En los mamíferos, es obvio que la salud materna es crucial para la salud del feto y, por lo tanto, un buen estado de salud y una alimentación equilibrada de la madre inciden positivamente en la salud de los bebés. Pero, aparte del embarazo, como el ovocito contiene material de reserva de la madre, proteínas específicas e información genética en forma de RNA, este buen estado de salud y la alimentación sin ninguna carencia es también importante antes del embarazo. Otro de los factores maternos que últimamente están recibiendo mucha atención es la microbiota, particularmente, la microbiota intestinal, es decir, los microorganismos que habitan en nuestro intestino. Si lo pensamos, tiene lógica que el buen funcionamiento del órgano de nuestro cuerpo encargado de absorber los alimentos de forma selectiva que, además, constituye una primera barrera al exterior y está habitado por colonias de diferentes tipos de bacterias sea muy relevante. De hecho, la interacción microbiota-células del intestino determina el bienestar intestinal, y la producción de ciertos metabolitos y hormonas se inician en esta interacción. La concentración en sangre de neurotransmisores, como la serotonina, depende del llamado eje intestino-cerebro, que podríamos ampliar a microbiota-intestino-cerebro. Como en otros artículos os he explicado, en torno a 2 kilogramos de nuestro peso son debidos a la microbiota, y cuando hablamos del genoma de una persona, quizás tendríamos que incluir los millones de genes que nos aportan los genomas de millones de bacterias muy diferentes.
Se llama disbiosis (o disbacteriosis) al estado en que la composición de la microbiota no está equilibrada y causa efectos, que pueden ser relevantes, sobre su huésped. Una infección bacteriana como ahora el tifus, el cólera o la salmonelosis descompensan nuestra microbiota intestinal, causando irritación, inflamación y diarreas graves, que pueden acabar en deshidratación grave y la muerte. Sin llegar a estos extremos, hay medicamentos que afectan a nuestra microbiota intestinal, como, por ejemplo, cuando tenemos infecciones en otros órganos o tejidos del cuerpo y tomamos antibióticos orales o sistémicos, que afectan entonces también a nuestras bacterias que son beneficiosas. Por eso, intentamos ayudar a la repoblación de nuestra microbiota tomando probióticos.
Hace unos meses, se determinó que la microbiota intestinal tenía un efecto muy importante también en hembras de ratón embarazadas, en particular, afectaba al desarrollo de la placenta, que deriva siempre del embrión y, por eso, durante el parto, se expulsa, porque no forma parte de la madre, aunque durante la gestación ha sido la interfaz de conexión entre el feto y la madre. Este estudio que menciono determinó que la disminución de la microbiota intestinal materna causaba un menor crecimiento de la placenta y, por eso, había menos circulación hacia el feto, alterando su crecimiento. Había una grave desregulación metabólica. El efecto de la microbiota en este caso parecía estar mediado por ácidos grasos de cadena corta, un tipo concreto de grasas que la microbiota intestinal ayudaba a producir en las cantidades adecuadas en la madre.
El estado de la microbiota del padre es importante también para la salud fetal y la supervivencia de los recién nacidos, en ratones
Pues bien, un artículo recién publicado demuestra que la relevancia de la microbiota intestinal sobre la salud fetal no solamente es importante con respecto a la aportación materna, sino que también es importante con respecto a la aportación paterna. Es decir, el estado de la microbiota del padre es importante también para la salud fetal y la supervivencia de los recién nacidos, en ratones. En este estudio, los investigadores causan una disbiosis intestinal en ratones macho suministrándoles oralmente antibióticos. Para asegurarse de que el efecto es solo en la microbiota intestinal, los antibióticos no se pueden absorber por el intestino y, por lo tanto, ejercen su efecto exclusivamente en el tubo intestinal, porque no pueden penetrar en el cuerpo ni llegar a la sangre. Después de 6 semanas de tratamiento, analizan la composición de la microbiota por secuenciación de su DNA y confirman que está muy alterada. Entonces, dejan que los machos puedan montar a hembras que no han sido tratadas, y analizan qué impacto tienen sobre sus descendientes. Los ratoncitos que nacen son más enclenques, es decir, pesan menos, y algunos mueren perinatalmente. Como las parejas de macho y hembra comparten jaula, se pensó que quizás la disbiosis intestinal del macho se transmitía a la hembra, que podría lamer o ingerir el excremento del macho, cambiando su microbiota. Para comprobar que este no era el caso, obtuvieron el semen de los machos tratados con antibióticos y fecundaron a las hembras por inseminación directamente en el útero. El efecto era el mismo, demostrando que pasaba algo en el esperma de estos ratones. Analizando los ratones descendientes se observó que la placenta era mucho más pequeña de lo normal, poco vascularizada y eso explicaba su menor tamaño cuando nacían, lo cual dificultaba la supervivencia de algunos de los descendientes, que morían. Sin embargo, el análisis de la microbiota intestinal de estos ratoncitos era indistinguible del de los ratoncitos hijos de padres no tratados.
Entonces, los investigadores analizaron a los padres macho, tratados con antibióticos durante este tiempo. Recordemos que eran 6 semanas de tratamiento, con respecto al ciclo de producción de esperma en ratón, que es de 5 semanas (desde que las espermatogonias en los testículos empiezan a dividirse, hasta producir espermatozoides). Los testículos de estos machos eran más pequeños y producían menos esperma. La secuenciación del DNA del esperma no mostró ningún cambio genético. En cambio, la secuenciación de los ratoncitos hijos demostraban expresión diferencial de muchos genes metabólicos a causa de cambios epigenéticos, particularmente debidos a la diferente expresión y concentración de microRNAs (unos reguladores epigenéticos). Los cambios epigenéticos se transmitirían vía esperma a una nueva generación —la de los hijos—, pero nos podemos preguntar: ¿son cambios para siempre? La respuesta es que no, estos cambios eran temporales, ya que si después de las 6 semanas de tratamiento con antibióticos, se les sacaba el tratamiento y se dejaban pasar 8 semanas más (hasta la recuperación de la microbiota intestinal al estado y composición pretratamiento), los nuevos descendientes no presentaban ninguna diferencia con los ratones que no habían sido nunca tratados. Es decir, se habían anulado los cambios epigenéticos de la nueva producción de espermatozoides cuando ya hacía unas semanas que estaban en condiciones normales, ya que estos cambios epigenéticos eran reversibles.
¿Cómo la composición de la microbiota intestinal puede tener este efecto tan relevante sobre la producción de esperma y sobre los descendientes que resulten? Los investigadores no lo saben todavía, solo observan que hay una alteración importante de esfingolípidos, otro tipo de grasas muy importantes para las membranas celulares. Surgen, por lo tanto, nuevas preguntas. ¿Cuál es el efecto real de la microbiota sobre la producción de esperma? Y con respecto a nosotros, ¿este efecto de la microbiota intestinal sobre la calidad del esperma, también aplica a humanos? No tenemos tampoco respuesta a esta pregunta, aunque siendo mamíferos, es una posibilidad razonable. Hace falta mucha más investigación, pero ahora sabemos que para el buen crecimiento del feto en mamíferos, al menos con respecto al ratón, ¡tanto la composición equilibrada de la microbiota materna como de la paterna son muy importantes!