Josep Borrell es uno de esos típicos catalanes que se dan de menos de serlo, de catalanes, que se sienten españoles y solo españoles. Hay más de los que la gente se piensa, de este tipo de catalanes. Nada que decir si no fuera que una de sus características principales es la intransigencia. Exigen ser respetados en cuanto que catalanes españoles que no se sienten catalanes, pero ellos son los primeros en no respetar al resto de catalanes que no se sienten españoles y que solo se sienten catalanes.

Nacido en la Pobla de Segur, en el Pallars Jussà, el 24 de abril de 1947 —tiene ahora por tanto 77 años—, se formó en Madrid y se instaló allí, y es allí donde empezó su carrera política, el 1975, como militante del PSOE. La llegada de Felipe González a la Moncloa el 1982 le permitió ocupar altos cargos en el Ministerio de Economía y Hacienda de la mano de su titular, Miguel Boyer, entre ellos especialmente el de secretario de estado de Hacienda, desde donde adquirió cierta fama gracias a la repercusión mediática del proceso judicial emprendido en 1987 contra la bailaora flamenca Lola Flores por fraude fiscal, hasta que en 1991 fue nombrado ministro de Obras Públicas y Urbanismo. En 1998, en un hecho insólito hasta entonces, se presentó a las primarias que el PSOE, perdidas las elecciones de 1996 ante el PP de José María Aznar, había convocado para elegir al candidato a presidente del Gobierno español en los comicios siguientes, los de 2000, y, contra todo pronóstico, las ganó ante el candidato oficialista que era Joaquín Almunia, entonces secretario general de la formación.

Ahora solo falta que, por los servicios prestados a Catalunya, le concedan la Creu de Sant Jordi

Fue probablemente en aquella época cuando Josep Borrell gozó de unos índices más altos de popularidad, y no solo entre la parroquia socialista, también fuera. Pero la alegría duró poco. En 1999 renunció a su posición, en favor del propio Joaquín Almunia, debido a la falta de apoyo de la dirección del partido una vez que había salido casualmente a la luz pública un escándalo de fraude fiscal que afectaba a antiguos colaboradores suyos de cuando era secretario de estado de Hacienda. Diputado del PSOE por Barcelona encabezando varias veces la lista del PSC, a partir de 2004 su carrera política empezó a mirar hacia Europa. Ese mismo año, en las elecciones europeas, fue elegido eurodiputado y después presidente del Parlamento Europeo, cargo que ocupó hasta 2007. Y cuando ya parecía que estaba retirado de la política activa y nadie contaba con él, y después de haber cruzado la puerta giratoria hacia la empresa privada, en 2018, a raíz de la moción de censura contra Mariano Rajoy, Pedro Sánchez, en una decisión que muchos no entendieron, lo repescó y lo hizo ministro de Asuntos Exteriores.

Tenía 71 años y se le abría una segunda carrera política. En 2019 se volvió a presentar a las elecciones europeas y fue designado por el Consejo Europeo para el puesto de Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, y como tal, vicepresidente de la Comisión Europea, que ha ocupado hasta que el día 1 de este mes de diciembre tomó posesión el nuevo Colegio de Comisarios, que continúa presidiendo Ursula von der Leyen, fruto de los comicios europeos de este mismo 2024. Si será su retirada definitiva de la política, el tiempo lo dirá, pero lo que está claro es que de momento se ha ido dejando detrás de él una estela de odio profundo contra Israel, al que ha intentado castigar severamente por la reacción al abominable ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023, intercambiando talmente los papeles de víctima y de verdugo, sin que la mayor parte de socios europeos, a pesar de su insistencia a veces impertinente, le haya comprado esta retórica tan sesgadamente antijudía y propalestina. Y eso que su primer matrimonio fue con una francesa de origen judío, Carolina Mayeur, a quien conoció en el kibutz de Gal On, donde fue a trabajar en el verano de 1969 después de haberse licenciado en ingeniería aeronáutica en la Universidad Politécnica de Madrid.

Como representante de la política exterior europea, no ha sido este, sin embargo, el único comportamiento polémico. En 2021, en una reunión en Moscú con el ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, exigió la puesta en libertad de Alexséi Navalni, el opositor de Vladímir Putin, y la apertura de una investigación imparcial para encontrar a los responsables de su envenenamiento. La respuesta del propio Serguéi Lavrov, en la rueda de prensa posterior al encuentro, fue cuestionar la legitimidad del dirigente europeo para hablar de estas cosas al constatar que la Unión Europea también tenía problemas internos de derechos humanos y libertades a causa de los presos políticos que España mantenía a raíz del proceso independentista catalán. Un grupo de eurodiputados criticó el "papel humillante" que había jugado el político español con su actitud y los "graves daños a la reputación de la Unión Europea" que había provocado, y Carles Puigdemont, que entonces tenía escaño en el Parlamento Europeo, no desaprovechó la oportunidad de meter baza.

Y es que, de Catalunya y de los catalanes, Josep Borrell las ha dicho de padre y muy señor mío. Durante el proceso independentista no se escondió y se significó claramente en contra. Cuando ya se había celebrado el referéndum del Primer d’Octubre de 2017, primero participó en una manifestación de Societat Civil Catalana en Barcelona y después, en un mitin del PSC en L'Hospitalet durante la campaña de las elecciones catalanas convocadas en virtud de la aplicación del artículo 155 de la Constitución, dijo aquello de que se tenía que "desinfectar" Catalunya. "Antes de coser las heridas hay que desinfectarlas", proclamó entre los aplausos de la concurrencia, y remachó: "Hay que sanear el cuerpo social y para eso hay que pasar bien el desinfectante, porque si más del 40% de la gente está convencida, con razón o sin ella, de que estaría mejor fuera, este es un país enfermo y tenemos que curarlo". Debido a ello, no es extraño que unos años más tarde, en 2023, en su pueblo natal votaran a favor de cambiar el nombre del paseo de Josep Borrell por el de paseo del Primer d'Octubre.

Josep Borrell puede exhibir una larga lista de condecoraciones —órdenes y grandes cruces españolas, marroquíes, peruanas, croatas y ucranianas— de rancio abolengo. Ahora solo falta que, por los servicios prestados a Catalunya, como los de la periodista Àngels Barceló, le concedan la Creu de Sant Jordi.