Sí, es un hecho totalmente empírico. Más de un 80% de los hombres os dirán que, no solo no les gusta, sino que odian de una forma puramente irracional el animal print. El otro 20% no saben lo que es ni les interesa saberlo. "Pareces una puta", piensan, cuando te ven con el vestido de leopardo. Y a nosotras, como hembras, nos encanta el estampado, ya que nos hace sentir empoderadas y sexis. No es que nos guste ser cazadas ni ir de mujeres peligrosas, pero nos parece que las manchas de la tigresa nos favorecen la propia piel. ¡Y por no hablar de las rayas de la cebra!

Ha habido una evolución evidente: en la primavera 2024, las pieles sintéticas (que nuestras madres ya lucían) han vuelto a llevarse como nunca, treinta años más tarde de que las modelos de los años 90 renegaran de los abrigos de piel. En los felices 20, también hubo un renacimiento de esta "manada" de vestidos. Pero los hombres heteros siguen sin entender el porqué del asunto. ¿Quizás porque muestra nuestra parte más salvaje? Para nosotras, las mujeres, significa sofisticación, poder, sensualidad y un punto de diva de Hollywood. Para los hombres, en cambio, es sinónimo de vulgaridad. "Pareces la Vilma Picapiedra", me dicen, sin pensar que eso dice más de su neandertalismo que de mi primitivismo. ¿Si nosotros vamos de fiera es porque tú eres el domador? ¿Y de qué tienes miedo, entonces, cavernícola?

Para nosotras, las mujeres, significa sofisticación, poder, sensualidad y un punto de diva de Hollywood. Para los hombres, en cambio, es sinónimo de vulgaridad

Roberto Cavalli, el gran diseñador italiano que ha hecho del animal print su insignia de lujo y de look de mujer mafiosa, nos ha dejado recientemente. Él mismo decía que este estampado era perfecto para personas extrovertidas, de carácter fuerte y a las que les gusta llamar la atención. Es cierto. La seducción felina es magnetismo e intimidación. Pero hay gustos para todos. "Pareces Cruella de Vil", me dicen mis hijos cuando voy de blanco y negro. Es una pena que no me confundan con Beyoncé o Jackie Kennedy, que también iban de blanco y negro. Hace poco fui al acto que organizó Cristina Puig en el Hospital de Sant Pau dedicado a las enfermedades minoritarias, y una médica nos hablaba de la importancia de la investigación genética para curar estos males extraños. Como muchas de las madres, las de los niños enfermos se aliviaban al poder descargar sus culpas, totalmente injustas, de que algo habían hecho mal durante la gestación. Un sentimiento profundamente humano pero profundamente injustificado. Yo misma me culpaba de mis abortos. ¿Es culpa del estrés o de algo que he comido?, me preguntaba. Precisamente, hay un vídeo que circula por las redes de una madre chimpancé con su cría muerta en el Bioparc de València. Dicen los expertos que hasta que no acepte el luto, no se la puede separar de su hija muerta. Una imagen que duele, porque es la metáfora de lo que nos pasa a nosotras (aunque sea mentalmente), como primates que somos.

El perro es el animal con más olfato, dicen. Y también el más fiel. Pero cuando una es una perra, no se le está elogiando, precisamente, su nariz de oro. Cuando una mujer es una gata, quiere atacarse su celo. Cuando una mujer es una leona, asusta al resto de la selva. Cuando una es una hiena, parece que quiera comerse las sobras. Cuando una mujer es una gallina, la llaman cobarde. Cuando es una cerda, la insultan. Y cuando es una rata es porque no quiere aflojar la pasta. Y una burra, por dejarse cargar demasiado. O una vaca, por haberse zampado los bombones. De las cavernas a esconder a una loba en el armario.

"Zorra" de Nebulosa ha tenido muchos detractores y detractoras por el mensaje, pero al menos la "zorra de postal" no ha sido domesticada. La humanidad consiste en dejar de ser animales para comportarnos como personas con sentimientos. Cuando cambiamos los instintos básicos y las pulsiones irracionales por emociones racionales. Cuando dejamos de guiarnos por las necesidades y alcanzamos metas morales. Eso es lo que nos humaniza ante el resto del mundo animal. En un momento en el que las mujeres intentan reprimir sus instintos maternales de soledad, brindo por aquellas que se vuelven animales para proteger su esencia primaria hasta que encuentren el momento idóneo para olvidar sus miedos.