Empecé esta columna hace una semana ―aprovecho para agradecer el espacio y el tiempo a los lectores― con un titular: "No es la reforma laboral, es la coalición". La convalidación de la ley, el inesperado asalto transfuguista del PP, ha detonado las tensiones soterradas de la coalición. Al tiempo, ha puesto en evidencia una derecha capaz de asaltar las instituciones, inventar "secuestros a la democracia" y casi cualquier cosa para volar la legislatura. Ambas realidades, una derecha enloquecida que compite con Vox y una coalición con fricciones, han llegado para quedarse. Da igual que se modulen en el transcurso de las elecciones municipales y autonómicas, la disputa permanente por el espacio y el electorado está servida.
La coalición no está en peligro y las alianzas se reconstruirán. Como dijo Gabriel Rufián tras la votación: “Hoy no se acaba el mundo”. Aun así, ERC no saca gran rédito del pulso, Yolanda Díaz ha sufrido cierto desgaste ―incluido su hartazgo personal― y el PSOE ha fracasado en la negociación por la derecha. Y esa es la clave: no hay geometría variable, ni más bloque que el de la investidura, más para proyectos estrella. Tanto la ley de vivienda, la reforma fiscal o la mesa de diálogo con Catalunya transcurrirán por esta senda.
Con estas lecciones, el foco ha estado en la reacción de la vicepresidenta. Se esperaba que pasado el Rubicón de la votación, lanzara su proyecto político de cara a la futura candidatura. Un anuncio que no termina de llegar. Hay distintas razones y argumentos sobre el retraso. Desde los partidos alrededor de Yolanda Díaz, hay quien piensa que no está decidido que dé el salto. Pero más que dudar, está marcando las reglas de la futura plataforma. Los términos de uso para que, cuando esté en marcha, las condiciones estén claras.
Su malestar explícito con las formas de la política también está retrasando la decisión. Lo vimos ―lo dijo― en su entrevista en Salvados. Agotada y triste con el politiqueo, combativa con las cosas de comer. Entonces, ¿ahora qué? ¿Y cuándo? El acto de València “Más políticas” con Mónica Oltra, Mónica García y Fátima Hamed parecía la antesala del anuncio. Pero tampoco. Desde los partidos y micropartidos que rodean a Díaz quieren conocer los tiempos, a dónde va y con quién. Preguntas que ahora mismo no va a responder. De hecho, ya se ha metido de cabeza en la nueva mesa de diálogo para aprobar la subida del salario mínimo interprofesional. Las cosas de comer…
En el ministerio tiene muy buen equipo técnico y políticamente ha cultivado la relación con sindicatos y empresas. Una base con gran fuerza organizativa en lo social sobre la que algunos creen que podría apoyarse para construir el proyecto político y romper las dependencias con UP, IU o Más País. El escenario es complejo y Díaz no valora la solución con un mero acuerdo entre partidos. Las relaciones con Unidas Podemos no son buenas. Se visualizó en el Congreso. Irene Monero y Ione Belarra agendaron un acto la mañana de la votación de la reforma. Una vez votada, ni se acercaron a Díaz, a quien sí vimos abrazada a Sánchez, Calviño, Montero, el núcleo duro del gobierno del PSOE.
Otros miembros de partidos próximos creen que Díaz no aclarará la fórmula hasta dentro de varios meses, cuando los partidos no estén en condiciones de forzar la negociación. Dejar que pase demasiado tiempo es arriesgado, pero evita al adversario. Yolanda Díaz detesta la brutalidad política. Si espera un semestre más, un año, a lo gallego, retrasará también los ataques. La reforma laboral ha sido un aviso suave, sutil, de las presiones que tendrá como candidata. Y tampoco quiere una pelea a la luz de los medios con compañeras y compañeros de partido.
Yolanda Díaz es la política más valorada y está muy cerca de empatar en valoración con Pedro Sánchez dentro de los votantes del PSOE
Así que cuanto menos tiempo sea candidata, menos exposición, menos desgaste. El PSOE se lo pondrá fácil, pero no le regalará nada. Íñigo Errejón no tiene mucho margen y la negociación pasará más por Mónica García, líder de la oposición en Madrid tras adelantar al PSOE, o Mónica Oltra, incluso Ada Colau. Rufián, como ha hecho desde la aprobación de la reforma laboral, cuidará más a los socialistas y atacará a Díaz. El espacio que representa es una amenaza electoral para los de Esquerra. Como dicen los comuns, si Pablo Iglesias gustaba en Catalunya, Yolanda Díaz gusta mucho más.
Con todo, Yolanda Díaz tiene el viento a favor, consigue no mojarse y todo el mundo está con ella. Esa ventaja, la de que todos la necesiten, puede hacer más fácil la negociación y la construcción del proyecto. Recordemos el CIS de enero: es la política más valorada y está muy cerca de empatar en valoración con Pedro Sánchez dentro de los votantes del PSOE. Gana al presidente en toda la escala ideológica y supera en todas las franjas de edad, con una brecha mayor en los votantes de 35 a 44 años. Díaz gusta por la percepción de mujer trabajadora, por representar la política de lo tangible, esa que “cambia la vida de la gente”, como dice su mantra. Suave en las formas, implacable en el fondo. Un hecho que recogen repetidamente las encuestas.
Desde los medios seguiremos preguntando. ¿Será candidata? ¿Quién irá en la lista y en qué número? Cuando todos los indicios apuntan a que Díaz quiere abrir un camino inexplorado. Así como costó entender qué era Podemos en 2015, es posible que ocurra lo mismo con la plataforma de Yolanda Díaz. Un espacio sin la marca de Unidas Podemos, Izquierda Unida o Más País, donde la disponibilidad versus debilidad de los actores determinará la construcción del proyecto. Una operación orgánica y política de grandísimo calado, con la ambición de salir del rincón de la izquierda. Ella insiste: “No tengo partido”. E imagina una plataforma electoral donde quepan perfiles, talentos, sensibilidades y realidades nacionales distintas. Es una política que defiende un país donde se pueda estudiar euskera en cualquier escuela pública y cuenta como anécdota cómo su padre se enfada con la nieta por hablar gallego con acento madrileño. Para llegar, señalan desde la esfera de las confluencias, tiene que transitar del “no quiero ser presidenta” o “nunca he creído en el sorpasso” a la experiencia que le ha llevado al Gobierno: “Si no piensas en grande, no llegas”.
Un juego a todo o nada donde Díaz se diferencia del resto en algo capital: no genera desafección. El votante se identifica con su autenticidad más que con el partido. A estas alturas, es una obviedad decir que Sánchez no llegará solo al próximo gobierno. O que las derechas que amañan votaciones en el Congreso, quieren ilegalizar partidos, expulsar inmigrantes o liarse a banderazos, están ampliando su base social. Díaz nota esa presión y asegura no querer llegar a cualquier precio.
Por concluir, la fatiga de Yolanda Díaz con el funcionamiento del Gobierno es real. Y a pesar del error de cálculo del PSOE en la negociación y el no de ERC y el PNV, su figura no ha salido muy desgastada. La reforma tiene efectos reales que veremos en el próximo semestre. Pero si el diputado del PP Alberto Casero no se equivoca al votar, hubiera habido crisis. La posibilidad de su dimisión estuvo encima de la mesa. Con la reforma laboral tumbada y una posible salida de Yolanda Díaz, la legislatura habría saltado por los aires. Tensar la cuerda propia de cada partido tiene sus riesgos, entre ellos, tirar el gobierno por la borda. Veremos si se ha aprendido la lección, por cuánto tiempo, y si ese margen sirve a Yolanda Díaz para armar el proyecto. El ser o no ser es fascinante en la filosofía, pero no en la política. Como diría Yolanda Díaz, las cosas de comer, tienen que ser.