Solo un tercio de los encuestados por el Centro de Estudios de Opinión en el barómetro del 28 de julio sabe que el Govern está conformado por ERC y Junts. Y casi la mitad de los votantes de ERC y de Junts encuestados no saben que los partidos a quienes votaron gobiernan juntos. No hay que ir a los datos, sin embargo, para darse cuenta de que la política nacional vive en un agosto desde hace años, pero los datos constatan aquello que muchos sospechamos: el interés de los catalanes por lo que pasa en Catalunya se marchó de vacaciones y todavía no ha vuelto.
Eso de ahora no dista tanto de lo que pasa el resto del curso. Este es el problema. En la entrevista de Josep Cuní a Jordi Pujol el julio pasado, el presidente decía que "el país está triste". Quizás sí que el país está triste. Quizás fruto de un desengaño, incluso de una pena, de una frustración o de una desilusión, hay un sentimiento de tristeza colectivo que se traduce en unos barómetros del CEO donde los encuestados parecen ciudadanos de Andaman. Pero entre la tristeza y el cansancio hay una línea muy fina —por eso los bebés lloran cuando tienen sueño—. La diferencia radica en que para que alguna cosa te entristezca te tiene que importar, que es radicalmente lo contrario de lo que dicen las cifras del CEO.
El país no está triste. Está cansado. La propuesta política que capitalice este cansancio tendrá la llave para romper con el desencanto
El país no está triste. El país está cansado. Tan cansado que incluso cuando la mesa del Parlament suspende a Laura Borràs, la figura política con el club de fans más tarambana de Twitter —y me atrevería a decir que de Catalunya—, en la entrada del Parlament hay poco más de un centenar de personas. Un centenar que a buen seguro se habrían podido convertir en la muestra de una encuesta de lo más interesante, claro está, pero eran un centenar. Y no cuesta mucho adivinar que de entre aquel centenar muchos no habrían sabido explicar por qué suspendían a la presidenta del Parlament más allá de las proclamas hooligans, incluso sectarias, de los locos habituales. Los únicos que todavía no están cansados son los que se han resignado a rendir culto sin ánimo de buscar ninguna lógica en nada. Si este es el antídoto contra el cansancio, en el fondo el cansancio es una buena noticia.
El desencanto es hoy un nicho de mercado político en Catalunya como lo fue el entusiasmo hace diez años
La propuesta política que capitalice este cansancio tendrá la llave para romper con el desencanto. Eso, que no es una diagnosis nueva, es la explicación de la entrevista de Lluís Llach en Vilaweb. El desencanto es hoy un nicho de mercado político en Catalunya como lo fue el entusiasmo hace diez años, y los que estos diez años se han dedicado a sentarse en todas y cada una de las mesas desde donde se nos condena al desierto ideológico y moral que da sed al país, harán lo imposible por ser abanderados de la desilusión con que ellos mismos nos maldijeron. Porque es ahora, y no hace dos o tres años, cuando esto puede salir a cuenta. Quien controla los tempos controla los votos y, con un lavado de cara patrocinado por un "nos engañaron" dejado ir en el momento idóneo, los votos irán a parar al mismo lugar de siempre. El barómetro del CEO es un termómetro de ilusiones y, cuando no las hay, el trabajo de los partidos es crear nuevas. De eso sí que podemos sacar pecho: nos ha tocado una clase política infatigable.