Platón escribió que el gobernante debe ser un ser superior, un verdadero filósofo que por la autoridad de su saber y la rectitud de su justicia consiga respeto y obediencia. Han pasado más de 2.000 años y los ciudadanos de Estados Unidos han elegido como presidente a un hombre que no cumple ninguno de los requisitos establecidos por el filósofo de la Academia… y los valencianos, a un aspirante a representar España en Eurovisión que ha sido incapaz de proteger de la lluvia a la gente que lo votó.
De un tiempo a esta parte, la democracia, que sigue siendo el peor de los sistemas políticos salvo todos los demás, plantea serios problemas en cuanto a la selección de personal. Ahora mismo, Donald Trump es el comandante en jefe del ejército estadounidense y, para añadir emoción a su mandato, pretende colocar como secretario de Defensa a un showman de la Fox que le reía todas las gracias y que sin mucha experiencia tendrá que dirigir el ejército más poderoso del mundo. Para fiscal general, es decir, para perseguir el delito, Trump ha designado a Matt Gaetz, acusado de tráfico sexual de menores. Y para secretario de Salud, a un antivacunas como Robert Kennedy...
Quienes analizan la elección de Trump como el prólogo de la caída del imperio americano se van cargando de argumentos, pero los problemas de selección de personal no son problemas solo de Estados Unidos. Tenemos ejemplos más cercanos. El president valenciano Carlos Mazón nombró el mismo día de la DANA a un nuevo director de Interior, responsable de la seguridad pública, la coordinación de las policías locales, la gestión de la Unidad del Cuerpo Nacional de Policía (CNP) y la de Protección Civil, pero Vicent Huet Ballester fue elegido para el cargo por su amplio conocimiento "de la idiosincrasia de los festejos taurinos y, en especial, de los toros en la calle". En el inicio de su mandato, Mazón ya nombró a un torero del partido Vox, nada menos, como vicepresidente de su Govern y ¡conseller de Cultura! No hago referencia a Catalunya porque la lista de nombramientos objetivamente insólitos sería demasiado larga y algunos son amigos míos.
De un algún tiempo a esta parte la democracia, que sigue siendo el peor de los sistemas políticos salvo todos los demás, plantea serios problemas en cuanto a la selección de personal
La cuestión es por qué nos gobierna gente tan inepta. Quizás siempre ha sido así y no lo sabíamos, porque no había tanta información y los poderosos la monopolizaban. En otros tiempos, las monarquías se inventaron como intervención divina para garantizar el buen gobierno. Dios no podía equivocarse al elegir quién encarnaba la virtud, la sabiduría, la fortaleza y la justicia, pero llegó un momento en que los franceses discreparon de Dios y utilizaron la guillotina.
Ahora hay mucha información, pero parece que los ciudadanos ya no son tan exigentes en cuanto a las virtudes y la moral de quien debe gobernarlos y los votan aunque roben, demuestren su incompetencia u organicen golpes de Estado. Sin ir más lejos, ahora todo el mundo sabe que Juan Carlos I pillaba todo lo que podía en los diversos ámbitos de actuación y todavía dominan los defensores de la dinastía borbónica, a pesar de su historial, como si de un bien colectivo superior se tratara.
Con las tragedias suelen llover querellas penales que nunca prosperan porque difícilmente se puede probar que esa muerte es culpa de un político concreto. Tampoco resuelve nada enviar a la gente a la cárcel, pero sí haría falta algún mecanismo que evite la incompetencia manifiesta, la impunidad y sobre todo la reincidencia
En el ámbito más estrictamente de los gobiernos y de los partidos es una evidencia que la mediocridad ha ganado terreno en lo que se llama la clase política. Se debe en buena parte a que han cambiado los criterios en la selección de personal. En primer lugar, la popularidad es más determinante que la solvencia. Y en eso los medios de comunicación de masas tienen algo que ver. Donald Trump es el ejemplo paradigmático. Se dio a conocer en un reality. Y si el líder es popular pero mediocre, procura organizar a su equipo no con gente que compense sus carencias, sino con gente más mediocre todavía que no lo ponga en evidencia... y que le asegure fidelidad absoluta. El mérito no es la competencia, sino la obediencia, una ecuación que hace imposible la idea platónica del gobierno de los mejores, así que pocos de los mejores se acercan a la política y los que lo hacen duran poco tiempo. En su primer mandato, Donald Trump fichó a personas de prestigio como Rex Tillerson o John Kelly para puestos claves de la Administración y al poco tiempo huyeron despavoridos porque su dignidad no les permitía aguantar a ese “idiota”, que es como lo calificó Tillerson.
Y entonces la mediocridad, la incompetencia o el autoritarismo se blinda con la impunidad. El Tribunal Supremo de EE. UU. concedió inmunidad a Donald Trump en los actos oficiales como presidente; a Juan Carlos de Borbón se le reconoció el derecho a delinquir en cualquier circunstancia mientras fuera rey. Su inviolabilidad ha sido heredada por su hijo y nadie se atreve a suprimirla. (También dijo Platón que una monarquía sin ley es una tiranía odiosa).
Si Carlos Mazón pudo permitirse comer hasta las tantas con una amiga mientras el país se inundaba es porque no tenía asumida su responsabilidad y porque no le pasaba por la cabeza que aquella comida podía llevarlo a la cárcel. No existen muchos precedentes de responsabilidad penal de los gobernantes en tragedias similares. Nunca pudo demostrarse que los muertos de la Covid (2020) o los damnificados en la tragedia del camping de Biescas (1996) fueran causa directa de una decisión o indecisión personal de un político o de un gobernante. También hay que decir que nunca resuelve casi nada enviar a la gente a la cárcel, pero sí debería haber algún mecanismo que evite la incompetencia manifiesta, la impunidad del incompetente y sobre todo la reincidencia. A pesar de tantas ilegalidades, los ciudadanos de Estados Unidos han vuelto a confiar en Donald Trump… y nadie puede asegurar que los valencianos no vuelvan a votar a Carlos Mazón y que este vuelva a confiar en los toreros.