Cuando en junio de 2010 el Estatut de Miravet fue mezquinamente cepillado por el Tribunal Constitucional (con la connivencia moral y política de los partidos mayoritarios en el Estado), los intestinos del volcán independentista empezaron a rugir de hambre. Ese ruido de fondo —que el año anterior ya había empezado a vomitar lava en forma de pequeña consulta en Arenys de Munt— se convirtió, dos años más tarde, en el nacimiento oficial de la gran Assemblea Nacional Catalana (ANC), aquella que nos ha empujado hasta aquí y que, tras una temporada dormida y malherida, ahora despierta de la mano de Lluís Llach con esta tan necesaria erupción. Porque sí, hacía falta una sacudida. Porque no, "no era això, companys, no era això".

El último jutge de los setze ha decidido volver a arremangarse y tomar las riendas de una entidad que él mismo ayudó a crear. Tiene mérito tirar de un carro que ha quedado embarrancado en medio del camino y cuesta arriba, pero alguien tiene que hacerlo y "si tu l'estires fort per aquí i jo l'estiro fort per allà, segur que tomba". Por lo tanto, tenemos que subir, a ese carro. Que empujarlo vacío tampoco sirve de mucho. A estas alturas de la vida y con casi todo hecho, el nuevo presidente de la ANC estaría bastante más tranquilo jubilado, colaborando en el Senegal con la fundación que lidera, vagueando en su casa, en el Baix Empordà, o paseándose por las viñas que cuida en el Priorat. Pero no, el emblemático cantautor no tuvo bastante con ser diputado, miembro del Consell per la República o presidente del Debat Constituent, y hoy vuelve a arrimar el hombro. Su país es "tan petit" que vuelve a ponerse a su servicio y aplaza la visita al "cau de la sirena", "allà enmig de la mar", porque "encara hi ha combat".

Lo hace en un momento decisivo, antes de la constitución de la mesa del Parlament de Catalunya y a las puertas de unas elecciones europeas. Antes de la investidura del president de la Generalitat, después de la aprobación de la amnistía y pasadas unas elecciones catalanas que dibujaron un panorama entre turbulento e incierto, con una mayoría independentista perdida, no tanto porque la gente haya dejado de estar ahí como porque se ha quedado en casa, un poco harta. Pase lo que pase, necesitamos una ANC fuerte y cohesionada, que acompañe y presione a partes iguales a las instituciones y los partidos catalanes ("President, posi les urnes!"), que aglutine a la imprescindible masa social (ahora desencantada y un poco dividida) para seguir estando y que sea capaz de incidir en el futuro más próximo. Si acaba mandando Illa, habrá que ser oasis y resistencia en la travesía del desierto de un presidente tutelado por Madrid. Si gobierna Puigdemont, habrá que apuntalar una minoría independentista débil y exigir reanudar el "viatge cap a Ítaca", interrumpido en 2017.

Lluís Llach es el nuevo presidente de la Assemblea. Su país es "tan petit" que vuelve a ponerse a su servicio y aplaza la visita al "cau de la sirena", "allà enmig de la mar", porque "encara hi ha combat".

Somos eslabones de un engranaje que hace tres siglos que avanza. "Venim del nord, venim del sud" y no sabemos cuándo dejará de girar la rueda, ni cuál será la vuelta última y definitiva. Y precisamente por eso no podemos desfallecer. En esta nueva renaixença somos, al mismo tiempo, actores secundarios y protagonistas de una historia que debe seguir escribiéndose, porque del mismo modo que nuestros abuelos plantaban árboles conscientes de que nunca podrían disfrutar de su sombra, y ahora sus nietos podemos refugiarnos en ella, así también debemos seguir "tossudament alçats". Llach representa esta perseverancia. Él, que en los años setenta tuvo que "tramuntar la carena" para exiliarse en París, como tantos otros que nos precedieron en la causa y algunos más que, desgraciadamente, le han sucedido más recientemente. A él, que es un "malalt d'amor pel seu país", no le podrán asustar, ni manipular.

La mejor lista cívica de todas es la del conjunto de socios de la Assemblea, la de la gente de la calle que debemos seguir jugando nuestro papel, dentro y fuera de la entidad (si es dentro, mejor). Porque estamos donde estamos, mejor saberlo y decirlo: en un momento en el que el movimiento independentista se encuentra desmovilizado, es cierto. Pero a Lluís "un somni mai no el cansa" —y a nosotros tampoco debería— y "malgrat la seva barba" —metafórica— todavía es "infant en la mirada". Ahora que sus ojos "entreveuen la serenor del seu capvespre". Ahora que, a sus 75 años, podría perfectamente ser él el avi Siset que nos habla desde el portal, ayudémosle y ayudémonos a cerrar filas y a tejer "un pont de mar blava" para implicarnos más en la sociedad, para cooperar como lo hicimos, con generosidad, honestidad y determinación, porque "és així com m'agrada a mi i no en sabria dir res més". "Posem-nos dempeus altra vegada" y "que tinguem sort".