¿Recuerdan el juego de los palillos chinos? También se llama Mikado y fue muy popular en la era precibernética. Consiste en que se agarra un haz de unas 40 varillas de plástico o de madera de distintos colores y, abriendo la mano, se dejan caer sobre una mesa o cualquier otra superficie lisa.
Lógicamente, los palillos caen amontonados en disposición azarosa y generalmente intrincada. Se trata de ir retirando uno a uno sin que al hacerlo se toque o se mueva ningún otro. La dificultad es extrema: se requiere suerte, mucha experiencia y una pericia extraordinaria. Y aun así, nunca nadie ha llegado a retirar los 40 palillos de una tacada.
Pues bien, esto es lo que Pedro Sánchez intenta hacer desde la noche del 20 de diciembre. Él ha acreditado tener suerte y osadía en cantidades industriales, es obvio que la experiencia le falta y hay división de opiniones respecto a la pericia, si bien predominan los escépticos. Pero aunque habláramos de un gran maestro mundial, la tarea parece quimérica.
La cosa es que al secretario general del PSOE se le ha metido entre ceja y ceja ser presidente del Gobierno sin haber ganado las elecciones y contando con 90 diputados en un Parlamento de 350 (el 25% de la Cámara). Y está dispuesto a lograrlo, como dijo Zapatero en memorable ocasión, cueste lo que cueste y le cueste lo que le cueste.
¿Cómo se consigue ganar una investidura y armar una mayoría de gobierno sostenible cuando sólo se dispone de uno de cada cuatro diputados? Liándose la manta a la cabeza y jugándose su pellejo personal, el destino de su partido y el futuro del país a los palillos chinos. Quién sabe, a lo mejor suena la flauta.
Para alcanzar su objetivo, el intrépido dirigente ha comenzado por descartar las dos únicas soluciones naturales que ofrece este Parlamento: un Gobierno de gran coalición y la repetición de las elecciones. Ninguna de ellas le proporciona lo único que desea, que es el sillón de la Moncloa AHORA, sin esperar a que se lo den las urnas.
En esta operación a todo o nada, hay que mover todos estos palillos:
Primero, su propio partido, que no parece entusiasmado por las maniobras sobre el alambre de su inexperto capitán. De hecho, los que tienen los votos en el PSOE ya no discuten si le renuevan o no el contrato a Sánchez (según los estatutos su mandato expira en febrero), sino cómo y cuándo le dan la carta de despido sin que el estropicio sea irreparable.
Podemos: un nuevo partido populista de izquierdas que viene pisándole los talones y está mucho más interesado en enviar al PSOE al desván de la historia y ocupar su lugar que en ayudarle a gobernar.
Ciudadanos: Otro partido de los que llegaron predicando la nueva política pero están aprendiendo las mañas de la vieja a una velocidad sorprendente. Aspiraba a tener la llave de las alianzas pero se quedó corto, y ahora tiene que decidir si busca criada o se pone a servir. En todo caso, Rivera no puede perder de vista el hecho objetivo de que dos de cada tres de sus votantes proceden del PP; y aunque se fueron porque no soportaban más a Rajoy, hay cierta clase de juegos y pactos que sobrepasarían su umbral de tolerancia.
Izquierda Unida: Los restos de un naufragio, pero unos restos nada despreciables: 900.000 votos que sólo han valido dos escaños y unos administradores desesperados por ponerlos en valor antes de que se evaporen.
Los socios de Podemos: tres conglomerados de nacionalistas radicales –catalanes, valencianos, gallegos– que por aquello de las sinergias electorales firmaron con Pablo Iglesias para un solo evento, el del 20D, pero que no tienen la menor intención de someterse a su disciplina ni de perder su identidad. Al firmar el trato exigieron grupos parlamentarios propios y no se los han sabido dar. Y en Galicia hay unas elecciones a la vuelta de la esquina, así los de En Marea están para pocos mareos.
El PNV y Coalición Canaria, nacionalistas moderados de larga tradición que gobiernan en sus respectivos territorios desde tiempo inmemorial y cuyo afán por embarcarse en aventuras políticas de dudoso rumbo es más bien escaso.
Y last but not least, los dos grupos independentistas catalanes, CDC y ERC, lanzados de lleno y sin frenos a la secesión y a los que lo que mejor les viene es que España permanezca el mayor tiempo posible empantanada con un Gobierno en funciones y un Parlamento bloqueado.
Con todos estos materiales pretende Sánchez ganar una investidura y, por si eso fuera poco, gobernar después y que el tenderete no se desarme en la primera semana. Pero como sucede en el Mikado, cada vez que toca un palillo es casi imposible que no se muevan los demás. Lo hemos visto a lo largo de la última semana:
Primero viaja a Portugal para anunciar al mundo que se dispone a importar aquel modelo, una coalición de las izquierdas que se imponga a la coalición de las derechas. Lo cual, obviamente, deja fuera de la jugada a Ciudadanos y obliga a sumar a todos los demás, independentistas incluidos.
Luego pacta la Presidencia y la Mesa del Congreso con Ciudadanos (abiertamente) y con el PP (en el cuarto oscuro); lo cual provoca la esperable sublevación de Podemos, que se ve fuera del primer consenso de la legislatura y, con su habitual ponderación, resucita la palabra búnker que se aplicaba al sector más duro del franquismo (en este caso se trata de un búnker de 253 diputados y 16 millones de votantes, pero eso importa poco cuando la verdad revolucionaria está de tu lado).
A continuación niega a los socios nacionalistas de Podemos sus grupos parlamentarios; lo que, además de dejar la palabra que les dio Pablo Iglesias a la altura del betún, pone en pie de guerra a los 27 diputados de En Comú, Compromís y En Marea que son imprescindibles para que la “operación Sánchez” salga adelante.
Y después regala cuatro senadores a CDC y ERC para que formen sus propios grupos, lo que desata dos reacciones: el agravio de Ada Colau (con la que al mismo tiempo se está negociando la incorporación del PSC al gobierno municipal de Barcelona) y un incendio dentro del PSOE, que hace 15 días había votado una resolución prohibiendo preventivamente los acuerdos con partidos que están fuera de la Constitución.
El Mikado es implacable: a partir de cierto punto, no se puede tocar un palillo sin que se muevan todos los demás. Pero si se produjera el milagro, luego toca gobernar España con todo ese tropel, y el inofensivo juego de los palillos chinos puede convertirse en una ruleta rusa. Dicho de otra forma: con este Parlamento, que Pedro Sánchez gane la investidura es un sueño. Pero si la ganara, el gobierno resultante sería una pesadilla. Ha llegado el momento de que la gente cuerda hable de una vez o calle para siempre.