En su última aparición estelar en TV3, el president Puigdemont reclamaba a los políticos españoles que pasaran de indultarlo jurídicamente a concederle la amnistía política. La cronología de los hechos es lo bastante caprichosa y, pocos días después de esta proclama, los diputados de Junts en el Congreso se sumaban a la derecha española para enmendar los planes fiscales del PSOE. A partir de esta primera coincidencia parlamentaria, las maquinarias pensantes de Junts y del PP se apresuraban a desengrasar la coincidencia como si fueran dos muchachos a quienes los papis han cazado dándose un beso en los labios puramente experimental. Los pajes del Molt Honorable 130 en la cámara española se apresuraron a repetir aquella cosa tan sudada según la cual ellos no habían votado con el PP y VOX, sino a favor de Catalunya, equiparando eso de votar rebajas fiscales a la parsimonia de corroborar el Teorema de Pitágoras.
Los de Feijóo quedaron tan descolocados con esta nueva convergencia (sic) que, en su rueda de prensa para hacer balance del año 2024, el líder del PP recordó a Pedro Sánchez que su obligación no es visitar a Puigdemont sino detenerlo. Incluso en las insensateces se pueden apreciar ciertos matices, pues desde hace bastante tiempo los populares y VOX ya no hablan de encerrar al president, sino simplemente de embutirlo en un auto de la pasma. En efecto, la hipótesis que se tramite la reprobación parlamentaria del presidente Sánchez impulsada por Junts sitúa al PP en un curioso callejón sin salida, pues sería bastante incomprensible no votar a favor, aunque venga impulsada por el Satanás de Waterloo. Todo eso certifica, en definitiva, que Puigdemont ya ha conseguido la amnistía política que tanto deseaba, consistente sobre todo en hacer de convergente y recordar a quien manda que, a la mínima ocasión, le puede retirar el apoyo.
Puigdemont ya ha conseguido la amnistía política que tanto deseaba, consistente sobre todo en hacer de convergente y recordar a quien manda que, a la mínima ocasión, le puede retirar el apoyo
Como era de esperar, en Catalunya hay gente más que contenta con este papel de árbitro de la nueva Convergència puigdemontista. Las élites catalanas, ya lo sabemos, pueden tolerar que los masacren a impuestos y que les extingan la lengua materna, pero les pone calientísimos creer que deciden alguna cosa en Madrit. De hecho, todo lo que está pasando es lo que servidor advertía (utilizando un 1% de su inteligencia, porque la cosa no da para mucho más); a saber, que la amnistía de Puigdemont sería efectiva con el retorno de su espacio político al tablero nacional-español. El Molt Honorable puede hacer todas las proclamas octubristas que sea y toda cuanta disquisición sobre la vigencia del procés a través de ventrílocuos como Jordi Turull o Míriam Nogueras, pero la realidad de los hechos nos manifiesta que el líder supremo de Junts ha vuelto a sacar del armario la gran pintura al aceite de la puta i la Ramoneta.
No es extraño que, ante este acercamiento al PP, Sánchez haya reaccionado con rapidez, declarando que no tiene ningún problema con reunirse algún día con Puigdemont, más allá de los Pirineos y sin el famoso mediador salvadoreño (quien ahora mismo debe estar metiéndose Chichimekos en Isla Tasajera con el sueldo que debió cobrarnos, alucinando con el poco trabajo que le ha comportado eso de salvar las relaciones Catalunya-España), una reunión que también hace tiempo que se está urdiendo como posibilidad no muy remota dentro del cenáculo del president Salvador Illa. Así pues, Puigdemont ya tiene lo que quería; los socialistas quieren acercarse sin sordina y los líderes del PP no son tan explícitos y aducen que ellos no se han movido, sino que es la derecha catalana la que ha vuelto al camino recto de la ley. Sea como sea, y después de meses de silencio de su aparición fugaz en el Arco de Triunfo, el 130 flota de nuevo.
Como os podéis imaginar, toda esta sumisión de la política catalana al kilómetro cero está haciendo orgasmar los factótums de Foment y los redactores de La Vanguardia, que no se ahorran ninguna mariscada ahora que Feijóo ha admitido que querría detener Puigdemont... pero para acabar pactando con él. Exactamente como Sánchez, vaya. Es curiosa, insisto, esta moral de las élites catalanas con los españoles: se parece a la ética persistente de las señoras que toleran que el marido se agencie a la vecina mientras vuelva puntualmente a comer los macarrones en casa. Todo eso, para acabar la tabarra, no es nada más que la última y agónica regurgitación del régimen del 78. Espero que no salgan adelante y que la fuerza de los catalanes que buscamos una alternativa a este nuevo pacto traidor tengamos suficiente fuerza para resistir la decadencia que se aproxima. Y es con este humor, querido lector, que te deseo un buen 2025.