Ha muerto Marta Ferrusola. Más allá de la caricatura, que es la única manera de relacionarse que ha encontrado la parte del país que no ha optado por el escarnio, Ferrusola hizo tanto pujolismo como lo hizo su marido. Estas líneas escritas de madrugada no quieren servir ni de blanqueo judicial, ni de justificación política de la obra de gobierno del presidente Pujol, ni de ficción contrafáctica de un país en el que, años después, el nombre de esta familia no se ha sabido volver a encajar en la vida pública. Hay un grupo convergente que ha querido recuperar al presidente Pujol de medallita, como si los últimos diez años no hubieran existido. Estos convergentes están tan lejos de entender la figura como los que lo proscriben de entrada con la palabra "mafia" en la boca. Pasa lo mismo con los que hablan de Ferrusola como la abuela del país y los que enseguida la tildan de racista o le lanzan misales. Unos los quieren sin pliegues, los otros los quieren manoseados.
Para entender por qué hay tanta gente en el país a quien todavía le cuesta hablar con matices, sin embargo, se tiene que hablar de los Pujol Ferrusola de los inmateriales. En estos inmateriales, en esta representación de un carácter común de ámbito familiar, en este espejismo de clase media, en esta catalanidad pretendidamente desacomplejada y pueblerina, había una identificación colectiva que en los años ochenta y noventa marcó la vida política del país. Y eso, Pujol no lo habría podido hacer sin Ferrusola. El pujolismo cultural, la atmósfera en que muchos se sintieron representados casi desde la espiritualidad, eran los dos. Para entender por qué todavía hay quien arrastra un dolor íntimo cuando escucha sus nombres, más que un análisis político o judicial, hay que hacer un análisis cultural. El único encaje realista de los Pujol Ferrusola en el imaginario colectivo pasa por entender el porqué de una conmoción que ha durado diez años: la confesión de la manda del presidente Pujol, en gran medida, rompió el pacto íntimo con su gente. La confianza que tenía suficiente con una atmósfera para verse reflejada a los Pujol Ferrusola se truncó. Los motivos profundos que habían justificado la hegemonía política durante veintitrés años perdieron el sentido. La debilidad españolista para sacar trapos sucios no lo mejoró. La familia Pujol Ferrusola no puede explicarse hoy sin eso, pero tampoco puede explicarse solo desde eso.
Marta Ferrusola era la parte del pujolismo que se movía en el ideal más que en el material. El año 2012, Albert Om grabó un episodio de El convidat con los dos. En la casa de Premià, Marta Ferrusola —en una estampa de roles tradicional— está haciendo la cena para los hombres. Me parece que es Sergi Pàmies, quien dice que de las cosas importantes se hablan en la cocina. En la escena, Ferrusola lleva un delantal con dibujos de verduras y va pasando la pescadilla por la harina con delicadeza. El pujolismo atmosférico se materializa allí: la manera que el presidente tiene de pincharla, la insistencia con la que ella se dedica a corregirlo, la media indignación con la que él se tiene que defender diciendo que sabe hacer un huevo frito, el ademán que ella hace cuando él dice que sí, que se unta el pan con tomate. Es Marta Ferrusola diciendo "juriol" unos instantes antes. Aquella cocina, aquel costumbrismo de un lugar y de un momento, es la concreción de la domesticidad que, años antes, les permitió entrar en casa de muchos catalanes. Jordi Pujol y Marta Ferrusola hicieron de espejo del mínimo común de carácter de la generación de mis abuelos e, incluso, de mis padres. No pretendo hacer ningún juicio de valor al respecto. Bueno o malo, me parece que fue así.
Jordi Pujol y Marta Ferrusola hicieron de espejo del mínimo común de carácter de la generación de mis abuelos e, incluso, de mis padres
Hace falta la pescadilla para encajar la historia familiar de los Pujol Ferrusola con la historia del país. Para no mirarla de reojo, pero sin ficcionarla. Para entender el desengaño, más que para negarlo. Para hablar con propiedad, sin arrojarlos al escarnio españolista y, al mismo tiempo, sin hablar con el deslumbramiento de quien está ante la aureola de un gran líder y pierde el criterio. La pescadilla explica el vínculo, explica la conmoción y explica la contradicción. Minutos después de que se supiera que Marta Ferrusola había muerto, Xavier Trias habló así: "apoyo incondicional del presidente a lo largo de toda la vida, una mujer también de fuerte personalidad y destacada activista en el catalanismo". Destacada activista en el catalanismo. Cualquier posicionamiento de extremos en torno a la figura tanto de Ferrusola como del presidente Pujol los convierte en una desfiguración, por eso parece que el imaginario del país se incomoda y los acaba rechazando. La hegemonía pujolista se explica, también, por una representación de talante. Cualquier trato que reciban que no lo tenga en cuenta no podrá reubicar las figuras en la historia del país sin que el país las escupa. La pescadilla de Marta Ferrusola, sin embargo, todavía señala el camino.