Tal día como hoy del año 1484, hace 539 años, en Roma, Giovanni Battista Cibo, pontífice de Roma con el nombre de Inocencio VIII, publicaba la bula Summis desiderantes affectibus, que condenaba la brujería como una práctica totalmente contraria al cristianismo y que ordenaba a la Inquisición la persecución y exterminio de todas las brujas de la cristiandad. Aquella medida implicaba la universalización de las leyes de persecución de la brujería que, con anterioridad, ya se habían dictado en algunos países de Europa. La primera ley de persecución de la brujería que se había dictado en el continente europeo había sido en Catalunya: las Ordinacions de la Vall d’Àneu (1424), promulgadas por Arnau Roger IV, conde independiente del Pallars Sobirà.

La persecución que se ordenaba tenía un alcance muy amplio. Se consideraban brujas aquellas mujeres sabias que tenían extraordinarios conocimientos de técnicas que, en la actualidad, forman parte del corpus de la ginecología, de la obstetricia, de la dietética o de la psicología. También aquellas mujeres que tenían un extraordinario conocimiento de la magia, la gestión de las energías humanas, y que oficiaban la liturgia de las religiones ancestrales precristianas que habían sobrevivido a la oleada evangelizadora medieval. Y, también, aquellas mujeres que tenían un conocimiento muy básico de las propiedades curativas o alucinógenas de ciertas plantas, que las recolectaban y comercializaban y que, por necesidad, complementaban esta actividad con la práctica de la prostitución.

Solo en Catalunya, entre 1484 y el primer cuarto del siglo XVII, se produjeron miles de detenciones, interrogatorios y torturas de mujeres acusadas de brujería. En Catalunya —a diferencia de Castilla—, la Inquisición tenía un poder muy limitado, pero las autoridades civiles se lanzaron a la persecución de las brujas con la misma brutalidad. Un caso paradigmático sería la detención y asesinato de las seis brujas de Terrassa (1619), perpetrado por el Consejo Municipal. Durante el siglo XVI y primer cuarto del XVII, en Catalunya fueron asesinadas un mínimo de mil mujeres, si bien todo apunta a que esta cifra solo sería la punta del iceberg de un fenómeno que fue más allá de las ejecuciones oficiales, y que pasaba por la masacre incontrolada de mujeres indefensas.