Desde su nacimiento la ANC incomoda a los partidos catalanes. A unos porque les cambia el terreno de juego ―entiéndase el eje central de la política catalana― y a otros porque querían aprovechar la jugada en beneficio propio. Como no podía ser de otra manera, unos y otros, por motivos bien diferentes, tienen a la ANC en su punto de mira.
Este artículo está motivado por uno precedente, "Seamos honestos", publicado el domingo en este mismo diario. Un artículo lleno de medias verdades ―y por lo tanto, de medias mentiras― para seguir intentando neutralizar a la ANC. Este es un trabajo empezado ya hace cuatro o cinco años a través de algunos miembros del secretariado nacional de la ANC (¿algunos de los cuales recibieron el pago de los servicios prestados yendo a las listas del Parlament?) y que continúa con la misma fórmula, sirviéndose de gente a quien no se le conoce otro trabajo que aquel que les encarga el partido y que persigue lo mismo que sus antecesores. Una muestra de esta vieja política que habría que enterrar de una vez por todas.
Comparto la afirmación de "que el gobierno Torra no tendría que haber nacido nunca". No porque se hubiera tenido que ir a unas nuevas elecciones, como dice, sino porque nació tocado de muerte. Primero, y no lo olvidemos nunca, porque fue fruto de unas elecciones ilegítimas e indignas convocadas en aplicación del famoso 155. Pero también porque quien tenía que ser investido president no lo fue por el miedo y, sobre todo, por una estrategia inconfesable del partido para el cual trabaja el autor del artículo. No es su intención, seguro, pero su ceguera política y la de los que lo guían y confían está conduciendo el partido hacia una de esas explosiones internas que lo han hecho cambiar de liderazgo más que ningún otro partido y de la forma más sangrante, desorientando a la militancia y convirtiendo en demonios a los que habían entrado para salvarlos de los demonios anteriores. Una prueba de inmadurez política que nos está perjudicando a todos y ahora más que nunca.
A partir de otra verdad, "la falta de un diagnóstico y una estrategia compartida que alimenta el populismo y el mesianismo", aprovecha para comparar la situación actual con la que se vivió en la época final del tripartito y para afirmar que frente la radicalidad hay que ocupar la centralidad. Realmente, como comunicador es bueno, se le entiende todo. Quizás no como él querría, pero vaya si habla claro. Después de descalificar todas las otras fuerzas independentistas, políticas y sociales, nos dice lo que hace tiempo que persiguen y que, para reducirlo al absurdo, yo lo definiría como expulsar a los viejos convergentes de la centralidad para ocuparla ellos. Y como no hay manera de conseguirlo por la vía electoral, buscan un objetivo político que hasta ahora habían combatido ―ampliar la mayoría social― para justificar un cambio de alianzas que, definitivamente, les dé la presidencia de la Generalitat que tanto han envidiado y por la cual parecen dispuestos a pactar con el diablo, si conviene.
Después de más de nueve años en esta historia colectiva, si alguna cosa ya hace tiempo que hemos aprendido es que los partidos son el eslabón más débil del procés
En pleno siglo XXI, estar en la dirección de un partido, y sobre todo en una época tan convulsa, no ha de ser algo fácil. Pero hacerlo copiando modelos caducos e intentando encontrar justificaciones a estrategias copiadas del pasado ―y fracasadas― son ganas de hacerse daño. De todos modos, hay diferentes formas de hacer este papel. Se puede escoger entre buscar y divulgar las virtudes de los tuyos y los beneficios de tus propuestas o se puede decidir que el mejor camino es atacar a todo el mundo que te lleva la contraria o que, sencillamente, no sigue tu dictado.
Algún día, me gustaría leer un artículo de este señor construido en positivo, que proponga establecer alianzas naturales con todos los que persiguen el objetivo de instaurar la República Catalana. Sueño con escuchar una propuesta que supere la vieja fórmula de las sumas por interés político ―partidista o personal― a corto plazo y ponga las bases de una alianza de toda la gente que es consciente de que, hoy, en Europa, lo que está en peligro es la sociedad del bienestar y que disponer de un estado propio, soberano, es la herramienta imprescindible. Pero, claro, para hacer eso quizás se tendría que empezar por cuestionar el papel de los viejos partidos políticos. No creo que lo hagan los que viven de este sistema y, aún más, cuando creen que tienen el poder al alcance... aunque este poder sean las migajas de una autonomía vigilada desde siempre y, ahora, más controlada que nunca.
Para aplicar esa máxima de "si no puedes vencer al enemigo, únete a él" se tiene que saber mucho (cuando hablo de enemigo me refiero a las viejas estructuras del estado español de siempre). Si tras este cambio de estrategia, cada vez más evidente, hay un proyecto sólido y bien estructurado, seguro que contará con la verdadera fuerza que nos ha llevado hasta aquí. Una fuerza que no tiene otro nombre que "la fuerza de la gente". Para contar con esta fuerza, la gente tenemos que conocer el proyecto y hacerlo nuestro. Un proyecto que no parta de esta base es un proyecto muerto o un proyecto que tiene unos objetivos diferentes a los que nos han llevado hasta aquí.
Después de más de nueve años en esta historia colectiva, si alguna cosa ya hace tiempo que hemos aprendido es que los partidos son el eslabón más débil del procés. Como él mismo confiesa, en todos estos años han sido incapaces de hacer un diagnóstico y una estrategia compartida. Al menos nos gustaría saber qué diagnosis hacen cada uno de ellos y qué nos proponen y tenemos el derecho a exigirles que nos expliquen por qué no activaron todo lo que, decían, estaba más que previsto. ¿O lo quieren seguir haciendo, contando con todos nosotros como si fuéramos un rebaño de corderos? Si no se explican alto y claro, que acaben de una vez, por favor. ¡Ya construiremos nuevos, si hace falta!