En un solo nombre puedes encapsular toda la soberanía de Barcelona. Nacer con el nombre de bautismo Mercè y aceptar como epíteto religioso a Eulàlia significa el máximo listón onomástico que puede ostentar una barcelonesa. Dentro de la lista enorme de mujeres que han sido protagonistas, pero al mismo tiempo olvidadas en Catalunya, emerge el de sor Eulàlia d'Anzizu, que más allá de tener una calle en Barcelona, en el barrio de Pedralbes, y ser admirada en su monasterio, no disfruta de la proyección pública que una barcelonesa como ella se merece. Emparentada con la familia Girona Bacigalupi i Güell, esta chica, hija única, queda huérfana de madre enseguida, y sin padre y abuelos cuando era adolescente. Deja la plaza de Sant Jaume donde había nacido por el Eixample, vive con personal que la acompaña y asiste y tiene de mentor a Jacint Verdaguer, que le encomienda la pasión literaria. Decide hacerse monja, entra en el Monasterio de Pedralbes, donde será archivera, y pondrá orden en los papeles históricos del monasterio, que estaban sin clasificar. Dedica sus recursos económicos a hacer obras a la iglesia y a la tumba de la fundadora, Elisenda de Moncada, así como otras dependencias que hace restaurar. Se recluyó en un monasterio, como otras monjas contemporáneas que conocemos, pero su vida activa en diarios y revistas era ingente y se hacía notar. Se pueden encontrar colaboraciones suyas en La Veu de Catalunya y en La Veu de Montserrat. Mercè Anzizu, a los 20 años, tomó la decisión de dejar el mundo, "abandonar la patria", como decía ella, para adentrarse en el universo de las clarisas. En los libros de texto, cuando estudiábamos la Renaixença, me habría gustado estudiar la obra de sor Eulàlia.
Feminizando el pasado, se hace justicia, y rescatando personas como Eulàlia, también se dignifica la aportación de las religiosas en el patrimonio, la literatura, la vida cívica y cultural de la ciudad
Existen referentes intelectuales como ella, de gran potencia crítica, sólida formación, capacidad de gestión, gusto ético y estético, y no las conocemos ni las valoramos. Pensamos que en los monasterios hay, y había "monjas", gente recluida que ignora el mundo, que solo rezan y cuidan el huerto. Argumentando así, descuidamos una parte enorme de nuestro legado y no entendemos que hay otras maneras de vivir y contribuir a la sociedad. Eulàlia era muy culta, había viajado a Italia, le publicaban obra de manera periódica en los medios, mantenía relación con historiadores, poetas, artistas, consejeros espirituales, como el mentor Jaume Collell, y, de hecho, es la primera fundadora del Museo del Monasterio. Se podría rescatar una exposición que con acierto se dedicó a su trayectoria (Mujeres silenciadas. El legado de Sor Eulàlia Anzizu), y hacerla itinerante para que resuene su legado. Anna Castellano, M. Carme Bernal y Carme Aixalà hicieron posible este rescate, que habría que extender. BTV le ha dedicado espacio como protagonista de la historia de Barcelona. Feminizando el pasado, se hace justicia, y rescatando personas como Eulàlia, también se dignifica la aportación de las religiosas al patrimonio, la literatura, la vida cívica y cultural de la ciudad. También desde un monasterio urbano se hace ciudad, y se hace historia.