Un día el alcalde se dio cuenta de que entre los inscritos en un concurso para proveer plazas de arquitecto municipal estaba apuntada una hermana suya. Ella reunía todos los requisitos y había dado el paso y él no sabía nada, hasta entonces. Al tener conocimiento de ello, obligó a la hermana, muy a pesar de ambos, a renunciar a la oposición para obtener la plaza, porque no quería que el caso pudiera ser interpretado como una muestra de favoritismo por su parte y se usara para erosionar su imagen de político íntegro e incorrupto. No quería que nadie le pudiera acusar de nepotismo.

El alcalde era Antoni Farrés, que fue alcalde de Sabadell durante veinte años —del 1979 al 1999—, y no solamente tenía la imagen, sino que era efectivamente un político íntegro e incorrupto y, sobre todo, incorruptible. Quienes le conocieron de cerca daban fe de la rigidez y la inflexibilidad con que este histórico miembro del PSUC se comportó siempre en este terreno, como la vez que se le presentó un constructor en el despacho con un maletín lleno de billetes para sobornarle y su reacción fue llamar a la policía para que fuera a detenerlo. Por eso, cuando ahora ha salido a la luz pública que consellers del gobierno de Salvador Illa han contratado parientes del uno y del otro, algunos deberían sonrojarse y les debería caer la cara de vergüenza por hacer lo que han hecho. Pero no sólo no se han dado por aludidos, sino que encima han intentado justificarlo. Esto no quita, sin embargo, que se trate de casos evidentes de nepotismo, que por si alguien lo ha olvidado significa "utilizar un cargo público para conceder favores a los familiares".

Por eso, cuando ahora ha salido a la luz pública que consellers del gobierno de Salvador Illa han contratado parientes del uno y del otro, algunos deberían sonrojarse y les debería caer la cara de vergüenza por hacer lo que han hecho

De momento, que se sepa, Albert Dalmau, titular de Presidència, ha contratado a la hermana del alcalde de Barcelona Jaume Collboni, Yolanda Collboni, como, según el Diari Oficial de la Generalitat de Catalunya (DOGC), "asesora en proyectos transversales, adscrita al gabinete del conseller", que a su vez había sido gerente del Ayuntamiento de Barcelona y, en consecuencia, había ejercido como mano derecha del alcalde. También tiene previsto fichar a la periodista Cristina Farrés, hermana de la alcaldesa de Sabadell Marta Farrés —nada que ver con Antoni Farrés—, como directora de comunicación del Govern. Y Sílvia Paneque, consellera de Territori, Habitatge i Transició Ecològica, y además portavoz del Govern, contrató a su pareja, Alfons Jiménez —a la vez secretario de organización del PSC en Girona—, como jefe de gabinete de su departamento. Es aquello de que todo queda en casa. Ambos lo han hecho como si fuera la cosa más natural del mundo y han tratado de minimizar los efectos con el argumento de la competencia de las personas elegidas. A veces parece imposible determinar si ciertos políticos de este país no están en sus cabales o se creen que la gente se chupa el dedo y es idiota. Cuando menos, así la tratan. ¿Alguien se piensa que la hermana de Antoni Farrés no era competente? Claro que lo era, y mucho. Pero eso no validaba que en aquel momento el Ayuntamiento de Sabadell pudiera contratarla. Al contrario, era un impedimento.

Lo mismo debería aplicar en los casos de las hermanas de Jaume Collboni y Marta Farrés y de la pareja de Sílvia Paneque, éticamente reprobables y este último especialmente escandaloso. Tanto que habría requerido una rectificación inmediata por parte de la consellera, que, no obstante, no se produjo y acabó siendo el interfecto quien, se supone que por intercesión del presidente de la Generalitat a la vista del revuelo que la polémica había suscitado, renunció al puesto. Es comprensible que Salvador Illa no haya querido enmendar públicamente la plana a la portavoz del Govern, a pesar de ser un caso de aquellos que, de persistir en la supuesta idoneidad del nombramiento, quizá incluso habría podido provocar alguna dimisión más arriba. En teoría, la principal preocupación de los primeros días de mandato no debía ser esta, sino dejar bien claras cuáles son, a partir de ahora, las prioridades, y de ahí la aparición de banderas españolas en el palacio de la plaza de Sant Jaume de Barcelona, donde nunca antes las había habido.

En cualquier democracia avanzada, la práctica del nepotismo está explícitamente regulada y prohibida por ley para evitar los conflictos de intereses y garantizar la transparencia del servicio público

De hecho, en cualquier democracia avanzada la práctica del nepotismo está explícitamente regulada y prohibida por ley, para impedir que se produzcan estas situaciones y para evitar los conflictos de intereses y garantizar la transparencia del servicio público. En países como Francia, Alemania o Estados Unidos, por citar solo tres ejemplos bien destacados, la normativa legal al respecto es diáfana y no deja lugar a dudas y quien no la cumple corre seriamente el riesgo de ser castigado. En España, en cambio, no hay ningún tipo de regulación. Era de esperar que en el país de la picaresca, capaz de venerar a personajes como el Lazarillo de Tormes, todo fuera un sálvese quien pueda. Y es lamentable que, con el paso del tiempo, Catalunya haya copiado en todos los sentidos todo lo malo, en lugar de construir un sistema propio y diferenciado.

El caso de las actuales contrataciones de parejas, hermanos y parientes —y amigos, conocidos y saludados, como Josep Pla había descrito y clasificado a las personas del entorno de cada uno— no es, sin embargo, el primero que acontece en la política catalana. En realidad, en los últimos años sería fácil encontrar un buen puñado que afectarían, sin distinción, a todos los colores políticos. Por eso cuando JxCat pone el grito en el cielo y pide explicaciones también al 133º presidente de la Generalitat, creyendo haber encontrado un filón para desgastar la recién estrenada presidencia del líder del PSC, haría bien en no envalentonarse tanto y detenerse un momento a pensar, no fuera que alguien le reprochara circunstancias parecidas de cuando la fuerza política de Carles Puigdemont se llamaba CiU y la familia —la mujer y los hijos— se aprovechaba descaradamente del estatus del padre.

Ni ERC ni los comunes, que antes eran de ICV, tampoco se libran de un pecado que todos han cometido. A riesgo de que el wokismo, que ha hecho de la imposición de la dictadura de la corrección política la nueva ortodoxia —según definición muy acertada del profesor de la Universidad de Stanford Joan Ramon Resina—, lo considere machista, paternalista y váyase a saber cuántas cosas más, sigue siendo de lo más adecuada en este episodio el dicho según el cual la esposa del César, además de ser honesta, debe parecerlo. Y es que este es uno de esos casos en los que quien esté libre de culpa que tire la primera piedra. Probablemente, el único que podría hacerlo sería Antoni Farrés. Porque el resto quizás son honestos, pero no lo parecen.