"U organizamos un movimiento que vaya de ERC a la CUP con la parte más soberanista de los Comuns, o no hay alternativa posible", dijo el pasado martes Jenn Díaz en una entrevista en Crític. Los años han ido separando el grano de la paja de tal manera que ya basta con una frase para sintetizar todos los postulados ingenuos que hicieron descarrilar el procés. Presuponer una "parte soberanista en los Comuns" va en el mismo saco que pensar que "el mundo nos mira" o que "somos el 80%". Esta consigna tantos años después, sin embargo, hace pensar que se ha saltado de la ingenuidad a la voluntad. Los hechos han puesto negro sobre blanco, como diría el más cuñado de los tertulianos, y cuesta mucho creer que hoy esta misma presuposición no nace de una pereza pegajosa para no bregar con la realidad.
"La parte más soberanista de los Comuns" es uno de los argumentos que amasó los discursos "más abiertos", anclados en la idea de que la secesión podía basarse en una especie de derechos civiles en abstracto, sin discurso nacional. En el fondo de esto, estaba la voluntad de equiparar el independentismo con un movimiento democratizador sin espina dorsal nacionalista, lo que en España siempre se acaba pareciendo mucho al reformismo y que, por lo tanto, tenía que ir bien para atraer a los reformistas españoles. Pero eso no fue así. El movimiento independentista hegemónico durante el procés construyó sus objetivos sobre espejismos que confundían el deseo con la realidad. Hoy sabemos que "la parte más soberanista de los Comuns" son la gente con la que los cargos políticos de la izquierda independentista tienen buena relación porque comparten cervezas y relaciones personales. El adjetivo es "soberanista" porque es lo bastante vago como para incluir todo lo que no parece lo bastante nacionalista español y que, por lo tanto, asumes que puede jugar a tu favor, pero que, en el fondo, ya sabes que no es independentista. El juego de las seducciones es muy adictivo, sobre todo cuando la otra parte da señales de que se está dejando seducir para tenerte enganchado.
Los Comuns —en Catalunya, sobre todo— han sido una trampa en términos nacionales allí donde han podido y en cada momento en el que ha sido necesario
La función de "la parte más soberanista de los Comuns" ha sido y es esta: alimentar el espejismo para que la izquierda independentista no pueda obviarlos a la hora de construir su discurso. Y para que dicho discurso, por lo tanto, siempre sea lo suficientemente descafeinado como para preservar la posibilidad de pescar a alguno de estos comuns despistados. En realidad, este es el tipo de rendijas por las que se acaba vaciando el pensamiento viciado de que ser de izquierdas y ser independentista —nacionalista— es una contradicción insalvable. Y que el independentismo de izquierdas que no tiene lo suficientemente en cuenta a este sector de despistados —aunque en realidad, a menudo, son los más convencidos de todos— no es lo bastante de izquierdas y, por lo tanto, la independencia no tiene que ser un elemento a priorizar en ningún sitio, más allá de las conversaciones acaloradas tomando birras después de los plenos. Sobre los espejismos se ablandaron tantos discursos que a muchos nos ablandaron la moral.
Hoy, no querer ver que los Comuns son la muleta del PSOE en todo, requiere un esfuerzo consciente por no quererlo ver. En Catalunya, sobre todo, han sido una trampa en términos nacionales allí donde han podido y en cada momento en el que ha sido necesario. La piedra está ahí, y cada vez cuesta más creer que una parte de la izquierda independentista no siente placer en tropezar con ella. Hay una parte que, interesadamente, quiere parecer algo que no es, y hay otra que cree que le sale más a cuenta creérselo para compatibilizar ejes ideológicos —como si hubiera que hacerlo—. Es fácil escribir estos párrafos ahora que todo está ya sentenciado y que la perspectiva permite hacer diagnósticos cristalinos, y precisamente por eso el postprocés es el momento idóneo para barrer las presunciones de ingenuidad y empezar a hablar de intereses y de intenciones.