Vuelve el oxígeno a la carrera de San Jerónimo y a La Moncloa. En un volantazo inesperado, Alberto Núñez Feijóo ha pinchado el globo de la presión irrespirable para el PSOE y el ejecutivo que en los últimos meses se ha concentrado en Ferraz, la calle y el Congreso. El PP dejó de manifestarse en los ayuntamientos y plazas de toda España para dejar la protesta donde más adeptos tiene. En la comunidad de la mayoría absoluta, en territorio Ayuso, bajo los lemas más duros del "golpe a la democracia" y el hundimiento del estado de derecho. No importa que ahora el PP rectifique y se desdiga de todo lo dicho durante 48 horas, las que van del off the record con 16 medios el viernes 9 de febrero al comunicado negándolo todo en la madrugada del sábado. Ya no importa si vuelve a convocar a las masas en contra de la amnistía, la credibilidad del PP está tocada en el núcleo duro de su línea estratégica. Lo había fiado todo a cargar contra el pacto del PSOE y Junts, y ahora sabemos que el PP lo intentó, lo volvería a intentar y no ha podido llegar más lejos por su frontera con Vox.
Hay algo clave más allá de las revelaciones sobre las negociaciones del PP con Junts y de la imposibilidad material de otorgar un indulto a Carles Puigdemont desde la oposición. La certeza de que Alberto Núñez Feijóo puede cambiar de opinión —por replicar el mantra contra Pedro Sánchez—. Puede hacer lo que negó y moverse de un lado a otro del discurso. Feijóo puede pasar del “puro terror” a la “reconciliación”. Puede llamar "delincuente" a Puigdemont y puede ofrecerle una salida política. Puede pedir prisión para el líder de Junts o diseñar un indulto. Ahora sabemos que lo único que hace falta es que la llave para la gobernabilidad del PP también esté en Waterloo. No es corrupción, ni golpismo. Es política. Y por torpeza o por presiones, Feijóo lo ha reconocido.
Ya no es creíble arengar contra una mayoría parlamentaria que pacta con “terroristas” en el marco de una “investidura corrupta”
Los cuatro mensajes de Feijóo, por más que renieguen ahora, son la voladura de sus últimos meses de discurso. Estudiaron la amnistía, reconocen la necesidad de una “reconciliación” —es decir, una salida política a los rescoldos del procés—, contemplan los indultos que llevan años negando y cuestionan el recorrido judicial del delito de terrorismo. Para salir del paso, tanto el líder del PP como fuentes de la dirección han subrayado que no se dan las condiciones, cuando lo que no se da es la posibilidad de que el PP gobierne sin adelanto electoral. Ese es el único condicionante excluyente de la oferta fugaz.
La defensa de los indultos condicionados ha hundido a los suyos en el desconcierto. El ala dura y la progresista de los populares entienden que la propuesta justifica la del PSOE. Y por extensión, lo que está por venir. Entre el indulto y la amnistía, para el fuego con el que han calentado a sus bases, no hay matiz. Y en esto tienen razón, no lo hay. El indulto con condiciones de Feijóo sería casi más gravoso que una amnistía. En la lógica de la derecha de un derecho de gracia que enmienda a los jueces, le está diciendo al sistema judicial que gastarán tiempo y recursos en una instrucción y un juicio que inmediatamente después será anulado. Es más, las condiciones que ha puesto Feijóo están recogidas en el pacto de investidura del PSOE. Vuelta a la legalidad y un arrepentimiento que, llegado el caso, será tan líquido como hasta ahora.
El misil llega a unos días de las elecciones gallegas, pero el daño real está en el día de después. Si Alfonso Rueda no llega a la mayoría absoluta, Feijóo tendrá fuertes turbulencias internas. Si revalida la presidencia en Galicia, tendrá por delante la necesidad de reconstruir la línea de oposición. Ya no es creíble arengar contra una mayoría parlamentaria que pacta con “terroristas” en el marco de una “investidura corrupta”, como la han definido hasta ahora. Por más que el portavoz del PP, Miguel Tellado, desmienta lo que Feijóo dijo sin micrófonos y con ellos, más allá de las dos versiones del mismo partido, queda un inquietante vacío entre el “todo se sabrá” de Carles Puigdemont y el “Si tenemos algo más que añadir, ya lo añadiremos”. En un giro inesperado, las elecciones gallegas parecen depender de Junts. Y el machaque parlamentario del PP con la “dependencia” del PSOE ha sufrido el mismo giro. Por un tiempo —aunque sea breve—, los socialistas respirarán tranquilos.