Para estigmatizar el populismo como movimiento supuestamente "fascista", deberíamos valorar cómo está influyendo realmente en la vida de los ciudadanos cuando llega al poder. Para ello tendremos que esperar un poco. No sabemos si actuarán antidemocráticamente, como sucedió en los años treinta del siglo pasado, y cuando queramos evaluarlo, ya será demasiado tarde. Pero sin ver cómo gobiernan, nos precipitaremos comparándolos sistemáticamente con el fascismo Italiano de Mussolini o el nazismo de Hitler. Repetir mil veces que los populismos de extrema derecha son fascistas, más allá de ser una herramienta de publicidad negativa, no aporta argumentos sólidos. Debemos encontrar otras ideas para contrarrestar el efecto provocador de sus directísimas y sencillas diatribas políticas sobre problemas complejos, irresueltos, graves, impopulares y, por eso, a menudo sin respuesta clara por parte de los partidos tradicionales, como por ejemplo la inmigración. Mientras no gobiernen, a los populismos se les podrá acusar también de no saber gobernar, de falta de realismo. Pero... ¿y cuándo gobiernan? Sobrevolemos un par de ejemplos, muy precariamente, a ver si encontramos algunos indicios de dictadura y totalitarismo. ¿Nos llevaremos sorpresas que nos harán reflexionar?

Sin entrar a valorar los populismos que se han convertido en dictaduras en países de débil tradición democrática, como la de Maduro en Venezuela, echemos un vistazo con total prudencia y humildad al caso de Milei en Argentina y al de Meloni en Italia. No me cabe Trump porque todavía no tengo claro cómo definirlo. Creo que Trump inaugura una nueva era en Estados Unidos. Es la llegada del imperio a Roma, donde mandan los que controlan la pasta y los ejércitos. Trump y los grandes empresarios se sirven del populismo, pero van más allá. No se pueden meter en el mismo saco. Mirad quiénes son los secretarios (así llaman a los ministros los estadounidenses) y veréis que son mayoritariamente multimillonarios. Increíble, ¿verdad? La Europa de los estados nos tiene acostumbrados al ejercicio del poder por parte de la clase funcionarial. En el mejor de los casos, son como mis admirados "enarcas" franceses (de la ENA o École Nationale d'Administration), hijos de un durísimo sistema piramidal de formación, donde los mejores están destinados a gobernar.

Repetir mil veces que los populismos de extrema derecha son fascistas, más allá de ser una herramienta de publicidad negativa, no aporta argumentos sólidos

Volvamos a Milei y al éxito de su lucha contra la inflación. Un año después de su llegada al gobierno de Argentina, con un plan de choque contra la inflación, puede decirse que lo ha logrado. Con una rebaja del gasto público de más de un tercio, ha convertido la inflación del 25% de diciembre de 2023 en un 3,4% de diciembre de 2024. También ha logrado mantener una paridad con el dólar y evitar la hiperdevaluación. Eso sí, llevando los umbrales de la pobreza a cifras de más del 50%, muy inquietantes. Su populismo económico está afrontando el gravísimo problema de la inflación, que, por inacción, puede llevar a extremos más que desastrosos. Existe un problema y se aplica una solución. No sabemos si es la buena, pero la complejidad no puede ser una excusa para no hacer nada.

Y si vamos a Meloni, ocurre algo parecido. Su populismo estabilizador parece que le permitirá acabar el mandato como primera ministra, emulando el récord de su padrino político Berlusconi. Italia tiene una media de cerca de un año en la permanencia de los gobiernos. Mientras tanto, Meloni ha ido rebajando su tono dialéctico, aliándose con quien ha hecho falta para dar estabilidad y presencia en Europa, y haciendo de puente entre distintas facciones de la derecha europea todo lo que ha podido. Mantiene, eso sí, una encarnizada lucha contra la inmigración ilegal, sin el éxito que ella querría, pero con un tesón tan loable como discutible. Si al menos nos atreviéramos a discutirla más allá del "buenismo", quizás encontraríamos caminos de solución a las llegadas masivas sin control de la inmigración.

No podemos sacar muchas conclusiones sobre estos dos gobernantes populistas, porque no tenemos ninguna certeza de cómo evolucionarán. Podemos decir que, hasta la fecha, se han comportado intentando llevar a cabo programas con visiones de extrema derecha sin representar más que una opción distinta a la apatía política ante la complejidad de problemas como la inmigración o la inflación. Es decir, ¿para rebajar la inflación, hacía falta que llegara un candidato populista para emprender medidas antiinflacionistas? Y si había que atacar el problema de la inmigración ilegal, ¿hacía falta que llegara un candidato populista para emprender medidas legales contra la inmigración ilegal? ¿No había una solución no populista? Era Joan Fuster quien decía que "la política, o la haces o te la hacen". Si las fuerzas no populistas no hacen política con los temas que preocupan, vendrán los populistas y la harán. Y si resulta que la hacen ganando unas elecciones, no podremos democráticamente decir nada. El problema es que cuando ganen los populismos, corremos el riesgo de dejar de ser una democracia. ¿Estamos dispuestos por inacción política a jugarnos la democracia?