Ahora sí que el mundo está cambiando. Los dos enemigos de la Guerra Fría, Estados Unidos y Rusia, son ahora aliados, hacen frente común contra Europa y negocian cómo repartirse el botín de la guerra en Ucrania, instigada por uno y perpetrada por el otro. Esto acaba de empezar y anuncia un cambio copernicano de las relaciones internacionales y un nuevo orden mundial hasta ahora inimaginable.

El espectáculo del viernes organizado por Donald Trump en la Casa Blanca, abroncando públicamente al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, para que claudique ante la invasión rusa, no tiene precedentes en la historia de la diplomacia y deja claro que Estados Unidos ha cambiado de bando. Cortará en seco el apoyo a Ucrania, que es lo que esperaba Rusia. Pero bueno, unos días antes, con formas menos groseras, Trump hizo el mismo discurso de fondo ante el representante francés/europeo Emmanuel Macron.

Así que Estados Unidos ha cambiado de bando pero no solo respecto a Ucrania, sino con relación a Europa... pensando en China. Trump conoce las debilidades europeas y piensa que neutralizando a Rusia, que no tiene la potencia que tuvo la URSS, puede hacer frente en mejores condiciones al desafío de su principal contrincante, la República Popular China. La gran incógnita es qué será de la OTAN a partir de ahora.

Donald Trump ha cambiado de bando para neutralizar a Rusia ante su desafío principal, que es China. Esta semana, en Naciones Unidas, Estados Unidos votó dos veces con Rusia, firmando el inicio de la ruptura con sus aliados europeos

Esta semana, en Naciones Unidas, Estados Unidos votó dos veces con Rusia en resoluciones sobre la guerra de Ucrania, firmando el inicio de la ruptura con sus aliados europeos. En el aniversario de la invasión rusa, Ucrania propuso a la Asamblea General una resolución que denunciaba la agresión rusa, exigía la retirada de las tropas invasoras y apostaba por una paz "completa, justa y duradera". El texto fue aprobado por 95 votos a favor, 65 abstenciones y 18 votos en contra, entre ellos Rusia, Estados Unidos, Israel, Hungría y Corea del Norte.

Suena muy fuerte, pero se está rompiendo la alianza transatlántica y volvió a ponerse en evidencia en la votación en el Consejo de Seguridad de la propuesta de EE. UU. que instaba a “un final del conflicto lo antes posible y una paz duradera”, evitando las referencias a la agresión rusa y a la retirada de tropas invasoras. La resolución fue aprobada por 10 votos a favor, entre ellos EE. UU., Rusia y China, pero con la abstención de los miembros europeos del consejo, entre ellos Francia e, incluso, Reino Unido, que más tarde o más bien seguirá el camino de sus parientes del otro lado del Atlántico. Hace tres años, la resolución que condenaba la agresión rusa fue apoyada por 141 países y solo 5 en contra, ahora solo son 95. Este es el cambio que ha supuesto la irrupción de la administración Trump en el concierto mundial.

Durante la Guerra Fría, la pugna entre Estados Unidos y Rusia tenía un componente ideológico que ahora ha desaparecido. El comunismo se presentaba como alternativa al capitalismo, con la igualdad, por encima de la libertad, como valor moral principal. Occidente priorizaba la libertad, pero se vio obligado a aplicar políticas redistributivas que se compilaron en el concepto Estado del Bienestar, heredero de los valores de la Revolución Francesa y la Declaración de los Derechos del Hombre en Sociedad. Pocos años pasaron cuando los alemanes del Este se jugaban la vida para atravesar el Muro en dirección al Oeste y nadie del Oeste lo hacía a la inversa. En Occidente tampoco era todo el monte orégano, pero la bandera de los derechos humanos otorgaba a Estados Unidos un liderazgo de tipo moral del llamado mundo libre.

El gran cambio que se ha producido en Estados Unidos y en Rusia es la pérdida de valores morales. Ni Trump ni Putin pierden un minuto en argumentar moral o ideológicamente lo que hacen ni lo que quieren hacer. Contra lo establecido en la Carta de Naciones Unidas, ambos comparten un único argumento: la fuerza

El gran cambio que se ha producido en ambos bandos es la pérdida de valores morales. Ni Trump ni Putin pierden un minuto en argumentar ideológicamente lo que hacen ni lo que quieren hacer. Ambos comparten su único argumento: la fuerza, lo que supone un retroceso de casi un siglo respecto a los valores universales que dieron lugar a la Carta de las Naciones Unidas (1945) cuando “los pueblos de las Naciones Unidas” firmaron el documento que en su artículo primero dice: “Los propósitos de las Naciones Unidas son: "mantener la paz y la seguridad internacionales, y con tal fin: tomar medidas colectivas eficaces para prevenir y eliminar amenazas a la paz, y para suprimir actos de agresión u otros quebrantamientos de la paz; y lograr por medios pacíficos, y de conformidad con los principios de la justicia y del derecho internacional, el ajuste o arreglo de controversias o situaciones internacionales susceptibles de conducir a quebrantamientos de la paz...".

Es obvio, el efecto contagio que comporta ese cambio en las relaciones internacionales. Cuando la fuerza es el único factor determinante, Ucrania tiene las que perder; pero también los palestinos. Ya veremos qué pasa en Panamá o en Congo y ¿por qué no en Taiwán? Y se comprueba especialmente en Europa. Todos los discursos europeístas coinciden ahora en la necesidad de aumentar sus arsenales de guerra para poder hacer frente a las nuevas amenazas que se ciernen sobre el continente. Sin embargo, Europa no es una nación con voluntad unificada. Algunos miembros de la Unión Europea como Hungría e Italia se alinean ya con las políticas de Trump. Los intereses nacionales son dispares. La Unión Europea como tal es despreciada no solo por Trump y Putin. Los propios países europeos no renuncian a su interlocución bilateral, como se ha visto esta semana. Trump no reconoce a Úrsula Von der Leyen como interlocutora y el secretario de Estado, Marco Rubio, dejó plantada a la Alta Representante de Política Exterior de la UE, Kaja Kallas, entre otros motivos porque el presidente francés Emmanuel Macron ya ejerce por su parte como representante europeo y comandante de la única potencia nuclear de la UE. Ya lo decía Kissinger, que no tenía el teléfono de Europa, solo tenía el de Francia y el de Alemania.

Todos los discursos europeístas coinciden ahora en la necesidad de aumentar sus arsenales de guerra, pero ¿cómo una Europa dividida y endeudada puede construir un ejército con suficiente fuerza disuasoria? ¿Y con qué recursos?

En la reunión de Macron con Trump, el pasado lunes en la Casa Blanca, el presidente francés insistió hasta donde pudo que la claudicación de Ucrania no sería una solución. La respuesta de Trump ha sido primero anunciar nuevos aranceles a los productos europeos, pero a continuación imponer al presidente ucraniano el acuerdo sobre explotación de tierras raras ucranianas que previamente había negociado con Putin. Después de la reunión de Trump y Zelenski, todo queda en el aire, al albur de lo que decida Putin.

Observando las declaraciones y actuaciones de la Administración Trump, no es atrevido prever una progresiva desarticulación de la Unión Europea. Existe división entre países y división dentro de cada país. Las fuerzas digamos trumpistas y antieuropeístas van ganando terreno y la mayoría de los gobiernos son políticamente frágiles. En estas circunstancias, ¿cómo se puede imaginar la construcción de un ejército europeo con suficiente fuerza disuasoria? ¿Y con qué recursos? Francia, Italia, Bélgica, España, Portugal, Grecia y Chipre están endeudados por encima del 100% de su PIB. Y a continuación surgirá el debate sobre los argumentos pacifistas o belicistas. Si queremos la paz, ¿preparamos la guerra?