En un gesto audaz —ya veremos si suicida— Sánchez, Pedro, convocó el lunes, antes de las 24 horas de haber cerrado los colegios por los comicios que los franceses denominan administrativos, elecciones generales para el 23-J(ulio).
A pesar de manifestar cierto contentamiento con la boca pequeña, el hecho es que coge a todo el mundo con el paso cambiado, incluso a algunos ya sin paso para siempre. Uno de los reproches de los políticos institucionales más extendidos es la fecha en (relativas) plenas vacaciones. Como si votar, la fiesta de la democracia —¿recuerdan?—, fuera algo que se hace solo en horario de oficina. Las elecciones se anuncian y se convocan en directo, y no a la pepera, en diferido. Y las elecciones o se anunciaban el lunes o el estertor habría sido insoportable. Si resulta un gobierno posible y mínimamente estable, no se volverán a repetir y no torpedeará la presidencia española de turno de la UE. Si no hay obstáculos, el nuevo gobierno, aunque, quizás, con el mismo presidente, podría estar constituido antes del 15 de agosto. Si hay que repetir los comicios, nuevo gobierno por Santa Lucía, como pronto.
Estas elecciones generales tienen un efecto secundario muy relevante. Así es: influirán decisivamente en la formación de los gobiernos locales más importantes —Barcelona, al frente— y de muchos gobiernos autonómicos. El PP querría que su inevitable, y nada indeseada, alianza con la genuina extrema derecha se retrasara, pero a esta no le interesa que se le pase el arroz. Al contrario, le interesa marcar perfil cuanto antes. Por otra parte, intentar sustraer España —de momento con las excepciones de Catalunya, País Vasco y Galicia— de la ola de profundidad del parafascismo que invade Europa, empezando por las modélicas democracias nórdicas (o eso nos decían), no será una tarea fácil y, en todo caso, requerirá el ineludible compromiso de las nacionalidades históricas.
Será muy difícil poner de acuerdo en el tablero local a los contrincantes en el tablero de las generales, donde se prevén unos enfrentamientos que dejarán en un juego de niños los malos momentos que nos han deparado las municipales
Echemos una ojeada al panorama barcelonés con el raquítico triunfo, pero que puede ser decisivo, de Trias —no, como él expresamente ha reiterado, de JuntsxCat—. Hay dos posibilidades de gobernanza en la capital. Una con Trias, que tiene dos vías para ser el primer magistrado de Barcelona. Lo puede ser en absoluta minoría, una vez ningún candidato obtenga mayoría absoluta y se alce con la alcaldía la lista más votada —la suya—. Puede ser, también, alcalde Trias si hay un pacto de la sociovergencia, es decir, entre él y Collboni, que da la cifra mágica de la mayoría absoluta, 21 escaños. Que Collboni se tenga que tragar sus palabras de que quien pierde se va a la oposición no es un sapo ni siquiera medianito para un político permanente en la escena pública. Experiencia de segundo de a bordo ya tiene.
La otra alternativa es un alcalde diferente de Trias. Este nombre tendría que salir del pacto entre PSC-EnComú-ERC con los que sean en el momento del pacto primeros de lista. Este pacto daría una mayoría de 25 escaños, es decir, una holgada mayoría para gobernar si se acuerda un programa realista y factible. Que no sea alcalde quien gana las elecciones, en un sistema parlamentario, es la cosa más normal de mundo. Que se lo pregunten, por ejemplo, a Ernest Maragall. O recuerden la admirada serie Borgen, que se elevó a prototipo de la política en mayúsculas.
Pero estas dos grandes alternativas pueden quedar frustradas por la convocatoria de las generales. Hacer pactos entre adversarios no ya inminentes sino absolutamente coetáneos supone un ejercicio de contorsionismo político seguramente imposible. La lista unitaria que propone ahora Junts —¿en nombre de Trias también?—, ya rechazada casi al instante por ERC, nació muerta, ya que no era creíble seis meses después de la salida del gobierno de coalición y el ritual de descalificaciones de todo tipo de Junts hacia ERC —sin olvidar alguna sonora retorsión—. Las actas del Parlament y las redes sociales, en especial Twitter, son testigo de ello.
Por otra parte, el frente común que propuso ayer el president Aragonès tampoco deja demasiado margen a su implementación, vista su indefinición. Más allá de un gesto simbólico de cierto unitarismo soberanista, suena, precisamente por la necesidad de formalizar los pactos municipales antes del 17 de junio, a vacío y, seguramente, o no era necesario o requería una concreción digna de la situación de emergencia que se dice que lo motiva.
Así las cosas, cuando menos aquí, la constitución de ayuntamientos —no tanto de las diputaciones— está en el aire hoy más que ayer. En efecto, será muy difícil poner de acuerdo en el tablero local a los contrincantes en el tablero de las generales, donde se prevén unos enfrentamientos que dejarán en un juego de niños los malos momentos que nos han deparado las municipales. Habrá que hacer de la necesidad virtud. ¿Lo sabrán hacer nuestros representantes?