Si hay algún político que pueda estar tranquilo en esta campaña electoral me parece que es Oriol Junqueras. En el supuesto de que ERC quede por delante de Junts, su estrategia de aguantar impasible con la mierda hasta el cuello se habrá demostrado acertada una vez más. Si ERC queda por debajo de Junts, cosa muy probable, tampoco habrá problema. La culpa recaerá en Pere Aragonès y sus chiquillos, que han usado su paso por el gobierno para chulearlo en el partido, más que no para mejorar la imagen de ERC y levantar la moral del país.
La posición de Junqueras siempre tendrá las de ganar en cualquier escenario que no lleve a un conflicto serio entre Catalunya y el estado español. Los convergentes no se lo quieren reconocer, pero lo sospechan y por eso se cabrean y abren todas las cajas de pandora que encuentran, sea la caja de pandora de la inmigración, la del catalán en la escuela o bien la del retorno del president en el exilio. A Junqueras, esta pulsión desemmascaradora ya le va bien, porque todos los tabúes que los partidos de CiU utilizan de reclamo electoral fueron creados en su momento por el mismo mundo convergente en connivencia con el PSC.
Para batir a Junqueras, los partidos de Convergència intentan volver a la dialéctica del mártir y del traidor, que es la dialéctica que estabilizó la autonomía alrededor de CiU y el PSC, después de la LOAPA. El problema es que este sistema dialéctico necesita, para funcionar, la misma fe granítica que los catalanes tenían en la autonomía el 1980. Entonces, los catalanes pensaban que, gracias a la democracia, nunca más tendrían que volver a temer por la desaparición de su país. La restitución social del catalán podía costar más o menos años, pero gracias al autogobierno era cuestión de tiempo y esfuerzo.
Naturalmente, el fracaso del procés, y la deriva de los partidos con la aplicación del 155, han deteriorado enormemente la percepción que los catalanes tienen de la autonomía. Pero la degradación de los últimos años no tendría que esconder que la ruptura que identificaba Catalunya con el autogobierno viene de mucho antes y es más profunda. Lo que llevó a los catalanes a apuntarse a las consultas populares por la independencia no fue la crisis de 2008, como se dice a menudo. Fue la lenta, pero implacable constatación que la globalización, la integración europea, y la política de Madrid, habían convertido la autonomía en una ratonera para los ciudadanos de este país.
Sin la dialéctica mártir-traidor la autonomía no funciona, y Junqueras es imbatible haciendo los dos papeles a la vez
Por más que los convergentes intenten recuperar el concepto de "buen gobierno", pues, y por más que roben ideas y discursos de los nacionalistas radicales que siempre habían despreciado para cohesionar a su gente, ERC continuará siendo el partido central de Vichy. Al final, Junqueras tiene los cojones de aplicar al electorado disperso de CiU el mismo principio despiadado que Pujol aplicaba a los independentistas de 1980: "La épica —viene a decir Junqueras, con su política— os la pagáis vosotros". Traducido: mientras no tengamos un Estado, o no podamos forzar un reequilibrio del poder en España, si hace falta, incluso las clases de catalán del niño os las tendréis que pagar de vuestro bolsillo.
Es bestia. Pero es la Realpolitik que los convergentes no pueden aplicar sin sublevar a sus bases, y volver a crear un problema en España. El autogobierno no tiene capacidad para nacionalizar el país, ni siquiera tiene ánimo para defender los hitos que se habían conseguido en tiempos de vacas gordas. Si Salvador Illa fuera president, dentro de cuatro años veríamos que es igual de buen o mal gestor que Pere Aragonès, que es un político del cual no puedes decir nunca que no se sabe los temas. La única manera que el PSC tiene de vender sus motos españolas, y de dar un poco de aire a Pedro Sánchez, es que los partidos de CiU puedan distorsionar las miserias de la ocupación con sus danzas patrioteras.
Como dije, sin la dialéctica mártir-traidor la autonomía no funciona, y Junqueras es imbatible haciendo los dos papeles a la vez. A mí la idea de pagarme el país aparte no se me hace extraña porque es lo que vi hacer en casa toda la vida. Pero para buena parte del electorado convergente, acostumbrado a sentirse representado y protegido, ni que fuera de manera ilusoria, por las instituciones, la intemperie es un choque casi tan gordo como las mentiras del procés. Ya veremos cómo van las elecciones, pero si Puigdemont no provoca una situación nueva, los partidos pequeños de la antigua CiU cogerán protagonismo y recordarán cada vez más al egoísmo flatulento de Ciudadanos; el de Sílvia Orriols más a la manera de Jordi Cañas, y el de Ponsatí más a la manera de Albert Rivera.
El autogobierno ya sólo tiene fuerza para proteger a los pensionistas de la autonomía, sean inmigrantes, o catalanes demasiado asustados para cambiar el chip. Y con pensionistas, ningún país no va demasiado lejos y, en el mundo que viene, no va ni a la esquina.