Rosanvallon. De Pierre Rosanvallon son la mayoría de ideas que quiero exponer. Concretamente de su libro Le siècle du populisme. Me pareció que, para hablar de este tema con menos frivolidad de la que requiere el momento, era bueno leer a algún experto politólogo, mejor si era francés y del collège de France. Conocedora de la pasión compartida por todo lo que viene de Francia, mi politóloga de cabecera, Astrid Barrio, me lo recomendó. Citar las fuentes, aunque sea en un artículo de opinión, puede no ser mala idea, sobre todo cuando estamos viviendo a las puertas de un nuevo paradigma, el populismo, seguramente no tan nuevo como parece.
Acostumbrados, como estamos, a vivir en democracia, creemos que esta es una situación normal. Y no nos damos cuenta de que no solo vivimos una excepción, sino que es una especie de excepción particularmente bondadosa. Tenemos escuelas gratuitas, sanidad gratuita, carreteras gratuitas y, aunque con listas de espera, residencias gratuitas. Gratuitas para que las paguemos entre todos. Vivimos muchos más años que cualquiera de nuestros antepasados, viajamos mucho más que ellos y ya hace varias generaciones que no sabemos de primera mano qué es una guerra (unas cinco, si cuento a partir de mi nieto). La Europa de los 27 vive desde los inicios del siglo XXI un momento cínicamente dulce, porque se está quedando sin niños y se llena de recién llegados, y porque no sabe a ciencia cierta cómo gestionar el inmenso poder de unos estados vecinos agresivos, como los de influencia islámica, la antigua madre Rusia y las, sin embargo, económicamente cercanas, China e India. Europa pretende evitar, esperando que pasen de largo o que se diluyan, la llegada al poder de los populismos de extrema derecha, que para los europeos representan la pesadilla de Hitler, Mussolini o Franco. La amenaza crece, entre otros países, en Francia, España, Italia, Alemania y Austria, mientras que se consolida con Trump en Estados Unidos, avalado (nunca lo perdemos de vista) por un omnipotente y visionario Elon Musk.
El populismo, una vez instalado, no tiene freno
Por eso es importante entender cómo nos presenta Rosanvallon alguno de los mecanismos recurrentes del fenómeno populista, muy presente desde siempre en la política. El primero es la búsqueda de la vía directa líder-pueblo. El concepto de pueblo como un todo permite simplificar el discurso y buscar complicidades directas. Permite, por ejemplo, un "ellos" y un "nosotros" sobre los que construir fácilmente un relato racista sin decirlo. Permite también atacar el concepto de “casta” dominante, y obliga a tomar partido a favor o en contra. Permite tratar a la “clase política” como un todo diferenciado. Permite, en definitiva, identificar a un enemigo común.
Un segundo mecanismo muy utilizado por los populismos es consecuencia de esa idea de pueblo como sujeto indivisible: el rechazo de la idea de los partidos políticos como herramienta de representación. Los populismos defienden los referendos directos, binarios, generalmente de ratificación de las propuestas del líder. Los electores están relegados a la categoría de followers. Por eso la llegada de las redes sociales como herramienta de expresión colectiva ha permitido, entre otros factores, el resurgimiento del populismo. No existe contenido complejo en las expresiones de los líderes. Todo tiene que ser expuesto de forma sencilla y pide el sí o no, el like. De ahí se derivan las críticas recurrentes en los medios de comunicación. Todo lo que sea pluralidad de ideas, confrontaciones de argumentos, debates públicos se considera una forma de atacar la verdad de las ideas del líder.
El tercer mecanismo se ve ahora ya bastante evidente: la figura omnipotente del líder. Los líderes populistas acaban siempre identificando sus intereses con los del pueblo unificado: "El pueblo soy yo", "el estado soy yo" o "yo soy la voz del pueblo". Tenemos tantos ejemplos cercanos en la historia europea que no hace falta que insista.
El cuarto mecanismo también corolario de los anteriores es la defensa de una política económica proteccionista: America first. Lo que entendemos por nacionalismos excluyentes que llevan a cuestionar la necesidad de una Europa unida. Y el quinto mecanismo es el recurso permanente a la hora de argumentar los sentimientos y las pasiones.
Me detengo aquí para dejaros digerir lo que probablemente ya tenéis en la cabeza: ¿cómo lo hacemos para combatir estos mecanismos? Pues no es fácil. Si lo fuera, hace tiempo que la democracia sería, incuestionablemente, el régimen más empleado para organizarnos. Implica involucrarnos en la vida política: documentarnos bien, admitir su complejidad, debatir sus ideas y ser proactivos participando en ella, dedicándole tiempo y paciencia. Quiere decir también aceptar que se impongan otras ideas y seguir defendiendo las propias. Lo que no acaba de explicar claramente Rosanvallon, porque necesitaría otro libro, son las consecuencias desastrosas de los populismos. Cuando ganan se convierten en dictaduras a menudo destructoras. La deriva populista ha generado odios, guerras, muerte y miseria en todas partes. Quizás tendríamos que poner un poco de atención a la hora de practicar un abstencionismo mental y electoral que regala el poder al populismo. El populismo, una vez instalado, no tiene freno.