El Gobierno español ha propuesto esta semana la restricción del uso de los teléfonos móviles en los centros educativos. La idea va dirigida a prohibir totalmente el uso para los alumnos de primaria, y en los centros de educación secundaria, la limitación se aplicaría dependiendo de la posible utilidad para proyectos concretos en cada centro.
Una propuesta que, debido a la competencia educativa asumida en cada comunidad deberá ser debatida en los territorios y, en su caso, desarrollada legislativamente.
La ministra de educación, Pilar Alegría, quiere estudiar este asunto en el Consejo Escolar estatal, del que forman parte representantes del profesorado, de las familias y de los estudiantes.
Hasta ahora, cuatro han sido las comunidades autónomas que ya han puesto en marcha regulaciones específicas sobre el uso de teléfonos móviles en las aulas: Castilla-La Mancha, Galicia, Andalucía y Madrid. En ellas se ha prohibido el uso como norma general, y solamente se permiten estos aparatos en caso de que sirvan de apoyo al aprendizaje.
En Cataluña, también esta semana, la Generalitat ha pedido que se tomen medidas para restringir el uso en los centros educativos a los estudiantes hasta los 16 años. El Consejo Escolar de Cataluña está elaborando un informe que se presentará el próximo martes en sesión plenaria antes de ser remitido a la Consejería de Educación.
Señalan la importancia de abordar una norma que sea de aplicación general y uniforme en todos los centros educativos y, sobre todo, se centrará en prestar atención a los estudiantes de secundaria, donde el uso de los teléfonos móviles está mucho más extendido y tiene una incidencia directa en la salud mental.
El pasado mes de noviembre se inició un movimiento bajo el nombre "Adolescencia Libre de Móvil", donde se plantean preguntas fundamentales sobre la relación entre la juventud y la tecnología. En Cataluña, el grupo "Adolescència Lliure de Mòbil" pide una regulación clara a Educación para las escuelas, instando a que se alcance un pacto social que limite el uso de los móviles hasta los 16 años.
El informe publicado bajo el título Impacto del aumento del uso de Internet y las redes sociales en la salud mental de los jóvenes y adolescentes elaborado por el Observatorio Nacional de Tecnología y Sociedad (ONTSI) nos muestra que el 11,3% de la población usuaria de Internet entre los 15 y 24 años está ante un riesgo elevado de hacer uso compulsivo de servicios digitales. Una cifra que alcanza el 33% entre las personas con edades entre los 12 y 15 años.
A los alumnos les cuesta concentrarse en el desarrollo normal de una clase, tienen dificultad para abordar un texto sobre el papel, suelen acostumbrarse a elegir lo que les gusta y obviar lo que no les interesa
Son varias las señales que evidencian la importancia del problema que tenemos entre manos (y nunca mejor dicho).
Todos hemos visto a chavales en las plazas, sentados codo junto a codo en un banco mientras cada uno mira la pantalla de su teléfono en lugar de conversar entre ellos. En las terrazas es habitual “anular” la presencia de los más pequeños dándoles un teléfono móvil. Un método que suele ser habitual entre quienes piensan que así dejan a sus pequeños “entretenidos” sin darse cuenta de la cantidad de estímulos negativos que están poniendo ante sus ojos.
El desarrollo de medidas que limiten el acceso de los menores a las pantallas y a los contenidos de internet está ya en marcha a nivel internacional. Sirva como ejemplo la ley que está ahora mismo desarrollando Reino Unido para prohibir el acceso de los menores de 18 años a las redes sociales.
La negatividad de las pantallas tiene efectos múltiples, que también podemos observar en el comportamiento de los más pequeños, tanto en sus procesos de aprendizaje, de relación con los demás, en su estado de ánimo. A los alumnos les cuesta concentrarse en el desarrollo normal de una clase, tienen dificultad para abordar un texto sobre el papel, suelen acostumbrarse a elegir lo que les gusta y obviar lo que no les interesa (en la batalla, basta con saltar a otro contenido), suelen tener acceso a contenidos que no son propios para su edad (y luego aparecen los miedos, las angustias y la falta de herramientas psicológicas para gestionarlos). Añadamos, también, la idea de que “internet todo lo sabe” y que basta con preguntarle a Siri (o Alexa o la que toque) para que te diga “la verdad”.
Hay expertos que señalan la importancia de explicar a nuestros jóvenes la realidad existente y que las pantallas forma parte de ella. En este sentido, consideran que la prohibición sin más no tiene sentido y que, de hecho, puede convertir los terminales móviles en un “oscuro objeto de deseo”, precisamente por ponerlos bajo candado. Consideran que es mucho más interesante aprender a hacer un uso responsable, siendo conscientes de los peligros que conlleva no hacerlo. Obviamente, para ello, los primeros en estar formados deberían ser los docentes y los padres y tutores, que son en la mayoría de los casos quienes necesitan autoevaluar el uso que hacen de sus pantallas.
Nos preocupa (y con razón) el uso de estas nuevas tecnologías en los más pequeños. Pero, ¿nos preocupa el uso que hacemos nosotros mismos? ¿Ha pensado usted la cantidad de tiempo que dedica al día a mirar esta pantalla? ¿Ha pensado usted en la dependencia que ha generado?
Creemos que es una herramienta que nos aporta información, inmediatez en la comunicación, seguridad. Sin embargo, no nos planteamos el nivel de dependencia, la desinformación, y los efectos a nivel biológico tan negativos que genera. Creemos ser conscientes, pero la realidad es que no lo somos de manera suficiente. Seguimos compartiendo fotos en las redes sociales; nos creemos cualquier cosa que nos llega por el teléfono; no somos capaces de contenernos en los grupos compartidos con otras personas, incluso desconocidas; autorizamos que nuestra ubicación quede registrada en todo momento (también la de nuestros hijos), sin ser conscientes de los gravísimos riesgos que esto puede suponer. En definitiva, que como sociedad, tenemos un grave problema (y no solamente son nuestros hijos y estudiantes los vulnerables).
No nos planteamos el nivel de dependencia, la desinformación, y los efectos a nivel biológico tan negativos que genera. Creemos ser conscientes, pero la realidad es que no lo somos de manera suficiente.
Mientras nos alertan sobre los peligros en las aulas, al mismo tiempo, tratan de introducirnos proyectos de “nuevas tecnologías” para el aprendizaje. Y no deja de ser incoherente y realmente disruptivo. El pediatra te recomienda que no expongas a tu hijo a las pantallas y en el cole, te obligan a comprar una tablet para sustituir los libros. Se pasan el día adoctrinándote sobre estas herramientas en las aulas y no son capaces de, por ejemplo, comenzar con cursos de mecanografía y de seguridad en internet (que sería lo básico antes de abrir un ordenador).
Como docente, creo que una pantalla puede servir de apoyo en el proceso educativo. Una pantalla que utiliza el profesor y en la que se muestren contenidos concretos y que sirvan como apoyo, no como único elemento de docencia. Por el momento, soy absolutamente contraria al uso de las pantallas por parte de los menores. Y soy consciente también de que adentrarse en este terreno es complicado, puesto que mueve miles de millones de beneficios económicos, donde tanto gobiernos como empresas privadas están interconectados.
La responsabilidad clave es de las familias, que han de tomarse muy en serio el peligro de internet y las pantallas sin que se haya reforzado una conciencia crítica y analítica. Algo que, por muy bonito que pueda sonar, es precisamente lo que los dirigentes no quieren que desarrollemos como sociedad.
Ser capaces de utilizar una herramienta de manera positiva, que sume y no dañe, depende de quien sepa sacarle el máximo beneficio. Y dudo mucho que los adultos, tanto docentes como políticos y familias estemos preparados para ello.