Si la presión para hacer que Salvador Illa, como ganador de los comicios catalanes del 12 de mayo, se convierta en el 133º president de la Generalitat procede de ámbitos diversos, políticos pero también económicos, la presión para no hacerlo y para investir en su lugar a Carles Puigdemont se puede decir que la monopoliza JxCat. El exalcalde de Girona ya dijo la noche misma de las elecciones que el elegido quería ser él y precisó cómo pretendía que se hiciera: con los votos a favor de ERC y la abstención del PSC, en un claro mensaje a Pedro Sánchez de que si no hacía que ello discurriera así, su apoyo para que pudiera continuar en la Moncloa peligraba. El líder de JxCat no ha cambiado de posición y, a las puertas de las elecciones europeas y a la espera de saber qué nuevas consecuencias se derivarán para los partidos catalanes, la única preocupación dentro de la formación es ver cómo lo harán para que no parezca que vuelve a incumplir el enésimo compromiso si finalmente no puede ser investido president de Catalunya y, sin embargo, no se retira de la primera línea política como prometió.
Fue una promesa hecha en campaña electoral, y a la vista está el valor que tiene. Tratándose de Carles Puigdemont tampoco sería ninguna novedad, porque desde que asumió la presidencia de la Generalitat en el último momento en enero del 2016, de manos de Artur Mas, que no ha cumplido ninguno de los compromisos adquiridos. Entonces aceptó con la condición de que en ningún caso se presentaría a la reelección. En 2017, sin embargo, se presentó y aseguró que si le votaban, volvería a Catalunya, cosa que evidentemente también incumplió. Y así sucesivamente hasta llegar a la penúltima promesa, la de las elecciones del 12 de mayo, según la cual volverá si tiene la mayoría para ocupar de nuevo el palacio de la plaza de Sant Jaume de Barcelona y, si no la tiene, se retirará de la política activa. Es cierto que durante todos estos años ha habido circunstancias e imponderables, en algunos casos completamente ajenos a su persona, que han condicionado las decisiones a tomar y las actuaciones a hacer, pero eso no justifica que hasta ahora no haya sido capaz de dar salida ni a uno solo de los compromisos.
Y, al parecer, en JxCat han empezado las rebajas para que el último también lo pueda pasar por alto. Antoni Comín, el candidato del partido a las elecciones europeas, ha sido el encargado de marcar el camino, después de que unos días antes Xavier Trias alzara la voz para reivindicar la figura de Carles Puigdemont. "El independentismo solo tiene un líder", que "es Carles Puigdemont" y que "no se retirará si no es president" de la Generalitat, ha manifestado en una entrevista en ElNacional.cat, en la que ha aprovechado para intensificar la presión a ERC a fin de que no invista al candidato del PSC, sino al suyo. En opinión del exconseller de Salut —pasado precisamente por PSC y ERC antes de aterrizar en JxCat—, Salvador Illa puede desmontar lo que ha hecho el catalanismo en cuarenta años, y esto sería "difícil de explicar si tiene votos independentistas". La estrategia es clara: responsabilizar a los de Oriol Junqueras de todos los males habidos y por haber si respaldan al líder del PSC y no al de JxCat. El planteamiento tiene, sin embargo, una pega, y es que lo que construyó el catalanismo en los últimos cuarenta años —sobre todo de la mano de Jordi Pujol, pero un poco también de la de Pasqual Maragall— ya se han encargado de destruirlo a lo largo de todo este tiempo no sólo el PSC, con la inestimable colaboración de los herederos del PSUC con las diferentes marcas que han tenido, sino también ERC e, incluso, CiU y el PDeCAT como predecesores de la actual formación del 130º president de Catalunya.
El hándicap principal con el que topará el líder de JxCat para volver a la presidencia de Catalunya será el aparato judicial español, que bajo ningún concepto está dispuesto a aplicar la ley de amnistía
ERC, pues, recibe presiones de todo el mundo. En la misma línea que JxCat, la CUP también se ha añadido al carrusel y Laia Estrada ha advertido de que si facilitara la investidura de Salvador Illa, "tomaría el pelo a la gente". Un buen consejo, en la medida en que es una verdad de esas que deberían aplicarse todos ellos, porque la realidad es que en este terreno ninguno está exento de culpa. El pressing principal para decantarse por Carles Puigdemont, como en el caso de investir al primer secretario del PSC, vuelve a recaer en el partido de Oriol Junqueras. Un primer indicador de cómo pueden ir las cosas, aunque no necesariamente definitivo en cuanto a la designación del nuevo president de la Generalitat, serán los pactos para la elección de la presidencia del Parlament y la composición de la Mesa. Y aquí habrá que ver de quién va de la mano ERC, si del PSC o de JxCat. La posición de la CUP contraria a dejar la presidencia de Catalunya en manos del exministro de Sanidad no significa, en todo caso, que esté a favor de cederla al exalcalde de Girona. La negativa a una cosa no implica que opte por la otra.
Esto hace que en estos momentos la presión para investir a Carles Puigdemont provenga exclusivamente de JxCat. Nadie más, hoy por hoy, le respalda, ni del mundo político ni del mundo empresarial y económico, como sí ocurre con Salvador Illa. Ahora bien, quizá es que, efectivamente, a JxCat no le hace falta que nadie le ayude si su argumento de peso —y el único argumento de hecho— es que o Pedro Sánchez hace que la investidura se decante del "lado correcto" o se queda sin silla y tiene que volver a convocar elecciones en España, como ha advertido el propio Antoni Comín, que ha esgrimido que eso es lo que figura en el acuerdo para investir al líder del PSOE —lo que ellos llaman el acuerdo de Bruselas—, y que si es así hasta ahora se había escondido. ¿Sería una especie de traición al estilo de la que en enero del 2006, aprovechando que desbloqueaban la reforma del Estatut, pactaron José Luis Rodríguez Zapatero y Artur Mas para que Pasqual Maragall no fuera reelegido presidente de la Generalitat? ¿O es quizá exactamente lo contrario, que como ya se ve que no podrá volver a instalarse en el Palau de la Generalitat y la Casa dels Canonges, su fiel segundo durante los años de exilio en Bélgica le empieza a allanar el camino para que no tenga que “enretirar-se”, como decía uno de sus últimos valedores, que es ni más ni menos que Jordi Pujol?
El hándicap principal con el que topará el líder de JxCat para volver a la presidencia de Catalunya no será, sin embargo, ninguno de estos, sino el aparato judicial español, que bajo ningún concepto está dispuesto a aplicar la ley de amnistía, aprobada definitivamente el jueves de la pasada semana en el Congreso, para que él, y otros dirigentes como Oriol Junqueras, puedan beneficiarse de ella, y que ordenará su detención tan pronto como cruce los Pirineos. Los primeros movimientos de jueces y fiscales en la línea de cargársela como sea y hacer imposible su implementación ya se han producido antes incluso de que entre en vigor, trámite que no se cumplirá, como mínimo, hasta después de las elecciones europeas del domingo día 9, no fuera caso que al PSOE se le alborote el gallinero más de la cuenta después de que uno de los barones más díscolos, el presidente de Castilla-La Mancha Emiliano García-Page, se prepare para llevarla también al Tribunal Constitucional y se alinee así con el PP. El control del tiempo en la publicación de la ley en el Boletín Oficial del Estado (BOE) por parte del gobierno español podría tener, además, un efecto secundario no menor, que es que Carles Puigdemont no llegara a tiempo de poder ser investido y se quedara con la miel en los labios. De ahí las quejas de los abogados de los amnistiados para que la ley no tarde en publicarse.
Pero es que de todo ello todavía puede derivarse una consecuencia más sibilina. Y es que el PSOE, gracias a jueces y fiscales, podrá seguir teniendo atados a JxCat y ERC, porque él habrá cumplido su compromiso, que era aprobar la ley de amnistía, y se desentenderá de la aplicación porque es precisamente cosa de la judicatura y él no puede hacer nada. Pedro Sánchez se habrá salido una vez más con la suya y, encima, tendrá neutralizados a los partidos catalanes de cuyo apoyo depende para continuar en la Moncloa. Claro que si con esto no basta y hay que sacrificar a Salvador Illa, que se vaya preparando el exalcalde de La Roca del Vallès, que, por inverosímil que le parezca, si al presidente español le conviene, a él también le tocará pagar el pato.