El próximo domingo 9 de junio estamos convocados a las urnas para escoger a nuestros representantes en el Parlamento Europeo. Estas votaciones tienen lugar cada cinco años y, en parte, condicionan el futuro político, cultural, social, económico, organizativo y defensivo de buena parte del continente europeo.

En 2019 la participación en el conjunto del Estado español fue del 60,7%, en buena parte a causa del hecho de que se hizo coincidir el día de la votación de las elecciones en el Parlamento Europeo, con el día de votación de las elecciones municipales, mientras que en el conjunto de la Unión fue solo del 50,7%; aún y así, superior a la de 2014. Este año, vuelven a estar solas en el calendario electoral, y después de elecciones casi seguidas en los parlamentos de las comunidades autónomas del País Vasco y de Catalunya, todo hace prever que el nivel de participación volverá a ser bajo. ¿Quizás sería bueno preguntarnos, por qué hay este grado de desafección respecto de las elecciones en el Parlamento Europeo? Pues probablemente porque los ciudadanos percibimos como lejanas las instituciones europeas, y estas han hecho méritos para que las consideremos así; o porque consideramos que los déficits democráticos, con respecto al control e impulso de la acción de la Comisión o del Consejo, son bastante elevados; o porque hay un cansancio de campañas electorales reiteradas; o porque los ideales europeos son poco conocidos o son percibidos personalmente como inexistentes; o porque se considera que la burocracia comunitaria es más un freno que un acelerador; o porque…(i aquí cada uno puede poner lo que más le guste). Sea como sea, la baja participación disminuye el precio, en votos, de los escaños, y tiende a favorecer las posiciones más minoritarias, normalmente las más radicalizadas. No se trata de una regla universal, pero es aquello que se intuye desde el sentido común y desde la práctica electoral.

Europa necesita, como cualquier criatura, aire fresco, compromiso en su construcción, ganas de compartir, que se valoren sus éxitos y que se encaren sus retos

Por varias causas, Europa, que está conformada en buena parte por sociedades envejecidas, conservadoras y miedosas, parece tender a dar una mayor presencia a los partidos que representan y presentan ideologías de extrema derecha, es decir, ideologías excluyentes, ofensivas y estatalmente identitarias. Las últimas previsiones indican que el conglomerado de extrema derecha, o de extremas derechas, puede convertirse en la tercera fuerza del hemiciclo en Bruselas y en Estrasburgo, y que puede superar, tranquilamente, los ciento cincuenta escaños. Un hecho que haría muy difícil la convivencia en las instancias parlamentarias europeas y que condicionaría mucho el futuro del continente. A mi entender, en la mala dirección.

Los fundamentos de la Europa comunitaria están en la civilización judeocristiana que ha conformado nuestra manera de pensar, nuestra manera de ser, y nuestra manera de estar en el mundo. Son siglos de una tarea continua, y en zigzag, que ha establecido la ruptura del vínculo entre política y religión; que ha permitido avanzar en el reconocimiento de derechos individuales; que ha procurado, no siempre con éxito, encajar las minorías en las acciones comunes; que ha dotado de estabilidad y de paz, últimamente con sonados fracasos, nuestro continente; que ha servido de escudo y de argumentario contra todo tipo de totalitarismos, sean el nazi-fascista o el comunista; y que había servido para disminuir las desigualdades y para hacer funcionar el ascensor social, gracias a sistemas de protección social únicos en el mundo, y ahora quizás también a equilibrios precarios.

Todo este arsenal protector y fomentador de libertades y de derechos, ahora hay europeos que lo sienten amenazado por una inmigración que consideran masiva; por una demografía adversa; y por unos políticos, de quienes consideran que no se ocupan de sus problemas. Es difícil luchar contra percepciones. Estas percepciones están en el ambiente, pero eso no quiere decir que sean justas, ni ciertas, ni que alguien plantee soluciones reales a los retos planteados. Los hay que prefieren presentar soluciones simples a temas complejos; que prefieren buscar chivos expiatorios (de etnia, religión o grupo) antes que reflexionar sobre las responsabilidades individuales; que prefieren el trazo grueso al fino; que son profetas de catástrofes, en lugar de propulsores de actividad y de vida. Libraos de estos apocalípticos, de estos apóstoles del blanco y negro, de estos impulsores de divisiones, de estos falsos defensores de esencias, por otra parte, ya periclitadas.

Europa necesita, como cualquier criatura, aire fresco, compromiso en su construcción, ganas de compartir, que se valoren sus éxitos y que se encaren sus retos. El 9 de junio podemos situarnos en el lado de la oscuridad o de la luz, por tenue que sea. ¡La paja va cara, aportamos luz a la oscuridad que viene!