Esta semana llegó la segunda carta. En algún lugar de la cabeza del presidente, se guardó la idea de que la primera había sido exitosa. Alguien debió decirle que había sido una jugada maestra, un plan perfecto. Incluso, es probable que sienta ser "más demócrata" por entender que eso que hace es "transparencia", o algo así. 

Recuerdo que en la primera carta nos decía el presidente que se iba a dar cinco días para reflexionar lo que hacer con su vida. Y no se me olvida la sensación que tuve de sorpresa, incredulidad, vergüenza ajena y, sobre todo, frustración al saber que no teníamos nada que hacer ante semejante despropósito. Desaparecer cinco días era, en sí mismo, un hecho sin precedentes; irresponsable, pueril y cobarde. Hacerlo por la razón que lo hizo, inaceptable. En su día y en este mismo lugar analicé desde el presente cómo me parecía todo aquello. Y hoy creo que me quedé corta. 

El proceso judicial contra Begoña Gómez ha seguido su curso, como no puede ser de otra manera, y Pedro Sánchez ha vuelto a tener otra pataleta. Que alguien me diga por qué razón un juez al que se le presenta una denuncia, y por lo que parece, se le aportan pruebas que le hacen decidir abrir una investigación, tenía que rechazar esa opción. ¿Para proteger al gobierno? ¿Porque presentan la denuncia unos tipos muy malos, muy fachas y muy feos? ¿Porque se denuncia a un ser de luz, que es la estimada señora del enamorado presidente? Que alguien, por favor, me diga por qué. Por qué un juez debería tener en consideración cuestiones que, ni se amparan en la ley y el proceso judicial, ni serían garantistas respecto a un sistema que se supone que ha de ser igual para todos. 

Que la intencionalidad de la denuncia tenga un tinte político no le hace al asunto perder importancia. La política está plagada de causas judiciales usadas como arma. Y la justicia está plagada de casos políticos en los que se deja ver la enorme sombra de la que esta democracia española todavía no ha sabido desprenderse. El law fare es un hecho y tiene mucho que ver con la evolución de una democracia construida en contextos como el nuestro: a marchas forzadas y por intereses externos, no por una sublevación popular que la haya exigido y puesto fin a una dictadura. Franco murió en la cama, y la monarquía parlamentaria era el deseo de nuestros "amigos" para asegurar la implantación de la OTAN. Pero esa es harina de otro costal. Aunque, hablando de OTAN y de monarquía, es inevitable el recuerdo de Urdangarín, el esposo de la Infanta Cristina. Alguien que ha terminado en prisión por aprovecharse de estar casado con quien lo estaba y hacer negocios extraños. 

Pero evidentemente, no vamos a comparar a Begoña con un miembro de la casa real, pues Gómez es la mujer del presidente. Ella es una ciudadana, una súbdita más. Y por eso, y por muy enamorado que el presidente esté de ella, es importante señalar que lo está como hombre, como persona, no como representante mío. Es decir: que yo no tengo por qué confiar más en ella que en Urdangarín, de entrada. Permítame que me parezca sano que sea investigada cuando se interpone una denuncia contra ella. De demostrar su inocencia, saldremos ganando todos. Pero por la reacción que estamos viendo, es evidente que ni el propio presidente cree que la justicia de su país sirve para dejarnos tranquilos a todos. Bueno es saberlo. Me refiero a que el presidente está de acuerdo en esto que muchos llevamos tiempo denunciando. Pero es un asunto tan serio y tan importante, que como ciudadana interesada en la regeneración de este país, considero que nos merecemos saber por qué el presidente desconfía de este modo. Merecemos saber si tiene razones fundadas como para que la ciudadanía tenga que alertarse y considerar oficial el hecho de que no podemos confiar en la justicia. Porque esto es lo que muchos pueden entender de las cartas de Sánchez. Me pregunto si, pensando como piensa el presidente, tiene previsto tomar medidas que estén al alcance de su mano. Porque, vamos a ver: cierto es que el tema es de índole privada de la ciudadana Begoña Gómez. Pero también es verdad que en este asunto, la línea entre lo privado y lo que concierne a la actividad de la presidencia de Gobierno es verdaderamente pequeña. Si Sánchez quiere que me crea que todo este asunto judicial, que apunta a su mujer por sus labores profesionales, en realidad es una campaña política de acoso y derribo contra el presidente del Gobierno, lo lógico sería que Sánchez, como presidente de Gobierno afectado, tomase medidas extraordinarias ante la gravedad de los hechos. ¿O acaso no hay medidas en nuestro sistema democrático y de derecho que permitan la reacción inmediata ante la supuesta injerencia de uno de los poderes en otro de forma ilegítima e indebida? ¿Qué me propone, Señor Sánchez?

La carta es, decididamente, una estrategia. Una estrategia de comunicación política. Una treta más, un cuento con el que generar atención (o desviar). 

Cierto es que tenemos un Consejo General del Poder Judicial en "modo okupa" desde hace ya más de cinco años. Lo que está sucediendo con el gobierno de los jueces va contra lo que dictamina la propia Constitución. Y tiene guasa que sean los máximos responsables del poder judicial los que consientan permanecer en una situación de irregularidad como la que están protagonizando. A mí esto me parecería ya suficiente como para escribir una carta a la ciudadanía y darse cinco días para pensar. Pero, por lo que sea, a Sánchez no se le ocurrió hacerlo en ese momento. Es más, a Sánchez no se le ha ocurrido amenazar con repensar su presidencia en ninguna de las tremendas circunstancias que estamos viviendo. Ha sido por una cuestión de índole personal. De su mujer. Para ser algo personal, que además según Sánchez carece absolutamente de recorrido, igual se le está dando demasiada importancia. Y me refiero a las decisiones que está llevando a cabo el propio Sánchez. No a que la oposición o los medios de comunicación lo utilicen. Porque es algo perfectamente normal. Sobre todo, teniendo en cuenta que el asunto del novio de Ayuso está siendo la campaña favorita del PSOE. Pero claro, según la lógica sanchista, lo de Ayuso merece ser contado "porque es cierto" y lo de Begoña es "fango" porque... si. Muy demócrata esto no parece, la verdad. Y conste que me parece lamentable en cualquier caso que una pareja tenga que salpicar la actividad política de nadie, salvo que haya responsabilidad también demostrable por parte del político. Son muchos los temas para debatir que nos da todo esto de la responsabilidad política y legal. 

Pero volvamos a la carta. Porque la carta es todavía peor que las pantallas de plasma de Rajoy. Porque la carta no da posibilidad de pregunta. Como no da, en absoluto, ninguna respuesta. La carta en sí misma, no dice nada. Pero a la vez, lo dice todo: todo sobre quien la usa como herramienta política. Para mezclar lo personal con lo político, lo partidista con lo institucional, y de paso, quedar como un supuesto peligro. Peligro para la democracia. Peligro para el propio sistema. Sí. Porque, de ser cierto que el presidente del Gobierno considera que los jueces están contaminados y responden a otra cosa que no sea su deber, el máximo representante de los españoles tiene el deber de tomar medidas de manera inmediata. Ciertamente quedaría raro que, pudiéndolo haber hecho en incontables ocasiones, tuviera que darse la circunstancia de que esto le afecte a su mujer. No niego la importancia de la queja y su relevancia, porque además estoy bastante de acuerdo. Pero incómoda que todo esto sea "por Begoña". No sé si me explico...

La segunda carta ha incidido, de nuevo, en el error. Porque en la primera se nos decía, en resumen, que la justicia estaba siendo utilizada por políticos para hacer daño al presidente tirando contra su esposa (que es donde más le duele). Más o menos. Y que todos los que estaban detrás de esta acción estarían actuando más o menos como una especie de organización (partidos, medios, jueces). En la segunda carta, mantiene el relato, pero ahora se debe al hecho de que su mujer ha sido citada por el juez. Que la citación se haya dado a conocer públicamente y antes de las elecciones europeas, para Sánchez pudiera haber sido una decisión que el juez toma con la intención de perjudicar en el terreno político. Entiendo, entonces, que según Sánchez, el juez debería haberse esperado a que pasaran las votaciones de hoy. Porque así no interferiría en los votos. Según el presidente, existe "una regla no escrita" mediante la cual, la justicia procura no interferir en los procesos políticos. Atención a esto porque me parece grave que el presidente haga referencia a "reglas no escritas" entre legislativo y judicial. 

En un Estado democrático y de derecho, el juez tiene que cumplir con sus plazos, actuando de manera diligente y sin que nada pueda interferir en su proceder ordinario. Quiere esto decir que si hubiera esperado a las elecciones, para no interferir en ellas con la noticia sobre la citación de Begoña, también podría considerarse que estaría, precisamente, interfiriendo. Porque su silencio podría considerarse igualmente cómplice. No querer perjudicar a uno se puede interpretar como un agravio al otro. Y para evitar interpretaciones, están las leyes. Las escritas. Las que rigen para todos. Si Sánchez considera que lo que hace este juez forma parte de una persecución política, tiene la obligación de recusar al juez, o de plantear lo que se estime ante las instituciones y organismos pertinentes. Pero no lo hace. ¿Por qué no lo hace? ¿Por qué nadie puede hacerle estas preguntas? 

La carta es una herramienta poco democrática. Pretende usarse como una medida de transparencia. Y es de absoluta opacidad y tintes totalitarios. Evita la rendición de cuentas que el presidente debería dar al denunciar lo que está denunciando. La carta es, decididamente, una estrategia. Una estrategia de comunicación política. Una treta más, un cuento con el que generar atención (o desviar). Esta noche veremos los resultados, aunque sean preliminares, de todo este tinglado de campaña. No creo que el votante haya tenido en cuenta su papeleta por el asunto de Begoña. Desde luego, que habrá podido influir, pero no más ni menos que el caso Koldo, que regalarle mil millones de euros a Zelensky sin preguntarle a nadie, por ejemplo. Tenemos argumentos de sobra para no votar a prácticamente nadie. Y las razones que muevan a cada uno, son tan libres y legítimas como posibles. 

La política epistolar quizás se ponga de moda. Y en ese caso, más allá del contenido, que ya iremos analizando si se tercia, no estaría de más, ponerle gusto al estilo. Todo hay que decirlo, y también en eso, ha fallado el presidente.