Si alguno de ustedes me sigue en las redes sociales, ya habrá percibido que considero que una de las industrias más prósperas en nuestra casa es la de la producción de papel de fumar. Los catalanes somos especialistas en su uso, y en el sector independentista/ soberanista/ nacionalista todavía más. Es aquel uso que nos hace ser exigentes con los otros e indulgentes con nosotros mismos, aquel deporte que muchos catalanes practican con fruición y que consiste en decir que la culpa siempre es de los otros. Aquel ademán pontifical del “yo ya lo decía”, aquella reminiscencia infantil que hace que se rehúyan las responsabilidades individuales. Como sociedad estamos contentos de centrifugar las culpas de nuestras irresponsabilidades hacia el entorno, la sociedad, el sistema…, cualquier colectivo o tótem que nos libere de un sentimiento de responsabilidad propia.
Hay especialistas de la centrifugación, y los hay que incluso la han adoptado como marca de identidad corporativa y partidista. Ahora bien, así les va.
Tenemos, por ejemplo, quienes, en una situación de emergencia (o, cuando menos, de urgencia, no nos pongamos dramáticos tampoco), dan una patada hacia delante, hacia no sé qué luchas compartidas o se pierden ampliando la base. En una situación de urgencia, o cuando menos de confusión, quizás es necesario apuntalar primero las bases propias, hacer entendible el mensaje y volver a las cuestiones básicas. Aquellas cuestiones que se resumen tan bien en el lema: lengua, cultura, país. Porque estamos aquí, en la necesidad de apuntalar estos básicos: sin lengua perderemos la identidad (la catalanidad que tendría que ser transversal), sin cultura beberemos de las que otros nos propondrán o impondrán, y sin país solo seremos un territorio. Antes de ensanchar me parece que hay que consolidar. Consolidar adentro y afuera. Consolidar volviendo a hacer común y atractiva la catalanidad. Consolidar buscando consensos de país, que, en otras épocas, habíamos sido capaces de alcanzar. Pero para hacer eso, hace falta menos papel de fumar y más arremangarse y picar piedra, y eso cuesta más.
Lo que es seguro es que habrá que seguir picando piedra, que hace falta levantarse cada mañana y fijarse objetivos posibles y estimulantes, que nadie hará el trabajo por nosotros
También se lo cogen con papel de fumar aquellos que se consideran de la misma familia, pero que a pesar de las indicaciones de sus máximos dirigentes históricos, continúan con sus grupúsculos y manías personales, porque son los puros entre los puros. Tanta pretendida pureza puede acabar comportando alguna patología social, que los que tratan con sectas conocen bien. El papel de fumar también envuelve la declaración de jornadas históricas, cuando ya no nos caben más en el zurrón. De jornada histórica solo nos puede quedar una, y todo el resto son pasos en el camino para alcanzarla. A fuerza de gastar las palabras, acaban perdiendo sentido.
Otros grandes consumidores de papel de fumar son los que se llaman clase popular asamblearia, pero que perdidos en su laberinto, acaban por no entender lo que pasa de verdad en la calle, porque mientras la gente vive, lucha y sufre, ellos están discutiendo sobre empates, puntos y comas, y fiestas de guardar.
De todos modos, los mayores consumidores de este tipo de papel son todos aquellos que son capaces de defender cualquier causa, como más lejana mejor, pero que son incapaces de hacer un gesto por las causas propias. Los bobos que instalan cordones sanitarios a fuerzas democráticas, pero que no tienen ningún escrúpulo en ganar cuotas de poder, sea como sea y con quien sea. Los falsos profetas que han hecho del mercadeo de sus, cada vez más escasos, resultados electorales, moneda de cambio para obtener unos puestos bien remunerados desde donde poder seguir haciendo revoluciones de salón y elucubraciones posmodernas y religiosamente wokes. Y también una mención especial para aquellos que se consideran muy cristianos, pero que votan fuerzas profundamente anticristianas, las fuerzas políticas que señalan grupos, etnias o colectivos como chivos expiatorios. En el Evangelio hay unas palabras que les son dedicadas.
No querría dejarme en este repaso a todos aquellos diletantes que se autoproclaman abstencionistas porque dicen sentirse muy defraudados con la oferta electoral. Quizás tienen razones para sentirse así, pero una Nación es un plebiscito de cada día, y hace falta insistir e insistir a cada oportunidad, porque, como con los gases, el espacio que tú no ocupas, lo ocupará otro. Abstenerse en política real no tiene ningún significado; ahora bien, parece ser una postura gratificante para aquellos que hacen bandera de ella. Y todo empeora cuando además se hace utilizando una especie de artificial supremacismo intelectual, como si todos los demás fuéramos tontos. Me gustaría que si tienen alguna cosa que proponer se juntaran e hicieran una oferta electoral que los/nos pudiera resultar estimulante, pero quizás el problema no es de oferta, sino de demanda.
Sea como sea, lo que es seguro es que habrá que seguir picando piedra, que hace falta levantarse cada mañana y fijarse objetivos posibles y estimulantes, que nadie hará el trabajo por nosotros, que se necesitan todas las manos y que más valdría que dejáramos de mirarnos de reojo y miráramos todos juntos al frente y a los lados. Es cuestión de dejar de gastar papel de fumar, y acabar con la eterna división de los que nos consideramos del mismo campo.