Basta con leer el retrato que Enric Juliana ha dedicado a Salvador Illa —erigiéndolo en heredero político del president Tarradellas— a la hora de comprobar por qué perfil de Molt Honorable se desviven las élites catalanas. Contra la inflamación neopujolista de Puigdemont, a quien ha fallado la calculadora electoral para zamparse a Esquerra y volver a Catalunya como president legítimo, Illa representaría el camino de la santa continuidad institucional de una Generalitat regida por el catalanismo de lluvia fina. Parecería, y en eso tiene razón Juliana, que ERC se aleja espiritualmente de Heribert Barrera, apostando por convertirse en el principal interlocutor de Sánchez en Catalunya (por muy tocados que parezcan, los republicanos serán clave en el nuevo tablero parlamentario y Junqueras podrá volver a reinar sin que nadie le pregunte por esos cartelitos sobre el alzhéimer) y su aliado espiritual a la hora de ir federalizando España con un PSOE amnésico del 155.
Hay algo importante a la hora de analizar la figura de Salvador Illa que a menudo se pasa por alto; su fe religiosa. Illa es hijo privilegiado de un sector importante de los socialistas, de raíz ignaciana (regidos por la máxima de unir y servir), que mezcla el igualitarismo catequista con la cohesión social más progre. En este sentido, siguiendo lo que decía Juliana, el todavía candidato del PSC irrumpiría en la Generalitat con una mezcla interesante de buenas formas y ética del perdón. La idea —muy de Tarradellas, por cierto— sería decir a los catalanes que se les ha perdonado el arrebato de los últimos siete años (porque eso de ser una nación libre, ya ves qué cosas, resulta propio de alborotados) y que ahora tocan muchas menos manis, más ponernos a trabajar, y que si patatín que si patatán. Nada como un hombre de fe, en definitiva, para sellar el régimen del 78 y un acto de perdón como la amnistía, la cual —he dicho en numerosas ocasiones— es una necesidad principalmente española.
A Salvador Illa ya le va de perlas que Carles Puigdemont monte el máximo de saraos posible
En este sentido, a Salvador Illa ya le va de perlas que Carles Puigdemont monte el máximo de saraos posible y que el regreso del president 130 se parezca a un vodevil de mal gusto; que si aterrizará en helicóptero, que si lo detendrán en la frontera o en la puerta del parque de la Ciutadella, etcétera. De hecho, cuanto más histriónico se vuelva Puigdemont una vez que aterrice en Catalunya (y sin el glamur del exilio en la piel), Illa podrá ejercer mejor de espíritu magnánimo con el universo convergente: tranquilo, Carles, tranquilo. Ahora todo el mundo da por muerta a Esquerra, pero el futuro de Junts per Catalunya —con el president neutralizado dentro de nada y sin aparente sucesor a la trona— tampoco resulta muy halagador. El silencio de Illa durante estos días no solo ha respetado los juegos internos de los republicanos; también se dirige a los viejos convergentes, a quienes el futuro president querría devolver a lo que considera el seny típicamente catalán. Para pacificar, en resumen, nada mejor que un Papa.
De hecho, si el PSC quiere utilizar Catalunya para cambiar la estructura profunda de España (como ya intentó sin éxito el president Maragall) volverá a necesitar el beneplácito de una Convergència resucitada para tranquilizar las iras de las élites castellanas de Madrit y enajenar definitivamente el espíritu de los independentistas de siempre. Yo diría que Illa no tendrá éxito por el mismo motivo por el que la máquina convergente no nos ha acabado de tomar el pelo con las cabriolas de Mas y Puigdemont. De hecho, tanto socialistas como convergentes siguen mirándose el país como si en las últimas elecciones la fuerza más importante del electorado no hubiera sido el deslumbrante triunfo del abstencionismo. A su vez, si Maragall fracasó en la tarea de federalizar España a pesar de su encanto olímpico, resulta lícito dudar de que el PSC pueda volver a la aventura, ahora que tiene un sustrato intelectual mucho más flojo que lustros atrás, y una base electoral que tampoco es para tirar cohetes.
Mientras la siguiente legislatura empiece su curso de aparente pacificación, el independentismo tendrá que vivir muy atento a los nuevos cantos de sirena de una unidad que ya ha fracasado durante los últimos años (hay que hacer todo lo contrario de lo que sostenga Lluís Llach, para resumir) y prestar mucha atención a cuál será el nuevo mesías que nos querrá enchufar el Estado Mayor del procés. De momento, disfrutaremos asistiendo a cómo el president Illa hace de buen hombre y de perdonavidas de nuestros antiguos aprendices de héroe. Tendrá cierta gracia, debo reconocerlo.