Rescato los términos de aquella carta pública que envió Íñigo Errejón el 24 de octubre del año pasado. Decía que había llegado al límite de la contradicción entre el personaje y la persona. Contraponía él una forma de vida neoliberal y la portavocía de una formación que defiende un mundo nuevo, más justo y humano. Analizaba, supuestamente, la doble vara de medir. La hipocresía que supone estar predicando de cara a la galería, exigiéndole a todos los demás que se comporten de una manera que uno mismo no es capaz de llevar a cabo.
Era el último de aquella foto fundacional, después de la marcha de Pablo Iglesias en 2021, que tuvo por delante la de Juan Carlos Monedero, la de Carolina Bescansa o Luis Alegre. A día de hoy no queda ninguno. Aunque es evidente que a Iglesias le gustaría volver, y en ello se afana. Aquellos compis de la foto de Vistalegre, del primero, ya no se pueden ni ver. Como no pocas personas que los votaron entonces y les hicieron obtener cinco escaños europeos y más de cinco millones de votos en las elecciones españolas. A su paso, un riego de decepciones y la casi desaparición de Izquierda Unida. Porque la “sacan a pasear” cuando pareciera que, de cumplir los deseos de Iglesias, se trata. Sirva de ejemplo que ya prácticamente no se lee un titular sobre una opinión de la formación y, sin embargo, corrieron raudos para asomarse a empujar a Íñigo en cuanto La Fallarás comenzó a airear truculentos anónimos.
Tuvimos escándalo Errejón durante días hasta que la DANA arrasó con todo, también con la absurda actualidad política. Y en ese escándalo parecían correr prácticamente todos, como si se abrieran las puertas del día de rebajas, hacia la lapidación de Errejón. Un político que prácticamente nunca había tenido ningún escándalo, ni bronca absurda, y salvo alguna chorrada de empollón, solía tener un discurso bastante riguroso. En las formas, desde luego, Íñigo parecía de lo más salvable de aquel Vistalegre. En el PSOE siempre les gustó, pues encarnaba al buen chico, de buenas maneras, rojete pero sin demasiado ruido. Siempre pensé que habría sido el líder ideal de las juventudes socialistas para darle vida a aquello de Ferraz. El personaje aguantó, sin duda.
Sin embargo, a Íñigo parece haberle destrozado su persona. O eso quiso dar a entender él mismo, en un contexto en el que todo tenía pinta de un marco sin salida.
Huelga decir que todo lo que he visto con este asunto me repugna. Tanto de personajes como de personas. Reventar la imagen pública —y privada— de una persona, comerse con patatas la presunción de inocencia, y hacer valoraciones absurdas y con misal sobre la sexualidad de personas adultas a estas alturas de la película. Porque hasta ahora, los hechos que he podido conocer por parte de la denunciante, de ser ciertos, a mí siguen sin parecerme delictivos. Obviamente, tendrá que ser un juez quien lo determine, seguramente con más partes del relato y sobre todo, con pruebas. Pero, repito, a mí todo esto me parece una mala jugada para derribar a un personaje-adversario, siendo válido reventar a la persona si es menester.
Reventar la imagen pública —y privada— de una persona, comerse con patatas la presunción de inocencia, y hacer valoraciones absurdas y con misal sobre la sexualidad de personas adultas
Para que esto haya sido posible, como casi siempre, la imprescindible colaboración —como actores esenciales— de los medios de comunicación, que vieron un charco de mierda y saltaron rápido a chapotear. ¿Para qué ponerle un poquito de prudencia al tema, si se pueden generar clics a base de pisotear derechos fundamentales? Entre todos los que se daban golpes de pecho, publicaban mensajes anónimos, y señalaban con el dedo, había mucho personaje que no encajaba con su persona, como diría Errejón. Participaban así de todo un sainete en el que personas y personajes terminaban siendo una caterva de aprovechados sin principios. Lo de siempre, tampoco nos vamos a engañar.
Ellos se aplaudían y hacían los cinco lobitos mientras los medios hacían caja paseándoles por los platós, y ahora son los mismos los que se dan el empujón al borde de las escaleras, mientras los medios vuelven a hacer negocio de audiencia describiéndonos cada morboso y estrambótico detalle. Ha dado lo mismo que el empollón de Errejón dijera también en la carta que estaba regular, que llevaba tiempo haciendo terapia y que se le había ido la cosa de las manos. Se mantuvo un nivel bestial en todos los medios, a todas horas, sin que se hubiera podido comprobar ni uno solo de los hechos que se le imputaban.
Aparecieron más truculentos anónimos para reforzar al monstruo como persona, escondido tras el personaje. Pero pruebas, lo que se dice pruebas, ninguna. Salió hasta la exnovia, que tuvo que reconocer públicamente —no se sabe muy bien a cuento de qué—, que con ella, el chaval había sido bueno. Que nunca le vio el monstruo por ningún sitio. Tuvimos momento del corazón con super-Rita Maestre, recordada por muchos por entrar enseñando las tetas en una iglesia, como protesta.
No sé, sinceramente, qué episodio de todos me da más vergüenza ajena. Y muchas veces dudo la tostada mental de estos “líderes” que se creyeron que iban a pastorear al personal con sus chorradas. Un grupete de pijos-progres que con frasecitas de Mr. Wonderful levantaron el electorado de los que se creían de izquierdas, al tiempo que empujaron también a la derecha a movilizarse. Ya nos sabemos la historia de Transforma España y todo el guion elitista establecido para una nueva España.
La pena es que les ha salido todo rematadamente mal. En esa búsqueda de perfiles, ese casting para ser nueva marioneta, se centraron demasiado en los personajes y poco, o nada, en la persona. Y claro: pasado muy poquito tiempo, pasa lo que pasa. Quizá sea algo intrínseco a la mayoría de los políticos. Porque me vienen muchos a la cabeza, de esos que dan discursos muy potentes, descarados e insolentes, señalando con el dedo a los demás, juzgando y cuestionando por pura estrategia e interés. Y de los poderosos, en definitiva, porque es muy habitual que las personas se difamen a medida que van convirtiéndose en personajes.
En este juego es posible no tener principios, mentir, no tener reparos ni decoro y tampoco sonrojarse por saltarse la más mínima legalidad
No sé lo que opinaría un experto en salud mental sobre aquello de la persona y el personaje. Quizás apuntaría a algún tipo de desdoble, a una posible falta de madurez y capacidad de asumirse y reconocerse, de mirarse al espejo con gallardía para reconocerse como un hipócrita cobarde.
Me resulta más sencillo así. Y resulta que de hipócritas cobardes está este mundo lleno. Muy probablemente, si se paran a pensar, poquita gente soportaría la prueba del algodón que le están haciendo a Errejón. Si no me cree, haga por un momento la prueba: imagínese que usted es alguien con mucha responsabilidad, un personaje público, y párese a pensar en si alguien quisiera utilizar cualquier cuestión de su intimidad, usándose para ello todo lo necesario. En este juego es posible no tener principios, poder mentir, no tener reparos ni decoro y tampoco sonrojarse por saltarse la más mínima legalidad.
¿No le preocupa a usted este tipo de modalidad para quedarse sin trabajo? Imagínese que todos supieran, o les hicieran saber, ese día tan terrible, esa desagradable experiencia, eso que a usted, incluso, le había podido pasar desapercibido, pero que se transforma en algo tremendamente fatal. Cualquiera que lo piense, prefiere que se apliquen los principios de un Estado democrático y de Derecho. Con su presunción de inocencia, con sus hechos probados, con sus condenas en firme y con los medios de comunicación preocupados por la veracidad de las cosas y no por el morbo y la audiencia carroñera.
A la vista está, con la última entrevista el viernes por la noche, a la denunciante y a su abogado en el contexto de un programa de salseo. Con una versión contradictoria, de manera constante, de los hechos. Un evento incómodo de ver. Un batiburrillo de persona y personaje, de hipocresía y cobardía. Por un momento pensé que esa era la realidad de los que venían a asaltar los cielos.
De personajes vacíos de persona tenemos el hemiciclo y los medios de comunicación llenos. Y ese es nuestro verdadero problema.