Decía ayer el secretario general de Junts, Jordi Turull, en una entrevista a El Nacional.cat, que llegará un momento en que Pedro Sánchez tendrá que decidir entre la política que sustenta la presidencia de Salvador Illa y los acuerdos de Bruselas con Carles Puigdemont que garantizaron la investidura al líder del PSOE después de perder las elecciones. Es un horizonte, sin duda, muy abierto, brumoso e imprevisible, como lo es el día a día de la política catalana y española. Es evidente que entre el referéndum del que hablan en Suiza, con mediación internacional, las delegaciones del PSOE y Junts y la política de "normalización" de Illa, es decir, el retorno a la Catalunya autonómica pero sin nervio nacional, media un abismo. El choque puede estar servido el día que Illa consiga institucionalizar plenamente la autonomía sin nación y que Junts tenga que rendir cuentas ante el electorado independentista de lo conseguido, nacionalmente hablando, a cambio de investir a Sánchez. En este juego sutil de intensos pulsos, alguien de los tres actores, Sánchez, Illa o Puigdemont, se quedará en la estacada. Es imposible que ganen los tres.

El peculiar triángulo que forman Sánchez, Illa y Puigdemont, coge la temperatura de un clavo candente cada vez que en Madrid se tiene que aprobar algo de peso, ahora la reforma fiscal, de aquí a poco tiempo los presupuestos y la senda de déficit, porque el primero del trío se juega la silla. La situación es tan explosiva que la vicepresidenta primera y ministra de Hacienda del Gobierno, María Jesús Montero, tuvo que llamar a Waterloo, según ha revelado La Vanguardia, para que Carles Puigdemont diera luz verde a la reforma fiscal negociada con Junts y garantizara que las inversiones de las compañías de energía y gas en el Campo de Tarragona no tendrán que sufrir por el impuesto que, Sánchez, al mismo tiempo, promete a la bancada izquierda de sus socios, Podemos, Sumar, ERC y Bildu, que seguirán pagando. Todo sucedía a la vez que el president Illa viajaba a Bruselas para dar para inaugurada la nueva etapa de relaciones entre la Generalitat y las instituciones de la UE sin confrontación con el Estado. Y sin visita a Puigdemont, el hombre que, hoy por hoy, garantiza a Sánchez la continuidad de la legislatura. En el fondo, no sorprende que Illa, que empalmó el viaje a Bruselas con la primera visita como president a la Moncloa, admitiera que no tenía nada que negociar con Sánchez en una materia tan capital como la nueva financiación, porque todo ya está hablado.

Sánchez y Puigdemont son hoy por hoy el único factor que puede desestabilizar la plácida presidencia de Salvador Illa

Mientras Illa planta banderas españolas en la Generalitat, allí donde va es Puigdemont quien, con los dientes apretados, aguanta a Sánchez a cambio de ayudar fiscalmente a las pymes, los clubs deportivos catalanes o las grandes compañías que crean puestos de trabajo en el Camp de Tarragona. Puigdemont ha empezado a sacar las castañas del fuego a una parte de la gran empresa a la vez que mantiene el pleito nacional catalán vivo. Y sin Puigdemont, Sánchez no habría superado la semana de la triple batalla con Feijóo sobre la reforma fiscal, la vicepresidencia europea de Teresa Ribera, y la tormenta de acusaciones de corrupción del caso Aldama-Koldo. Si a eso se suma el hecho de que la amnistía todavía no se ha hecho efectiva para Puigdemont y el conjunto del exilio independentista catalán, el precio de la factura de Junts en Sánchez a la fuerza tendrá que ser elevado. El acuerdo sobre el traspaso de las políticas de inmigración a la Generalitat, que se sigue negociando en Madrid, marcará la pauta de hasta dónde está dispuesto a llegar Sánchez y su entente con Junts.

Y mientras tanto, Illa recibe en Barcelona al número tres del régimen chino, Zhao Leji, para hablar de reindustrialización y aborda con Sánchez un plan de choque contra la multirreincidencia, auténtico foco de inseguridad y caldo de cultivo para el extremismo antiinmigración. Illa lo hace porque es necesario y porque esta es la agenda central con que se juega su propia silla... con Junts. En resumen, la convergencia de intereses entre Sánchez y Puigdemont es hoy por hoy el único factor que puede desestabilizar la plácida presidencia de Illa, que ya ha superado los primeros 100 días. Una pinza Moncloa-Waterloo podría ser letal para los (lógicos y legítimos) planes del president socialista catalán, para su propia hoja de ruta. El PSC sufrió en el pasado situaciones parecidas en la dialéctica PSOE-CiU y en ningún sitio está escrito que no se puedan repetir. Incluso la normalización tiene riesgos.