El desastre de las elecciones andaluzas para la coalición de gobierno es de tal magnitud que da para citar a Antonio Gramsci tres veces. El cliché del “pesimismo del intelecto, el optimismo de la voluntad” obliga a no autoengañarse. Y de momento, ni rastro de autocrítica. Hay otra. Su frase sobre “el viejo mundo se muere; el nuevo tarda en aparecer”. Hay quien no se ha enterado de que la política nacional está en un nuevo contexto. La pantalla ha cambiado, lo hizo hace tiempo, y el nuevo mundo trae nuevos actores. La última, la relación entre la hegemonía y Estado. El PSOE ha perdido su feudo principal y aun así cuestiona el cambio de ciclo. La candidatura de Yolanda Díaz no está mejor, con 5 diputados de los 17 que tenía el espacio, se parece mucho a los resultados de la antigua IU. A las lecciones de Gramsci podemos añadir un accésit. El PP está articulando un nuevo paradigma donde derrotar a la ultraderecha significa votarles a ellos.
2022 está siendo el año de la autocomplacencia para ambas partes de la coalición. Que el titular del PSOE sea que no hay cambio preocupa. Y más allá del reparto de carteras y competencias, la coalición, los partidos que sostienen el bloque, está atrofiado. Los estados de ánimo en política son cruciales. Por mucho que el mensaje oficial sea negar el impacto nacional de los resultados en Andalucía, se está instalando en la izquierda la sensación de derrota y en la derecha la del triunfo. Y surge una pregunta lógica ante la ausencia de autocrítica. Si no estás entendiendo bien la realidad en Andalucía, por qué va a pensar tu votante que estás entendiendo la realidad de España.
El triunfalismo está hundiendo a todo el espectro progresista. El gobierno tiene que hacer un análisis pormenorizado de qué le ha pasado
Casi peor que las derrotas políticas es sorprenderse del resultado, porque indica que has perdido dos veces. La realidad es lo que parece. Y en el medio plazo, va a ser difícil para quienes están en el gobierno saber diferenciar entre las críticas legítimas y las traiciones. Cuando más debilitado estás, más ayudas necesitas y menos se agradece que señalen tus errores. Es probable que las críticas se vayan a percibir como hostiles, fruto del vaciado de contrapoder en el Ejecutivo y en las estructuras de partido, desde Ferraz al entorno de Díaz. Haber eliminado los contrapoderes tanto en el partido como en el gobierno hace que no tengas amortiguadores para evitar el golpe ni sensores para prevenirlo.
Hay dos cuestiones que Pedro Sánchez y Yolanda Díaz tienen que responder cuanto antes. Para qué sirve el resto del mandato más allá de resistir. Cuáles son las grandes iniciativas por cumplir. Si hay algún tipo de plan y cuál es el proyecto que justifica otro mandato. De momento, no han hablado de la derogación de ley mordaza, la necesaria reforma fiscal, ni ley de vivienda. De cara a la candidatura de 2023, solo ha habido peleas cruzadas entre los socios o internas en el bloque de Yolanda Díaz.
Los ciclos cada vez son más cortos y este es el momento más crítico de Pedro Sánchez en los últimos cinco años. El calendario electoral no ayuda. Las autonómicas y municipales son el próximo año. Hay muchos barones socialistas que dependen de la buena salud del espacio de Unidas Podemos, entre ellos, Valencia, Baleares, La Rioja, Navarra y Aragón. Por mucho que Pablo Iglesias mueva el avispero, a Yolanda Díaz solo le queda salir de la pelea interna, armar una buena candidatura y dirigirse a los ciudadanos.
El triunfalismo está hundiendo a todo el espectro progresista. El gobierno tiene que hacer un análisis pormenorizado de qué le ha pasado. De lo que pasa. Y llevar a cabo una lectura objetiva de las circunstancias. El escenario, convulso además económicamente, solo deja dos opciones: la autocrítica y la reacción, o el relevo. Y un recordatorio. Es mejor morir intentando cumplir tu programa que renunciar a ejecutarlo. Que se lo digan a Zapatero.