Es lógico que Salvador Illa, como ganador de las elecciones del 12 de mayo, aspire a conseguir la mayoría necesaria primero para ser elegido president de la Generalidad y después para gobernar. Y él mismo, a diferencia de lo que hacía y decía durante la campaña electoral, ha dejado las puertas abiertas a que el apoyo le llegue de todos los lados posibles, a excepción de las fuerzas que considera que son de extrema derecha. Eso quiere decir que, además de Comuns Sumar, ERC y JxCat, tampoco le haría un feo al PP, del mismo modo que hay que suponer que no lo haría a la CUP, pero sí, en cambio, a Vox y Aliança Catalana.
Así las cosas, de combinaciones factibles no es que tenga muchas. La mejor opción, desde su punto de vista, sería un nuevo tripartito —que sumaría exactamente 68 diputados—, si no fuera porque ERC, tras el tercer batacazo consecutivo —municipales, españolas y catalanas, y todavía faltan las europeas del 9 de junio—, dice que no quiere ni oír a hablar de ello y que prefiere quedarse en la oposición. La sociovergencia también sería una buena salida —77 escaños de golpe—, pero el problema es que JxCat sólo se aviene a ella si la encabeza Carles Puigdemont y no el PSC, a pesar de haber sido éste el partido que ha ganado los comicios. A partir de aquí, todas las demás salidas posibles chirrían por un lado u otro.
La idea de repetir la fórmula que permitió que Jaume Collboni fuera elegido alcalde de Barcelona y le robara la cartera en el último momento a Xavier Trias, es decir, con el apoyo de Comuns Sumar y el PP, no llega a la mayoría absoluta, se queda en solo 63 escaños. Es un mecanismo, además, que el líder de JxCat ya ha dicho explícitamente que dañaría la relación de su formación con Pedro Sánchez, al entender que se trataría de un movimiento contrario a los acuerdos alcanzados para mantenerlo cuatro años más en la Moncloa. Y eso que en su momento esta maniobra no fue obstáculo para investir al líder del PSOE, pero ahora se ve que sí lo sería para seguir estando a su lado. El primer secretario del PSC, en todo caso, no ha descartado algún tipo de pacto con el PP, pero es evidente que en este supuesto no le serviría de nada y, por otro lado, habría que ver si en clave de política española —que es en virtud de la cual que se mueven ambos— al partido de Alberto Núñez Feijóo le interesaría dar el paso.
Habrá que ver cómo ERC aguanta el 'pressing' para que se decante por el líder del PSC: si lo acaba aceptando o si las trifulcas internas abiertas a raíz de los reveses encajados en el actual ciclo electoral pesan más que otras consideraciones
Otro tripartito con PP y Vox sí llegaría exactamente a los 68 escaños, pero sería una bomba de relojería que dinamitaría al instante los pactos de JxCat —y habría que esperar que también de ERC— con Pedro Sánchez y le obligaría a dar la legislatura por acabada, que es justamente lo que bajo ningún concepto desea que pase. La única salida razonable que le queda a Salvador Illa es, pues, la de intentar el tripartito con Comuns Sumar y ERC, pero tan solo a efectos de la investidura, teniendo en cuenta la voluntad reiterada por los de Oriol Junqueras de no formar parte de ningún equipo de gobierno y permanecer en la oposición. Y aquí es donde está centrada en estos momentos la presión para que el encaje de piezas salga adelante. Una presión que ejerce directamente el PSC, lógicamente a cambio de alguna contrapartida para ERC —quizá la presidencia del Parlament?—, pero que tiene también aliados externos tanto o más decisivos.
Y estos aliados en parte provienen, curiosamente, del antiguo mundo de CiU, una vez desaparecidas las dos fuerzas que formaban la coalición de Jordi Pujol. Uno de los que no ha tenido inconveniente en significarse en público ha sido Andreu Mas-Colell, el conseller de Economia que el 2011 empezó a aplicar los recortes impuestos por Artur Mas, que explícitamente ha pedido a ERC que facilite la investidura del líder del PSC aunque después se quede fuera del gobierno. Andreu Mas-Colell apoyó a Pere Aragonès en las elecciones del pasado día 12 y no fue el único antiguo miembro de CiU —o del PDeCAT— que lo hizo. También nombres como los de la exalcaldesa Montserrat Candini o los exdiputados Xavier Quinquillà y Carme Vidal se mojaron por el 132º president de la Generalitat en detrimento del 130º, a pesar de haber sido en su día compañeros de viaje. Mientras tanto, Salvador Illa tampoco era ajeno a los efectos de la alargada sombra de CiU y se fotografiaba con Miquel Roca y recibía la adhesión de los exconsellers Santi Vila y Miquel Sàmper.
La presión para que la formación de Oriol Junqueras permita la elección del primer secretario del PSC proviene igualmente del sector empresarial, en parte vinculado también a la desaparecida CiU —Josep Sánchez Llibre preside Foment del Treball—, del establishment, al fin y al cabo, que suspira por que el gobierno de Catalunya esté en manos de lo que llama gente de orden. Y, por si no bastara, el propio Pedro Sánchez se ha ocupado de vender el programa de su patrocinado ante el mundo económico y empresarial que se reúne en torno al Cercle d’Economia: mejora de la financiación autonómica, respecto de la lengua y la cultura catalana —¿quiere esto decir que hasta ahora no tenía?—, mantenimiento de los acuerdos alcanzados con el gobierno de Pere Aragonès —condonación de parte de la deuda del Fondo de Liquidez Autonómico (FLA), traspaso de Rodalies...— y redoblamiento de las inversiones en infraestructuras. Compromisos que adquiridos por el máximo mandatario del PSOE son, sin embargo, de garantía dudosa.
El resultado sería, como máximo, un mandato de Salvador Illa en minoría, con solo Comuns Sumar integrado en el equipo de gobierno, que tendría que buscar constantemente apoyos en otras fuerzas para sacar adelante sus proyectos, presupuesto incluido, y aquí es donde ocasionalmente podrían entrar en juego ERC, JxCat e, incluso, el PP que el propio exministro de Sanidad no ha excluido para lo que ha llamado "acuerdos de país". Un modelo, en cualquier caso, al que Carles Puigdemont difícilmente podría oponerse —a pesar de las amenazas del subjefe de su comando y candidato a los comicios europeos, Antoni Comín, de repetir elecciones si el PSC no le vota a él—, pero que tendría, si se consumara, el inconveniente, eso sí, que le obligaría a cumplir la promesa de retirarse de la política activa si no era investido president de la Generalitat.
En plena campaña de las elecciones europeas, y a la espera de la ley de amnistía que está previsto que se apruebe pasado mañana en el Congreso y de cómo se lo harán los jueces españoles para no tener que aplicarla aunque sea a costa de prevaricar, habrá que ver cómo ERC aguanta el pressing para que se decante por el líder del PSC: si lo acaba aceptando o si las trifulcas internas abiertas a raíz de los reveses encajados en el actual ciclo electoral pesan más que otras consideraciones. Aunque, sea cual sea la decisión, no parece que se vaya a hacer pública hasta después del día 9 de junio. Será si Salvador Illa no se sale con la suya que entonces el líder de JxCat tendrá la oportunidad de probarlo, pero es lógico que el primer intento le toque a quien ha sido el ganador en las urnas.