La Iglesia católica ha pedido, pide y pedirá perdón cada vez que uno de sus miembros cometa un delito o un pecado grave. Quizás lo hará tarde. Pero siempre pedirá perdón. Los católicos cada vez que vamos a misa empezamos la ceremonia pidiendo perdón, y cuando rezamos el padre nuestro justo antes de la eucaristía, volvemos a pedir perdón. El perdón está tan incorporado en el ADN del católico que incluso tenemos un sacramento, la confesión, para la ocasión.

A mí siempre me ha parecido que tanta disponibilidad al perdón dejaba la puerta demasiado abierta a hacer fechorías. Con eso soy un poco protestante. Hasta que con los casos de pederastia ocultados por miembros de la Iglesia, he visto que todavía es poco lo que hablamos y jugamos con el perdón. Cuando ves el mal tan de cara que te parece imposible que sea verdad, no sabes si con el perdón basta. Disculpadme si ahora tengo que hablar de mal y de misericordia, pero no sé cómo hacerlo si no es así.

La Iglesia pide perdón porque sabe cuándo ha hecho daño. La Iglesia no rehúye el mal, convive con él. Una obra tan preciosa como difícil, la Divina comedia de Dante, te hace viajar al infierno para devolverte al cielo, eso sí, pasando por un purgatorio que conocemos bastante bien. Nuestra experiencia como hombres nos hace ir en busca de la felicidad, demasiadas veces obviando el mal, o pasando de puntillas por él. Por eso quien busca a Dios, es decir, quien no rehúye las preguntas trascendentes, tiene que acabar enfrentándose con la idea del mal. Los ejercicios de san Ignacio, una meditación de cómo acercarse a Dios, empiezan inevitablemente obligándote a reflexionar sobre el mal. Sin la bajada a los infiernos de Dante, sin querer conocer el dolor y el sufrimiento del mal, no podemos conocer nuestra condición de hombres, especialmente si creemos que hemos sido creados por Dios. Por eso, la Iglesia como institución se ve obligada en permanencia a pedir perdón, porque no puede rehuir ser consciente del mal. Y cuando no lo hace, comete un pecado tan grande que tiene que volver a pedir perdón. Un solo niño abusado exige una demanda de perdón que solo Dios puede llegar a dar. No creo que nadie más lo perdone.

Abusar de la inocencia no tiene, en nuestra dimensión humana, ninguna posibilidad de obtener perdón

Aquí es donde tengo que hablar de misericordia. Sabe mal, porque es una palabra que huele demasiado a sacristía. Pero es una palabra fundamental para entender el perdón. Porque solo Dios, la divinidad en general, la católica o cualquier otra, es infinitamente misericordiosa por definición. Solo un ser perfecto puede querer perdonar siempre, porque solo un amor infinito lo hace posible. Por eso a los hombres nos cuesta tanto perdonar. No somos perfectos. Y a los pederastas, sean o no religiosos, no les sabemos perdonar. Abusar de la inocencia no tiene, en nuestra dimensión humana, ninguna posibilidad de obtener perdón. Aquí es donde la reciprocidad del "padre nuestro" que exige perdonar si queremos ser perdonados lo hace muy difícil. Y la misericordia, esta idea de que el amor infinito lo hace todo posible, nos parece imposible de aplicar entre hombres. Solo podemos intentarlo. A mí se me hace muy difícil en este caso.

Ya me perdonaréis, valga el chiste, hablar en estos términos tan católicos. Pero no veo cómo hablar de los abusos dentro de la Iglesia sin repetir una y mil veces que, primero de todo, la Iglesia tiene que pedir perdón "setenta veces siete", que quiere decir hasta el infinito. Y lo tiene que hacer aunque sepa que seguramente no será nunca perdonada. Lo tiene que hacer sabiendo que probablemente hay mucho oportunismo político y mala fe. Está claro que el problema de fondo es que el abuso de menores sobrepasa de mucho el marco de la Iglesia. Está claro que las medidas que la inmensa mayoría de escuelas, católicas o no, han adoptado lo combaten muy claramente. Está claro que la mayoría de abusos pasaron hace muchas décadas. Está claro que la cifra de 200.000 españoles abusados por gente de Iglesia es una falacia, porque, como dice un periodista, con 20.000 hombres y mujeres de Iglesia por término medio en los últimos cuarenta años, toca a diez por cabeza. Todo eso a los católicos nos puede parecer un ataque exagerado. Pero es irrelevante. La Iglesia tiene que seguir pidiendo perdón, siendo consciente de que posiblemente nunca será perdonada, porque confundirán a alguna gente de Iglesia que han pecado de pederastas o que los han ocultado, con la Iglesia. La Iglesia, y cada uno de nosotros como católicos, seguiremos pidiendo perdón. Pediremos perdón sabiendo que, en este caso, costará mucho que nos perdonen.