Creo que fue Einstein quien dijo que en el mundo hay más creyentes que pensadores, no en balde es más fácil creer que pensar. Esta afirmación, que es axiomática en la historia de la humanidad, es especialmente contrastable en este tiempo en que las redes sociales alimentan la proliferación de ejércitos propagandistas, que repiten las consignas como si fueran dogmas de fe. Y si es difícil debatir ideas, todavía lo es más hacerlo desde pensamientos laterales que intentan ver más allá de los tópicos recurrentes. Pensar por encima de la masa es un acto casi revolucionario, y hacerlo de manera disruptiva es directamente un anatema. Y, sin embargo, esta es la urgencia: pensar más allá de la rueda del hámster.

O por decirlo en la versión inglesa, "think outside the box", es decir, elaborar pensamientos alternativos sobre realidades complejas, especialmente cuando los pensamientos "oficiales" no solo no han resuelto nada, sino que han cronificado los problemas. Personalmente, aplico esta tendencia en favor del pensamiento disruptivo, a pesar de saber que hoy en día no hay debates de fondo, sino peleas de pancartas. Pero creo que la única manera de entender la realidad es justamente mirar por encima de los tópicos y militar en el siempre despreciado libre pensamiento. Obviamente, aviso para navegantes, mantener las propias posiciones, sobre todo cuando no siguen al rebaño, comporta exabruptos, desprecios, expulsiones y el resto del corolario de los guardianes de la fe, tan abundantes en las redes actuales. Nuevamente, porque no se debaten las ideas, se imponen las consignas.

Pongo un ejemplo que vivo en primera persona: el de la mirada sobre el presidente argentino Javier Milei. El relato impuesto por las izquierdas dogmáticas, siempre depuradoras de infieles, lo ha convertido en una especie de horror político, estigmatizado por todos lados. Al mismo tiempo, los que defienden a Milei lo consideran una especie de salvador patrio, inmune al error. Y entre las dos posiciones, no hay manera de formular una alternativa. ¿Se puede decir que Milei es histriónico, excesivo y, sin embargo, está haciendo una buena política económica? ¿O también que después de las alianzas del kirchnerismo con el eje bolivariano y el demencial Maduro, ha situado Argentina en una posición internacional más razonable? Personalmente lo creo y así lo he expresado, como también he expresado otras cosas. Por ejemplo, que la imposición de dos jueces en el Supremo vía decreto es un abuso de poder inaceptable; que sus explicaciones sobre la cripto fueron patéticas; o que tiene una vicepresidenta ultra que resulta indigestible. Mi mirada global sobre Milei —equivocada o no— está llena de los matices que exige el personaje. Y, sin embargo, los monaguillos del dogma solo cogen mi primera parte con el fin de hacer ver que me he convertido en una acólita del personaje. Imposible el pensamiento complejo, los matices, la mirada alternativa. Vivimos un tiempo de blanco y negro, o perteneces a un rebaño o el otro, si no quieres ser una paria.

La única manera de entender la realidad es justamente mirar por encima de los tópicos y militar en el siempre despreciado libre pensamiento

Lo mismo pasa en otras cuestiones como por ejemplo el Islam, donde el maniqueísmo ha devorado completamente toda posibilidad de reflexión compleja. Personalmente, he defendido siempre la lucha de las mujeres musulmanas en favor de su libertad, he dejado claro que el islamismo no es una cuestión religiosa sino ideológica y he alertado sobre el peligro de erosión de las democracias liberales a causa del salafismo. Es decir, nada contra el Islam, sino contra los ideólogos del islamismo radical; nada contra los musulmanes, sino al contrario, a favor de su libertad; nada contra la sociedad de la mezcla, pero sí a favor de preservar la democracia. Pero toda esta complejidad queda reducida al adjetivo "islamófoba" que hace veinte años que los inquisidores del pensamiento me dedican. Nuevamente, la complejidad devorada por el dogma.

Y si la cosa es sobre Oriente Medio, no tengo suficiente artículo para explicar cómo el relato impuesto por una determinada izquierda ha provocado una absoluta imposibilidad de debatir la cuestión, una masiva desinformación mediática, una banalización terrible del terrorismo y un crecimiento de la judeofobia que da pavor. Desde el 7 de Octubre no ha existido nada más que la pura propaganda, excluida toda posibilidad de explicar la situación en términos que no fueran los que imponen los Podemos de turno. Si en alguna cuestión ha desaparecido el derecho a pensar, ha estado en esta.

Para acabar, consciente de la provocación que representa, también me parece necesaria la mirada disruptiva en todo el lío Trump-Ucrania, donde el análisis vuelve a ser más estomacal que complejo. Es evidente que las maneras de Trump con Zelenski han sido deplorables y que tiene intereses espurios en su comportamiento. Como bien sabemos —y lo hacen todos los países— la política internacional no se mueve por los derechos, se mueve por los intereses. Además, es un hecho que Trump representa el retorno de los políticos alfa, de línea dura, con marcados tintes autoritarios y con una impúdica exhibición de su poder. Pero también son ciertas algunas otras cosas: la primera, que el simpático Biden fue un desastre; la segunda, que la UE no ha existido durante la guerra, más allá de lamentarse y aprovecharse de la ayuda americana; que la guerra de Ucrania no poco continuar eternamente, con centenares de miles de muertos en ambos bandos; y que los europeos nos indignamos con Trump, pero no hemos presentado ni una sola alternativa para salir de la guerra. La complejidad es esta: que Trump tiene malas maneras, pero ha decidido acabar con la guerra, y esta guerra tiene que acabar si no queremos que se complique mucho más. Tenemos que recordar que China apoya Rusia, que vuelan drones iraníes en suelo ucraniano y que incluso Corea del Norte se ha añadido a la fiesta... Quizás el gabinete Trump juega fuerte y sucio, y no precisamente con buenas intenciones. Pero tiene razón en la cuestión fundamental: la guerra no puede continuar. Este es el terreno de juego en el que tenemos que jugar: encontrar una salida razonable en la que, sin duda, Ucrania tiene que hacer concesiones que no son agradables. La alternativa no existe, más allá de cronificar la guerra durante años.

Pensar disruptivo, salir del box, elaborar ideas laterales. O volvemos al pensamiento complejo, o nos convertimos en simples creyentes de dogmas de fe que reducen la realidad al puro simplismo. Pensar para existir..., puro Descartas