Vivimos con la sensación de que lo fundamental pende de un hilo. Un pálpito permanente sobre unos equilibrios sociales y económicos tan débiles que pueden desmoronarse con cualquier imprevisto. Creemos ver un adelanto electoral cada semana, un gobierno que cae o un macro incendio social en cada protesta. Nada de lo que nos da seguridad parece estable. Ningún valor conquistado es inmutable. El "Don't take it for granted", no dar nada por seguro, que experimentaron en Estados Unidos tras la victoria de Trump, ha llegado a Europa. Por eso, los resultados electorales en Francia nos interpelan. Van más allá de la segunda vuelta entre Macron y Le Pen. En el país vecino se están jugando todas las batallas europeas junto a los grandes debates: democracia, globalización, desigualdad, identidad, marginalidad, juventud, soberanía.
Porque... ¿qué habría ocurrido si en esta primera vuelta presidencial hubiese pasado Marine Le Pen y Jean-Luc Mélenchon? Vayamos al escenario posible. ¿Y si gana Marine Le Pen? Macron es el favorito del próximo 24 de abril, pero podría perder. La posibilidad está contenida en la propia segunda vuelta. Si ganara Le Pen, ¿caerían las sanciones a Rusia? ¿La respuesta común a la invasión de Putin? ¿Seguiríamos abriendo la puerta a miles de niños y mujeres que huyen de Ucrania? ¿Se quebraría irremediablemente el proyecto de liderazgo europeo? ¿Podría el recién llegado presidente alemán Olaf Scholz encontrar puntos de encuentro con la radical Le Pen para mantener la hoja de ruta de los 27? ¿Sería el fin de los escudos sociales y fiscales del sur de Europa? ¿Está el proyecto europeo sostenido por el vaivén de un puñado de votos franceses? ¿Pueden esos votos apretar el botón nuclear de lo que somos? La respuesta es sí.
Esa posibilidad ínfima, latente, existe. Y esta vez, como titulaba el diario Libération en portada: “Es peligroso de verdad”. Como apunta el corresponsal jefe de The New Statesman, Jeremy Chiffle: “Para ser justos, el 28% de Macron es el mejor porcentaje de votos en la primera vuelta para un presidente en funciones desde 1988. Es mejor que su resultado en 2017 y le da una mayor ventaja sobre Le Pen que hace cinco años”. Pero la fragilidad de Macron está en ese 58% de votos de Le Pen y Mélenchon. Entre una candidata que ha rebajado su mensaje xenófobo para acercarse a las clases obreras, cambiando la xenofobia por la inflación, las pensiones y un calculado discurso nacionalpopulista. Por su parte, Mélenchon se dirige con acierto a los jóvenes franceses y habla de un futuro verde. La Francia Insumisa ha ganado en cinco de las siete ciudades más grandes de Francia y en el sector industrial del norte de París tiene más votos que Macron. La ecuación es similar en Francia. Le Pen es Vox. Vox no es Podemos. Mélenchon es lo más cercano al espacio morado. Y ambos conectan con la fibra de sus votantes.
Francia nos indica que el sorpasso de Vox al PP es posible. Ha ocurrido con Marine Le Pen, pasó en Italia y puede pasar en España
De cara a ganar un segundo mandato, señala la vicerrectora de Relaciones Internacionales de La Sorbona, Ana Viñuela, Emmanuel Macron tendrá que dar señales al electorado de Mélenchon, a los jóvenes, al votante de izquierdas, si no quiere que la abstención, por un lado, Le Pen por otro, sean la aspiradora de esos votos enfadados y descontentos que podrían alterar la balanza.
La segunda vuelta entre Macron y Le Pen nos está dando un tiempo de ventaja para analizar y dar respuesta a los estallidos de malestar visibles en unos resultados con patrones casi idénticos de este lado de los Pirineos. Los jóvenes no votan de manera mayoritaria al PP y al PSOE. Votan a Vox, votarán a Yolanda Díaz, según el CIS, y han votado a Unidas Podemos desde 2014. Y del eje generacional al geográfico. Lo rural se enfrenta a las ciudades. Los trabajadores del gasoil ―agricultores, ganaderos, transportistas, sector primario en general― pueden querer vengarse del inmovilismo y la despreocupación del establishment.
Porque no nos engañemos. También somos esos 3 de cada 10 votantes que han elegido la papeleta de Marine Le Pen y Éric Zemmour. El aviso pasa por ese 7% de voto de los partidos conservadores y socialistas que fundaron la República. El reto, con una extrema derecha creciente en Francia y en España, pasa por cómo extender el llamado cordón sanitario sin excluir a esos votantes.
Un ejemplo cercano es el reciente paro de transportistas. El Gobierno, con sus errores, demostró el difícil equilibrio entre denunciar a ciertos convocantes de extrema ultraderecha, boicoteadores profesionales, sin insultar y menospreciar a los camioneros. En un sentido más amplio, pasa por cómo reflexionar sobre la precariedad, la cultura, la identidad, sin “humillar” al otro; cómo apelar a esos trabajadores, a esos obreros votantes de Vox y Le Pen, sin desprecio intelectual y la expulsión del consenso social. Si el sistema encasilla al votante de los extremos de antisistema, ¿por qué iban a querer volver a él?
Lo apuntaba en RNE el director de Le Figaro, Alexis Brézet, cómo la transformación de la derecha en ultraderecha obliga a repensar las etiquetas. Y se preguntaba, si en una democracia el 60% vota por opciones extremistas, ¿pueden seguir siendo calificados de ultras? La exministra de Exteriores, Arancha González Laya, respondía: “El eje político ha cambiado. El nacimiento de una nueva articulación política en un país es un laboratorio de lo que puede pasar en otros”.
Estas elecciones nos deberían hacer reflexionar. Francia nos indica que el sorpasso de Vox al PP es posible. Ha ocurrido con Marine Le Pen, pasó en Italia y puede pasar en España. Ni Feijóo se está resistiendo a las cesiones ideológicas de Vox, ni a la corriente de transformación de las ultraderechas europeas. Con el minuto-resultado político de hoy, el Partido Popular abocaría al país a ser el próximo caballo de Troya ultra en Europa. Los conservadores de Feijóo ni siquiera han dedicado un congreso, un debate, un minuto a reflexionar sobre el cordón sanitario que sus socios naturales en Alemania y Francia tienen asumido como condición sine qua non de las democracias liberales. La coincidencia ha querido que se active ese cordón en Francia el día que Alfonso Fernández Mañueco lo rechaza en Castilla y León. “No puede haber líneas rojas ni cordones sanitarios a representantes elegidos”, ha dicho. El nivel de Feijóo ha sido similar.
Todo son avisos y las corrientes de fondo están claras. Si los obreros votan cada vez más a Le Pen y los jóvenes a Mélenchon, ¿dónde está el centro? ¿Puede ganar Macron sin tirar de los trabajadores y los votantes del futuro? Parece difícil. Las razones y las motivaciones no hay que buscarlas en el erosionado eje izquierda-derecha. El verdadero malestar se llama desigualdad, salarios y ascensor social.