Lisa y llanamente "¡Ponsatí marca el camino!". La frase es del diputado Albert Batet, de cuándo Ponsatí conjugaba el 'putaerc' con entusiasmo y por ese motivo, para el mundo de Waterloo, era ejemplo y referente. Tampoco era exactamente un faro a seguir porque la Ponsatí, de vez en cuando, soltaba alguna ('iban de farol') que ponía en entredicho la ortodoxia del legitimismo. Al mismo tiempo, valga la redundancia, también era la vía para tener entretenida una parroquia ante la inoperancia del Consell del Legítimo, que se erigía como verdadero gobierno de los verdaderos indepes para la independencia. Pero que a la hora de la verdad nada de nada. Porque era, precisamente eso, un ente de servicio y culto mesiánico. Principio y final, de todo. Recordamos que se llegó a decir que el carné, oneroso, de miembro del Consell era la transmutación de la papeleta de voto del 1 de octubre. Las hemos dicho tan grandes que ahora incluso da cierta vergüenza recordarlo.
Cabe decir que Batet no es cualquiera. Tampoco es un Giró o un Rull. Era y es un integrante destacado de la guardia pretoriana de Waterloo, selecto club apostólico. Es él quien verbaliza la moción de censura encubierta contra Pere Aragonès que dinamita el Govern y también era él quien tenía que sustituir en la Vicepresidencia a Puigneró, al impulsor de la NASA catalana, que no convencía como contrapeso al Govern.
Lo más audaz y valiente de Ponsatí y Graupera es su gesto de desafiar un mundo que los habría acomodado durante años de haber seguido siendo cómplices
Batet también es de los que se mostraba exultante después de la vergonzosa pitada —acompañada de todo tipo de insultos— contra Carme Forcadell en el acto del Consell del Legítimo para conmemorar el quinto aniversario del 1 de octubre. El espectáculo más triste y sectario de los últimos años. No todo el mundo respondió igual, ciertamente. Ni Rull ni Giró sonrieron ante aquel esperpento. Todo el contrario, sintieron pena y vergüenza. Pero Rull y Giró son otra cosa. También humanamente. Si todo fueran Rulls o Girós, se podría recoser todo lo que se ha roto.
Ahora, en cambio, Ponsatí ya ha pasado a ser tratada de timorata por los mismos que aplaudían su temple y valentía. Por ejemplo, el amigo Toni Comín en una reciente entrevista orgánica. Lo que ahora, repentinamente, le reprochaba el eurodiputado es haber pisado Catalunya gracias a la derogación de la sedición. Aplaudido en su día por él mismo. Lo que significa, en la semántica patriótica del legitimismo, no haber mantenido la posición. Cabe decir que toda la justificación es compleja de entender. Para mentes avanzadas. Tanta curva hace que no sepas si lo estás viendo del derecho o del revés. Porque en la misma entrevista se nos explicaba que lo más importante es 'la seguridad'. Es decir, poder volver a Catalunya amparados por la legalidad. O sea, que no los puedan trincar. Lo cual, obviamente, es humanamente comprensible. De hecho, es la estrategia de los últimos siete años. Agotada ya la judicial, pintaban bastos, la carta que se ha jugado es la de negociar y pactar con el PSOE un retorno de impunidad. A cambio de investir a Pedro Sánchez. Si lo llegan a seguir haciendo los republicanos en solitario, habría sido, como mínimo, una evidencia más de la rendición de Junqueras y los suyos. Pero como el Legítimo vio la vía para volver a casa, ha pasado a engrosar el jugadamaestrismo. Lo que antes era propio de rufianes, ahora es política de estadistas.
El episodio más valiente que ha protagonizado Clara Ponsatí no ha sido volver a pisar Catalunya gracias a la derogación de la sedición pactada por los republicanos. En eso tiene razón Comín. Lo más atrevido, había que tener ovarios, fue reventar en directo la rueda de prensa de Waterloo para denunciar la farsa y la inconsistencia de todo. Aquella fue la ruptura definitiva con el teatro de Waterloo. A lo que, ciertamente, Ponsatí se había prestado durante años. ¿A conciencia o con una dosis de ingenuidad? Esta es una pregunta que solo ella puede responder con sinceridad.
Ahora Ponsatí y Graupera se han tirado a competir en una carrera electoral que los ha cogido en calzador. Y en que su adversario, electoral, es la enésima candidatura que intenta hacer ver que no es lo que es. Mesiánica como aquella de Artur Mas de 2012. Idólatra. Ahora, sublimando el caudillismo. Ya no vendemos ningún viaje a Itaca. Ahora, estamos por el referéndum pactado como prioridad. Ya no festejemos ninguna vía insurreccional que nunca pretendieron, ni remotamente, poner en marcha. Ahora todo se fundamenta en una restitución personal. Tan sencillo como eso. No hay nada de profundo, ni de sólido, ni de épica de país. Es, incluso, por todo que lo que se había llegado a decir, sórdido. En particular, cuando recordamos aquella noche de estampida, aquella noche que todavía nos pesa, de largarse a la francesa.
Lo más audaz y valiente de Ponsatí y Graupera es su gesto de desafiar un mundo que les habría acomodado durante años de haber seguido siendo cómplices. Aquí radica el valor de su gesto, de su aventura, que tiene un poco de temeraria, pero también, en este punto, de respetuosamente admirable.