La iniciativa de rearme vertiginoso por valor de 800.000 millones de euros para que, en caso de guerra, la Unión Europea pueda defenderse sola de cualquier amenaza exterior se ha justificado con la imprecisa idea de que ha llegado la hora de que Europa tenga su propio ejército, pero Europa nunca tendrá un ejército como tienen Estados Unidos, Rusia o China. El documento aprobado esta semana en Bruselas por los 27 anuncia una Europa “más soberana, más responsable de su propia defensa y mejor equipada para actuar y lidiar de forma autónoma ante los desafíos inmediatos y futuros con un enfoque de 360º”. Cuando dicen "más soberana y más responsable" ya queda claro que no lo será del todo. De hecho, Europa, los países europeos, no quieren, ni pueden permitírselo. Y tampoco serviría para garantizar su seguridad.

Se habla de Europa como si fuera un sujeto político como Estados Unidos, Rusia o la República Popular China, pero, a diferencia de dichos imperios, la Unión Europea no es una nación, son 27 y ninguna está dispuesta a renunciar a su soberanía. Una nación expresa una voluntad única y se simboliza con una bandera y un himno con el que se identifican los nacionales y que tiene un ejército... y un comandante en jefe, reconocido y legitimado. Al presidente de Estados Unidos se lo recuerda siempre como el comandante jefe del ejército más poderoso del mundo. Ni que decir tiene que Vladímir Putin y Xi Jinping son los comandantes de sus respectivos ejércitos. ¿Quién es el comandante en jefe de Europa? ¿Úrsula Von der Leyen? ¿Quién la reconoce? Estados Unidos es evidente que no, ni siquiera se digna a recibirla. Pero es que los europeos tampoco, como hemos visto cuando el presidente francés Emmanuel Macron, que sí es reconocido por los interlocutores rusos o americanos, negocia por cuenta propia. Igual que el hasta hace poco canciller alemán, Olaf Scholz, también ha desarrollado sus propios contactos con Estados Unidos y Rusia, prescindiendo de su compatriota y presidenta de la Unión. Por no hablar de la presidenta italiana, Georgia Meloni, o de los líderes de Hungría o Polonia. Y es obvio que ninguno de los líderes europeos está dispuesto a renunciar a su jerarquía.

Un ejército europeo requiere cesión de soberanía, integración de fuerzas armadas, y un comandante jefe jerárquicamente superior a los jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea. Ni los Estados europeos están dispuestos a ceder soberanía, ni los líderes nacionales a convertirse en presidentes regionales

Sin un comandante en jefe no hay ejército que valga. Y sin un comandante con autoridad no hay cadena de mando que pueda organizarse. Sin embargo, pongámonos a imaginar que los líderes europeos hacen de la necesidad virtud y se plantean construir un ejército europeo con las mismas potestades que el homólogo americano, ruso o chino. El comandante en jefe de estos imperios no es un militar, es un líder político que en Estados Unidos tiene la legitimidad que le han otorgado los ciudadanos de su país a las elecciones. Y Putin y Xi han asumido el mando por otros mecanismos, no democráticos, pero igualmente efectivos. ¿Cómo se supone que Europa debería elegir, designar o proclamar a su Comandante en jefe, que sería jerárquicamente superior a todos los jefes de Estado y de Gobierno?

Mucho antes que eso, los europeos deberían ponerse de acuerdo en los objetivos, las prioridades, la razón de ser de este nuevo ejército que debe ser compartida y comprometida de forma absolutamente unánime. Y, de momento, este tipo de unanimidad no se ve por ninguna parte. Ni siquiera franceses y alemanes, que pasan por ser la columna vertebral del proyecto europeísta, han estado siempre de acuerdo en cómo debían afrontarse los desafíos más inmediatos, como recientemente la guerra de Ucrania. En Naciones Unidas, los países europeos no suelen votar lo mismo. Ni siquiera respecto a la guerra de Gaza. Cada país tiene sus compromisos e intereses bilaterales y cada uno se preocupa principalmente por su frontera, unos al Este, otros al Sur, como España, y otros, como Dinamarca, también al Oeste. Ya lo escribió hace miles de años Sun Tzu en El arte de la guerra: “Vencerá aquel ejército que esté animado por el mismo espíritu en todas sus filas”. No es ese el espíritu que caracteriza a la Unión Europea.

Europa gastó solo el pasado año en Defensa 457.000 millones de dólares. Si con ello la UE no es capaz de hacer frente a la invasión rusa de Ucrania, con otros 800.000 millones, pero prescindiendo del apoyo armamentístico y tecnológico estadounidense, aún sería más vulnerable

La complicación es política, económica y técnica. La modernización de los arsenales de guerra ya no consiste en comprar fusiles y tanques. La competitividad en armamento se disputa principalmente en el campo de la tecnología y la inteligencia. Como Europa ha confiado siempre en Estados Unidos, Europa se ha convertido en un enano tecnológico respecto a Estados Unidos y China. Las armas más sofisticadas de los europeos son de fabricación americana, que no se pueden utilizar si Estados Unidos no lo autoriza. Por no poder, ni despegar podrían los aviones de combate F35, pero tampoco tendría acceso a los satélites ni a los ingenios de apoyo a la inteligencia de última generación. Es decir, para que Europa pueda tener un ejército competitivo necesitaría partir casi de cero y en construirlo tardaría una eternidad, dado que empezaría la carrera cuando sus competidores americanos y chinos llevan dos maratones de ventaja y siguen avanzando a ritmo de sprint.

Aparte de la cesión de soberanía y la integración de las fuerzas armadas de los diversos países en un solo ejército, sería necesaria una inversión en tecnología, innovación e inteligencia que con los 800.000 millones anunciados no tendrían ni para empezar. No es cierto que Europa no haya gastado dinero en Defensa. Según el informe del International Institute of Strategic Studies, con sede en Londres, el gasto conjunto en Defensa de todos los países europeos en 2024 ascendió a 457.000 millones de dólares. Si con este colosal dispendio los europeos no están en condiciones de hacer frente a la invasión rusa de Ucrania y se conformarán —que nadie lo dude— con que Putin consolide los territorios conquistados, ¿De qué (o a quién) servirán otros 800.000 millones de euros? En ningún caso doblar o triplicar en un año el gasto será suficiente como para ponerse al mismo nivel de los competidores y, por lo tanto, tampoco servirá para garantizar la seguridad... sin el apoyo de Estados Unidos.

La OTAN seguirá siendo el guardaespaldas de Europa, porque Europa no tiene más remedio. Donald Trump conoce las debilidades europeas y se ha visto capaz de poder decirnos a los europeos pagad, pagad más, y callad. Y eso será todo.

Hace pocos meses, a propuesta de la Comisión Europea, Mario Draghi, expresidente del Banco Central Europeo, emitió un informe que parecía marcar la nueva hoja de ruta de la Unión Europea para frenar su declive económico frente a otras potencias. Se calculó una inversión de 800.000 millones de euros, vaya casualidad, la misma cifra, para incentivar el crecimiento mediante la transformación tecnológica, la descarbonización, la seguridad económica y el mantenimiento del modelo social europeo. Esto era en septiembre pasado y ahora parece que el dinero irá hacia otro lado. El misterio es el siguiente: eso, de verdad, ¿quién lo ha decidido? No hay duda, la OTAN seguirá siendo el guardaespaldas de Europa, porque Europa no tiene más remedio. Donald Trump conoce las debilidades europeas y se ve capaz de poder decirle al europeo paga, paga más y calla. Y eso será todo.