nos sabemos en manos de Dios, y nos dejamos llevar por los acontecimientos imparables e incontrolables de la vida, mientras hacemos lo que podemos para amar al prójimo. ¡Espero haberlo expresado bien, Ignasi! Creo que así es como te sentías cuando, por fin, te encontramos y nos acogiste con una sonrisa y unos abrazos de alegría y excitación por la nueva aventura que te llevará lejos de nosotros por mucho tiempo. “¡Te echaremos de menos!” Te decía una. “Yo también, me lo he pasado muy bien con vosotros, nos respondías. Supongo que todos los abrazos y todos los comentarios que recibiste aquella noche, y que habías ido recibiendo de todos los que te conocen y comparten vida, plegaria y trabajo contigo, decían lo mismo.
El otro día me hizo ver mi mujer (pensaréis que menudas conversas más extrañas tenemos) que el "Padre nuestro" lo rezamos en primera persona del plural (“Venga a nosotros tu reino, perdona nuestros pecados”). El “nosotros” es importante. Una parte del “nosotros”, los de la comisión ejecutiva del Patronato de la Montaña, pudimos abrazar a Ignasi y hacernos una última foto, antes de su partida. Montserrat inicia también una nueva partida hacia los próximos mil años. Este era el mensaje que el abad y el prior, inestimables conductores del acto de inauguración, nos habían enviado a los que, dentro y fuera de la basílica, nos habíamos reunido para celebrarlo. El anhelo universal de paz, de esperanza, de confianza en los otros y de amor de Dios que ha ido irradiando el monasterio desde la montaña durante este último milenio, seguirá perpetuándose mientras hombres como el padre Ignasi, un monje entre muchos otros, dediquen su vida. Nunca los hombres de buena fe, y particularmente los catalanes, les estaremos lo bastante agradecidos. Son pequeños eslabones, pequeñas señales de un misterio que, cuando te acercas a la montaña, puedes respirar. Al acabar este primer acto del Milenario, al padre Ignasi le toca, como abad presidente, visitar monasterios y poner paz. A cada uno de “nosotros” la vida nos tiene reservada una pequeña parte de camino para compartir. Y todos tendremos siempre Montserrat, la Virgen, el monasterio y monjes como el padre Ignasi para acoger nuestro peregrinaje vital.