Toda causa tiene su gente más rota. En Madrid eran un clásico —a las manifestaciones antiterroristas o por la unidad de España convocadas por la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT)— las imágenes de exaltados que increpaban a diestro y siniestro. Los dirigentes del PSOE eran regañados casi siempre. Al final dejaron de ir. Lógico. Más tarde lo fueron —de increpados— los del PP, o al menos algunos de sus dirigentes. Por demasiado blandos. Al final, incluso se regañaron las caras visibles otras asociaciones de víctimas del terrorismo. O familiares de víctimas. O algunas de las mismas víctimas, a las cuales se atribuía un síndrome de Estocolmo.
La lista de traidores se incrementaba en la misma medida que los sectores más extremistas se apoderaban del antiterrorismo patriótico y empequeñecían el espacio y la causa que tanto decían representar.
Pero toda causa también tiene su gente más generosa, conciliadora y juiciosa. ¡"¡¿Hemos perdido el juicio!?", exclamó Josep Rull al constatar cómo un grupo de energúmenos insultaban a Oriol Junqueras y le deseaban que volviera a la prisión. Para pudrirse. Un encanto de personal. De la ira no se han escapado, ni sus hijos, que, por suerte, viven felices, ajenos a toda la visceralidad y suciedad que se dice y se hace correr.
No es ninguna novedad. Hace cuatro días, a Carme Forcadell le dedicaron todo tipo de groserías que hicieron sonreír a pedir de boca algunas de sus señorías parlamentarias presentes en el acto. Para no hablar de los silencios ignominiosos. O de aquellos que incitan, promueven y justifican este tipo de actitudes. Aquel día, la cara de Josep Rull también lo decía todo por contraste con los patriotas de culo de escaño que disfrutaban con las pitadas, las reyertas y los insultos.
Rull, si conviene, levanta la voz delante de tantos otros que callan mezquinamente.
Ojaláen todas las formaciones políticas, en todas, hubiera más Rulls. Porque de Josep se puede discrepar —poco o mucho— como él puede discrepar de Junqueras o Forcadell, poco o mucho. Pero es un tipo que no solo no confunde al adversario. Es que, si conviene, levanta la voz delante tantos otros que callan mezquinamente. Reconforta. También por su calidad humana.
Rull siempre ha sobresalido por su bondad. Y, al mismo tiempo —porque no está reñido—, por su firmeza y sinceras convicciones. Es él quien, como un soldado, fue a la Conselleria cuando ya no era conseller. Porque así se había acordado. Y también es él quien al día siguiente actuó como si fuera un conseller presidiendo un acto público en unas circunstancias ya bien adversas. Otros, en fin. Mejor no recordar el papel lamentable que perpetraron.
Y ahora también es él quien —y seguro que para hacerlo también ha tenido que aguantar todo tipo de improperios— ha protestado ante esta deriva infame. Como tomço Cuixart la ira desbocada delante del escrache a Colau. Y salió al paso. O Forcadell, que, cuando era presidenta de la ANC, reprendió a aquellos que abucheaban al alcalde de Lleida. ¿Qué ha sido de este saber estar?