Escribir cada semana estas líneas desde ElNacional.cat es una oportunidad y un privilegio. Pero, sobre todo, es una responsabilidad. La que asumo, con toda humildad, pero también desde el respeto absoluto a nuestros lectores. Mis artículos suelen invitar a reflexionar, exponiendo mis propias opiniones, por si sirven para enriquecer un debate, o incluso a veces para intentar generarlo. Por ello, siempre procuro documentarme, aportar datos, opiniones de expertos y, en muchas ocasiones, los temas elegidos no resultan sencillos, puesto que suelen ser polémicos. No tengo miedo a meterme en ningún charco. De hecho, los "charcos" de política, de carácter social, internacional, y especialmente los que afectan a derechos y libertades fundamentales, suelen ser mis preferidos. Para mí supone, cada pieza, un reto personal, porque dejar por escrito lo que uno piensa, lanzarlo al mundo y observar las reacciones es un ejercicio que también me regala aprendizaje y experiencias diversas.

Soy muy consciente de que mis artículos generan simpatía, pero también en muchos casos, reacciones adversas, entre las que están las contrarias, las iracundas, las que se revuelven ante mis opiniones. Suelen ser esas las que más me hacen aprender, siempre y cuando, claro está, no sean meros exabruptos sin argumentación. Mis posturas no suelen coincidir con las mayorías generalistas. Y quizás por ello, a veces, se sitúan en un lugar del tablero disidente, disconforme y crítico, que por parecer pequeño no deja de ser necesario. La autodeterminación de Catalunya, la pandemia y sus puertas abiertas al totalitarismo, el poder de las farmacéuticas y el peligro para la salud de la población cuando el interés no es su bienestar, sino su dinero, y la guerra de Ucrania. Asuntos espinosos, cuyo lado disidente suele ser agredido por doquier. Por eso pienso que escribir aquí con absoluta libertad es un auténtico privilegio.

Asumiendo la responsabilidad que pueden tener estas humildes letras, en esta ocasión, como en todas, me siento frente a usted para contarle, para tratar de transmitirle mi sincera preocupación ante unos hechos que acontecen y de los que no se nos informa con la suficiente gravedad. Me preocupan muchas cosas, pero creo que, al igual que usted, en mi número uno de desgracias, ubico una guerra mundial. Una que nos llegue, que nos toque, y que no seamos capaces de parar.

Escribo estas líneas deseando que no sea uno de esos artículos que algún día alguien estudie preguntándose por qué nadie hizo nada. Como tantos documentos que ahora recuperamos sobre las guerras mundiales anteriores. No quisiera yo compararme con Rosa Luxemburgo, pero sí encuentro en ella una inspiración. Se opuso a la guerra y plantó cara a una barbarie que, finalmente, se produjo. En una carta escrita por ella, una semana después de iniciarse la Primera Guerra Mundial, Rosa decía: “El fracaso de la Internacional es tan completo como indignante” y esperaba que, acabada la guerra, los "traidores" fueran juzgados y condenados. Mientras escribía su carta, temía por ser encarcelada. Estaba siendo duramente perseguida por ser pacifista. Advirtió en una reunión de la Internacional Socialista del riesgo de una guerra mundial y criticó duramente, de frente y sin ambages, la postura de sus compañeros, totalmente militarista.

Ya no me fío un pelo de los colectivos que pretenden dotar de la verdad a unos y del mal a otros. Como si los grises no existieran.

En 1914 denunciaron a Rosa porque sacó a la luz el maltrato que recibían los soldados alemanes. Fue condenada por injurias y calumnias. Y, sin embargo, inmediatamente después de su condena, distintos soldados comenzaron a denunciar públicamente el trato que recibían. Terrorífico, por cierto. No dejó de defender su postura, totalmente crítica con su partido, el SPD, por ir metiéndose de cabeza en una guerra. Fue encarcelada en 1915 por "traición a la patria", al no defender que Alemania tuviese que involucrarse con honor en semejante barbarie. Las cartas que en este enlace pueden recuperarse, escritas por Rosa durante su tiempo en prisión, deberían ser leídas ahora de nuevo, para darse cuenta de la enorme razón que tenía y de lo fundamental que sería no caer, de nuevo, en el mismo error. Las palabras de Rosa definen, a la perfección, la espiral de caos en la que nos están metiendo.

Difiero de ella en su perspectiva y fe sobre la clase trabajadora. Difiero de esa "lucha obrera que nos liberará del yugo del capitalismo". Y lo hago considerando que la sobredosis de idealismo a veces azuza ideas que, aun entendiendo su sentido, no podría compartir en la praxis. Porque yo no me fío ya de ningún colectivo en masa: ni de la clase obrera, ni de los de la supuesta izquierda, ni de la madre que los parió (y disculpe la expresión). Yo ya no me fío porque veo maldad en demasiados lares. Y también hallo verdad y justicia donde menos me lo podía esperar hace años. Por eso ya no me fío un pelo de los colectivos que pretenden dotar de la verdad a unos y del mal a otros. Como si los grises no existieran, como si la ignorancia no impusiera su férrea ley, y como si hoy no pudieras parecer muy comprometido con algo y mañana dar un quiebro y perder tu coherencia por el camino.

Igual que pienso que la bondad está en cada uno de nosotros, también soy consciente de que el hombre es lobo para el hombre (hace poco mi amigo Alex Cid me decía que en realidad, el hombre "es lobby para el hombre" y me hizo gracia la tan divertida y acertada actualización del concepto de Hobbes). No confío en la capacidad de atención de muchos de mis hermanos. Porque se las tragan todas, una tras otra. Y aunque a veces parezcan tener claro en qué consiste la libertad, los derechos y las libertades colectivas, se tropiezan en las trampas que nos van poniendo.

Tantos rodeos para tratar de decirle que nos llevan a la deriva. Que nos están arrastrando a una guerra que ni usted ni yo queremos. Que abra los ojos, por favor, y reaccione. Reaccionemos. Porque están, los que hablan en nuestro nombre, totalmente desatados. Comprar armas, fabricar armas, vender armas. Destruir para construir: negocio de inmobiliarias. Y miles de millones de euros, de dólares, de libras. Y otros miles de millones más. Y más armas, y más cemento. Pero para justificar semejante atrocidad, hay muertes: miles. De soldados y de civiles. De personas, joder, de personas. Que poco me importa que sean de Rusia, de Ucrania o de Albacete. Son personas, a las que están asesinando, a las que ordenan asesinar, para millones de euros, cemento, gas.

Ni Putin, ni Biden, ni Sánchez, ni Borrell pagarán con sus vidas. Ni con sus sueldos. Ni con el futuro de sus hijos. Ellos siguen engrasando la maquinaria de la muerte y de los millones de quienes les mantienen ahí. Los muertos los pone usted, los pongo yo. Como los millones que salen de los impuestos, que religiosamente paga usted y yo, fruto de nuestro trabajo. Y terminan en armas, cemento, y gas a precios desorbitados.

Esta semana han comenzado las serias advertencias de que la guerra tiene muchos visos de salirse del cerco ucraniano. Reino Unido y Estados Unidos están dándole palmas a Rusia para que se lance como un Mihura. Y el Kremlin está avisando. Los más pringados somos los europeos en esta historia. Hablo a nivel estrategicopolítico. Porque no nos beneficiaba esta guerra, de ninguna de las maneras. Y somos tan estúpidos como para haber permitido un conflicto de este nivel en nuestro propio territorio. Afectando a las pautas de buena convivencia que hemos mantenido siempre, desde que los norteamericanos nos la liaron e hicieron que nos sacásemos los ojos entre nosotros para vendernos armas, y cemento. Y para inyectar millones con el Plan Marshall y convertirnos así en franquicia. 

Ese mismo plan es el que están aplicando ahora mismo mientras se reparten el sangriento pastel de la reconstrucción de Ucrania. Y hemos visto todos la pataleta de Margarita cuando se enteró de que no habría empresarios españoles en la reunión de la OTAN que fueran a poder negociar con la compra de armas. Pero Putin malo. No se salgan de ahí, no vaya a ser que se les termine el discurso.

Ni Putin malo, ni Putin bueno. Putin es Putin, y Zelenski, Zelenski. Y cada cual está jugando un papel en esta delirante batalla. Y Borrell es Borrell, como lo es Úrsula, y Margarita. Y Joe, y Emmanuel. Y cada uno de todos estos que están destrozando vidas, justificando barbaries mientras nos utilizan a todos. Lo peor, encima, es que dicen hacerlo en nuestro nombre.

Desde la responsabilidad que siento al escribir estas líneas, que quede al menos constancia de que no dejé de luchar por la paz. Y de apelar desde donde honradamente puedo, a que paremos lo que parece ya inevitable.