La democracia también puede ser eso. La trepidante aventura de tener que escoger entre Soraya Sáenz de Santamaría, Pablo Casado, María Dolores de Cospedal o José Manuel García-Margallo. El mayúsculo ejercicio de libertad de poder elegir entre unos mismos apellidos, entre la monotonía identitaria de una señora nacida en Valladolid, de un señor nacido en Palencia, de otra señora de Madrid y del madrileño e inefable bisnieto del general africanista Juan García y Margallo, responsable de la primera guerra del Rif o gloriosa guerra de Margallo. Fastuoso es poder escoger entre personas de una renta económica tan diversa, tan partidaria de la economía real y productiva, tan representativa de todas las gentes y tierras de España, entre candidatos que viven del Estado español y candidatas que también viven de eso, entre currículos académicos tan brillantes como los de estos políticos del PP, entre los que fulgura, con luz propia, el famoso máster de traca de Harvard-Aravaca. La democracia también puede ser eso, el ejercicio intelectual de tener que elegir entre el monotema de la nación española o el estado nación español o aún más ración de nación española. Entre la peineta y mantilla que llevan las señoras y el bicornio de la montera de los señores. Entre ser de los de Aznar y Esperanza Aguirre o ser más del presidente de los sobresueldos. Tener que elegir entre quien ha formado parte del corrupto Partido Popular de M. Rajoy, entre quien ha formado parte todavía de manera más destacada y quien aún más y más y más.
Esta gente nos gobierna y nos sigue gobernando, aunque ahora hayan cedido el lugar siguiendo la alternancia con el otro partido dinástico. Continúan siendo el modelo de todos los políticos españoles, modelo de la clase política a la que más se parecen el PSOE y Ciudadanos. Y ni que decir también de la clase política catalana, el españolista y también la independentista. Todas estas y todos estos políticos profesionales que viven de los partidos y al amparo de los partidos, que son exclusivamente intereses de partido, estrategias de partido, todos estos partidarios del partido que exhiben diariamente su infinita indiferencia por sus compatriotas que tienen un oficio y un beneficio al margen del BOE. Todos estos yonquis del poder sólo por el poder, de las buenas compañías. Y todos estos periodistas que viven de hacerles la pelota y que van a desayunar, a comer y a cenar para estar al tanto de sus peleas, de sus intereses de clan. Ayer el grito que más se oía entre los 66.706 militantes del PP es el mismo que hace tiempo que oigo entre los militantes del PDeCat y de ERC: “Y nosotros, qué?” Ayer se vio muy claro que el primer partido de España, de hecho, son un grupo tan pequeño y específico como los habitantes de Vilanova y la Geltrú. O dicho de otro modo, la España real son la suma de todas las poblaciones del Estado menos Vilanova y la Geltrú. No es extraño, por tanto, que cada día me sienta más partidario de Carles Puigdemont, de Carles el Inconformista, de Carles el Grande, presidente de la Generalitat de Catalunya. Su grandeza es que, tal vez, no es gran cosa, no es Churchill, de acuerdo, pero también hay que decir que es el único que contradice la lógica mezquina de los partidos. Que está haciendo política a pesar de los partidos.
Ayer Soraya Sáenz de Santamaría, marisabidilla y olé, bromeando, prometió a los periodistas acreditados en la sede del Partido Popular un mejor aire acondicionado si gana la presidencia del partido. Ovación. Es una simple broma pero también fue el gesto reflejo, el comentario espontáneo del fachenda, el donativo del superior, el aguinaldo del poderoso que recompensa al sirviente, al pobre sirviente que se ha quitado la gorra y la retuerce en las manos mientras baja la testuz. Si la alta señora, tan ufana y tanto soberbia, gana el poder habrá también para vosotros, gentuza, este era el mensaje implícito. Y por su parte, Pablo Casado, que ya se ve como nuevo presidente del Partido Popular reuniendo los votos de los otros candidatos minoritarios, contradijo todo lo que había dicho en campaña. ¿O es que los políticos no cambian de opinión? Ahora ya no es partidario de la lista más votada simplemente porque cambiar de opinión le beneficia. Sobre todo porque tiene un grupo de seguidores que le preguntan con insistencia por los pasillos: “Pablo, Pablo, ¿qué hay de lo mío?” Casado dijo y repitió la frase, el estilema, el tópico de “las normas que nos hemos dado entre todos”. Sirve igual para hablar de la Constitución española como del reglamento del Partido Popular. Casado, precisamente él, hablando de cumplir las normas, no me dirán que no produce cierta gracia. Ayer votaron los afiliados al PP pero no quedó muy claro si todos los votos, o si ninguno de los votos, se realizaron con libertad. La democracia es algo más que una pantomima ritual. ¿Cómo queremos ser una democracia cuando los partidos políticos, los principales protagonistas de nuestro sistema, no tienen democracia interna? ¿Cómo puede votar libremente una persona cuando perderá el trabajo si no vota lo que tú quieres, Soraya, o Pablo? Y quien dice Soraya dice Marta Pascal, u otra, para el caso es lo mismo. Estas son las auténticas primarias que explican las otras primarias. Concretamente, las necesidades primarias.