Un partido que tuviera la intención de debilitar o de socavar el Régimen de Vichy empezaría por admitir que hemos perdido, por muchos años, la ventana de oportunidad que teníamos para hacer la independencia. Ahora mismo no hay nada más sistémico y más penoso que las proclamas independentistas de los políticos. Da igual si vienen de partidos nuevos o de partidos viejos. Basta con mirar el TN para saber que no podríamos mantener la independencia aunque nos la regalaran. No tenemos la red social, ni el capital político o humano, para imponernos; ni mucho menos nos encontramos en una situación internacional mínimamente favorable.
El votante sabe, ni que sea por intuición, que el mundo de hoy no es el mundo de hace 15 años y que el oficialismo se agarra a la independencia porque no tiene suficiente imaginación para renovar sus discursos. Lo que no parece saber, o no es lo bastante consciente de ello, es que una cosa es controlar un gobierno y otra es controlar un país. Un gobierno se puede controlar sin violencia a través de la propaganda y del dinero. Pero un país es un organismo más complejo. Como se vio en el 1 de octubre, y como ya se había visto en la victoria de Jordi Pujol de 1980, un país tiene una historia y un subconsciente. Un país es una malla de intereses hecha de pliegues y de repliegues. A veces, incluso da sorpresas.
Un partido disruptivo empezaría mirando de explotar esta diferencia tan sutil e importante. Pujol la detectó durante la Transición, y la usó para imponerse a los socialistas catalanes, que contaban con el favor del PSOE, o sea de Alemania, y de los comunistas. Pujol supo hablar directamente a los catalanes que habían resistido durante la dictadura sin pasar por los filtros establecidos por las modas y la propaganda. A pesar de que CiU flirteó con el PSUC y con los franquistas, Pujol supo crear un imaginario propio desligado de la suciedad del pasado. Las consultas que precedieron el procés también salieron de gente que sabía burlar la pedantería y el ruido de los altavoces.
Un partido que quisiera desafiar al Régimen de Vichy trataría de conectar con la intuición de los catalanes para implicarlos en una defensa descarnada del país, que es como se defienden ahora los países. Huiría de la ideología, e intentaría explicar la situación con la máxima crudeza, aunque fuera un poco cruel. Haría como Oriol Junqueras hizo con la rendición de 2018, pero desde una postura nacional que permitiera ir más allá de los cálculos de ERC y de Puigdemont. Primarias lo intentó en 2019, al menos en Barcelona, y no lo logró. Entonces el país estaba en shock por las mentiras del procés, y ahora parece que el miedo que da un gobierno del PSC no deja ver los peligros de insistir en discursos vacíos.
Un partido que quisiera desafiar al Régimen de Vichy trataría de conectar con la intuición de los catalanes para implicarlos en una defensa descarnada del país, que es como se defienden ahora los países
El núcleo del electorado de CiU necesita liberarse de los espejismos institucionales y volver a cargarse el país a las espaldas sin esperar nada del dinero público. Ahora mismo, por ejemplo, nada nos ayudaría tanto a paliar el lío que nos creará la inmigración como hacer del catalán una lengua obligatoria en Cataluña, pero con la cultura política que tenemos es imposible, incluso, plantear la idea. Esto por no hablar de introducir el catalán en la integración militar europea que está en marcha, aunque sea a través del ejército español, otra idea que es imposible discutir con la confusión que hay. Con el clima actual, la vida nacional ni siquiera saca partido del Barça o de la cocina catalana.
La idea de la independencia era muy inspiradora, pero hemos llegado a un punto que solo sirve para hacer ver que Puigdemont y Ponsatí son más patriotas que Pere Aragonès. Se ve si miras al nuevo partido de derecha y se ve si miras al nuevo partido de izquierdas. El hecho de que una alcaldesa de Ripoll se erija en la portavoz solitaria de los valores de Occidente forma parte del mismo chiste perverso que ha llevado a una pandilla de artistas y políticos estipendiados por el Régimen de Vichy a decir que han venido a derribar la neoautonomia. Basta con recordar que Mas se quitó la corbata, y se abrazó a la CUP, después de venderse el patrimonio de la Generalitat a sus amigos, para entender como funcionan estas cosas.
Pujol, que todavía corta el bacalao, intenta marear la perdiz. Pujol tiene su manera de funcionar, pero su tiempo ya ha pasado. Si el país no se puede separar de España, quizás estaría bien que el cuerpo de votantes que le dio el poder se independice de su herencia. Las consultas que pusieron en marcha el procés ya llevaban implícito un intento de cambiar la cultura política del país. El sistema de partidos que creó el pujolismo hace demasiado tiempo que está en crisis y habría que rematarlo. La vida política catalana se ha vuelto una imitación sórdida de las dialécticas americanas, y ninguno de los partidos nuevos que se presentan podrán mejorar nada porque son ideaciones caricaturescas de un mundo que agoniza.