Hay una especie de patrón que se va repitiendo a lo largo de los años: cuando hay una desgracia, accidente o catástrofe natural, las administraciones gobernadas por el PP intentan esconder la auténtica proporción. Son incomprensibles estos intentos de minimización teniendo en cuenta que la verdad después siempre acaba aflorando, y más de un tiempo a esta parte, en el que la información circula de manera más libre y veloz. Pero todavía son más incomprensibles los motivos políticos que los llevan a hacerlo: ¿qué buscan haciendo ver que la desgracia es menor? ¿Qué pretendían tapar, si la DANA era de categoría máxima? ¿Qué ganan intentando convencer a la ciudadanía de una cosa que no es? Son preguntas inquietantes, pero todavía lo es más la maquinaria que se desencadena después cuando, ahora sí de manera intencionada, se quiere maquillar lo inmaquillable.
El PP no hundió el Prestige, el PP no estrelló el Yak-42, el PP no puso las bombas en los trenes el 11-M ni el PP ha generado la DANA en el País Valencià. Pero el PP hizo ver que el vertido del petrolero era menor, quiso tapar el cruce de identidades de soldados muertos e intentó atribuir el atentado a ETA y no a Al-Qaeda. Ahora, con la DANA, la Generalitat de Carlos Mazón, ha hecho lo mismo antes, durante y después del temporal: no avisó de acuerdo con la previsión meteorológica, no se actuó mientras ya caían trombas y rieras; y ahora la búsqueda de desaparecidos, la atención a los familiares de víctimas y las ayudas a los que se han quedado sin nada se hace con retraso y se sustenta básicamente por la acción de los profesionales, de voluntarios y de los mismos ciudadanos más que por una buena gestión política del gobierno valenciano. En esta lista también podrían estar el accidente del metro de València, que no se quería explicar no fuera que se anulara la visita del Papa, la avalancha humana del Madrid Arena o los miles de muertes en residencias de ancianos en la Comunidad de Madrid durante la pandemia.
Se quiere tapar una montaña con pañuelos de papel y las decisiones que se toman para taparla pueden ser delictivas"
Y es que después de la catástrofe viene lo peor de todo, el de la gestión política: en lugar de explicar que hay una montaña, se intenta taparla con pañuelos de papel, igual que hizo la URSS con Chernóbil el año 1986. Y digo que es lo peor porque las acciones que toman los gobiernos para camuflar la verdad pueden llegar a ser totalmente imprudentes con consecuencias gravísimas y responsabilidades que rozan el delito. Una cosa es ir tarde y la otra diferir. Una cosa es tener una reacción tardía y otra retrasar una decisión expresamente. La intencionalidad no es la misma, y no evacuar una región sabiendo que lo tenías que haber hecho es una quiebra del objetivo más elemental de cualquier administración, el de proteger la vida de los ciudadanos. Además, se genera una auténtica crisis institucional interna porque esta manera de hacer compromete la profesionalidad de los servidores públicos que entienden, ya sean expertos en rescates marítimos, bomberos, servicios de inteligencia antiterrorista, médicos, meteorólogos o protección civil. Y en esta lista incluyo los sufridos gabinetes de comunicación que, muchas veces, tienen que defender lo indefendible e incluso actuar en contradicción flagrante respecto de su cometido, que es el de informar a la ciudadanía. Y más todavía cuando dar esta información es, literalmente, vital.
En lugar de admitir que el 11M lo había hecho Al-Qaeda, el ministro Acebes dijo miserable a quien no lo atribuyera a ETA"
Todo lo contrario, si se reaccionara de una manera honesta, adulta y consecuente, las repercusiones serían muy diferentes. Si una crisis se afronta de cara y se informa a la ciudadanía con una magnitud la más exacta posible (ni la negación ni el pánico), la situación cambia. Y todo eso con independencia de si ha habido incompetencias de por medio que han agravado la situación: hay un principio básico que es el de asumir y explicar la realidad, por cruda que sea.
Si Mariano Rajoy hubiera advertido de la marea negra que se le venía encima a Galicia, Asturias y Cantabria en lugar de hablar de 'hilitos de plastilina', la crisis ecológica se habría afrontado de otra manera. Y si incluso hubiera admitido que las primeras decisiones no fueron las adecuadas, también habría habido un punto más de comprensión que el recuerdo que ha quedado a la memoria. Lo mismo con el Yak-42: tiene que ser terrible que al dolor de la muerte de un familiar se le añada enterrar un cuerpo que no es el de tu pariente. Pero todavía tiene que ser más terrible no saberlo porque el ministerio de Defensa lo ha querido esconder. Y finalmente, el 11M. Estoy seguro de que si aquel mismo día hubiera salido José María Aznar a la Moncloa diciendo que había sido Al-Qaeda y reclamando la unidad de todos los partidos, el PP habría ganado las elecciones aquel 2004 porque el PSOE no habría osado a hacer otra cosa que dar apoyo al ejecutivo español. En cambio, el PP encontró oportuno atribuirlo a ETA. Y no solo eso: el ministro del Interior, Ángel Acebes, dijo que todo el mundo que lo dudara era un miserable. Y miserable es, justamente, actuar de esta manera.